Quizá en ese momento ella sintió más vergüenza que risa, pero después de unos minutos de ver a aquel adolescente regocijarse con los sonidos garífunas le causó gracia y hasta lo disfrutó.
“A él le gustaba bailar”, dijo doña Nidia, recordando otra ocasión en la que por deleitarse de la música olvidó que preparaba la cena para las fiestas decembrinas y dejó quemar el pollo.
“Le gustaba estar dando vueltecitas” mientras cocinaba, contó con tono alegre, quizá intentando olvidar lo doloroso que es despedirse de un hijo por segunda ocasión, pues Yasser Cuéllar era lo único que le quedaba de aquel parto de agosto de 1993 donde uno de sus gemelos murió días después de nacer.
Apenas habían pasado cinco minutos de la llamada cuando un silencio se apoderó de ambos extremos; doña Nidia quería ser lo más detallista posible, pero solo recordaba la última vez que se comunicaron por videollamada, cuando su hijo estaba en el triaje del Hospital Mario Catarino Rivas, luchando por vencer al covid-19.
“Mi hijo se murió porque no me lo asistieron porque él me mandó mensajes de texto donde me decía ‘aquí no me están cuidando’”, reveló en un momento de rabia y dolor, pues no encontraba otra razón para que un joven de 27 años y sin ninguna enfermedad de base muriera por el virus.
Cuando su mente se aclaró, mencionó que era un joven respetuoso, afanado y huraño con los utensilios de cocina, pues “solo él se encargaba de cocinar”, quizá como una forma de demostrarles su cariño.
La pasión por la cocina surgió muchos años después de darse cuenta que quería ser médico. Era un adolescente y su madre decidió enviarlo un tiempo a la casa de su tío, Jorge Fuentes, en Estados Unidos.
Jorge trabajaba mientras Yasser Cuéllar y su primo -Yasser Fuentes- se iban a la escuela, pero al regresar, el joven médico era quien cocinaba para los dos. “Aprendió a cocinar y lo aprendió muy bien”, contó su tío, quien lamentó que la asistencia médica en Honduras no sea como en el país norteamericano.
Cuando Yasser regresó a Honduras le dijo a su mamá que quería ser chef. Ella, quien siempre trataba de apoyarlo, lo ayudó para que estudiará en la Washington Academy, donde al final sacó un par de cursos de cocina, su segunda pasión.
Quienes lo conocen saben que era un joven polivalente; estudiaba dos carreras (medicina y derecho), era chef y en sus tiempos libres asistía al gimnasio. Tenía tiempo para todo, incluso para hablarle de Dios a las personas que intentaba ayudar.Desde niño soñó con ser médico. Su madre recuerda que en la casa de San Pedro Sula, donde se mudaron cuando todavía era un cipote, jugaba a atender enfermos con la idea de que algún día podría cumplir su sueño, ese por el que luchó hasta la última semana de su servicio social.
“Él decía que quería ser médico”, recordó su mamá, quien desde entonces prometió apoyarlo junto a su expareja Israel Cuéllar.
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Yasser descendía de una familia separada, pero incondicional. Su padre emigró a Estados Unidos un año después de que él y su hermano gemelo (fallecido tras el parto) nacieran.
En ese entonces, su madre vivía en la colonia Bella Vista, en Choloma, Cortés, junto a sus suegros. Su exesposo era quien la proveía a través de remesas para poder educar, alimentar y darle uno que otro gustito a Yasser y al hermano menor, Israel Cuéllar.
“Yo no trabajaba en ese tiempo. Ellos estudiaban en una escuela bilingüe”, comentó, al detallar que ambos recibieron la mejor educación que pudieron darles.
Doña Nidia residió allí hasta que Yasser cumplió siete años, sin embargo, al ver que su exesposo no regresaría decidió desplazarse hasta Olanchito, Yoro, para trabajar como secretaria comercial en una oficina de la Cámara de Comercio.
Su vida estaba dando un giro inesperado y, como pudo, decidió seguir sus estudios para obtener una licenciatura en derecho, por lo que junto a sus dos vástagos se mudó a San Pedro Sula.
Mientras doña Nidia estudiaba, sus hijos perfeccionaban su inglés en el Centro Cultural Sampedrano, luego iba por ellos para que la esperaran en la universidad bajo el cuidado de varias de sus compañeras. “Tenía buenas amigas, una me los cuidaba un rato, luego otra y así”, comentó.
Yasser y su hermano menor pasaban su tiempo entre cursos y escurriéndose por los pasillos de la universidad. A lo largo de su niñez se mudaron en tres ocasiones, lo que provocó que tuvieran que cambiarse de escuela dos veces.
En el colegio la situación cambió, pues su mamá ya se había estabilizado en San Pedro Sula junto a su nueva pareja y decidió contratar a alguien para que se quedara al cuidado de sus hijos mientras ella trabajaba. Esa rutina duró un par de años.
Yasser y una vida de retos
Yasser, a quien llamaban “chinito” por la forma de sus ojos, permaneció por seis meses en Estados Unidos, donde -como todos los hombres de la familia Fuentes- le agarró gusto a la cocina.Esa pasión nunca lo alejó del sueño de ser médico, ni siquiera se le ocurrió abandonarlo cuando decidió cursar una carrera simultánea a medicina para seguir los pasos de su madre y convertirse en abogado. Un médico jurista.
La Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) en San Pedro Sula fue la institución que escogió para obtener el título de doctor en medicina y cirugía, un sueño que intentó cumplir en medio de una pandemia y que lastimosamente lo convirtió en el galeno más joven en perder la vida.
Su madre lo presentía, pero se dejó llevar por las palabras de consuelo de su hijo. Cuando lo miró en estado crítico pensó que se recuperaría como lo hizo aquel 26 de marzo de 2016, cuando ambos fueron víctimas de un aparatoso accidente en su vehículo.
“Veníamos de La Ceiba y una persona en estado de ebriedad se nos atravesó y allí tuvimos el accidente; él se lesionó la cabeza y la pierna. Yo me lesioné la columna”, contó.
A raíz del incidente, Yasser tuvo que someterse a una cirugía para incrustarle “unas varillas en las piernas”. La recuperación fue lenta, tanto que el tiempo no le tuvo compasión y lo orilló a perder un año de estudios.Para ese año, nadie se imaginaba que a finales de 2019 en el mundo se gestaba el origen de una pandemia y menos que acabaría con la vida de miles de personas, incluida la de Yasser.
La llegada del virus a Honduras coincidió con la práctica del joven, a quien su madre rogó “que se esperara porque no tenía todas las condiciones”, refiriéndose a la bioseguridad.
Sin embargo, su deseo de no perder más tiempo para obtener su título universitario y luego irse a Guadalajara, México -la ciudad de la que se enamoró cuando viajó con su mamá- a estudiar una especialidad en cirugía plástica, lo motivó a continuar.
A inicios de 2020 comenzó su servicio social en el Hospital Paz Barahona, pero como en ese centro asistencial no tenían todas las condiciones lo enviaron al aeropuerto Ramón Villeda Morales para atender a las personas deportadas.
Posteriormente estuvo en el centro de salud de Calpules, donde iba a culminar su práctica profesional el 15 de febrero. Ese mismo día murió.
La familia no sabe a dónde se infectó, pero sospechan que fue realizando su labor, pues tras conocer sobe su muerte denunciaron que en los lugares donde realizó la práctica apenas usaba mascarilla, careta y, de vez en cuando, los trajes que portan algunos médicos en la primera línea.
Como Yasser no era practicante no gozaba de esos beneficios, aunque con la situación que afronta el país hasta los galenos que laboran en las instituciones del Estado se ven limitados con el equipo de protección.
“Él ya tenía sus ilusiones montadas, ya era prácticamente un médico y lo truncaron por no tener un carné que le acreditara que era miembro del Seguro Social”, denunció su madre un día antes de sepultar al mayor de sus hijos.
Un doloroso adiós
A doña Nidia le cuesta hablar sobre los momentos vividos junto a Yasser, le cuesta recordar los días en los que era solo un niño y jugaba al doctor, cuando siendo un joven se iba a los centros a donde había menores para conversarles de Dios o cuando les llevaba dulces o medicamentos.Para ella una parte de su alma murió por segunda ocasión y lo último que guarda en su memoria es cuando miró por una videollamada a su hijo aislado en el triaje del Mario Catarino Rivas, donde falleció.
Su hijo ya había estado interno en el Hospital Leonardo Martínez, pero su madre decidió sacarlo porque le dijeron que en el Catarino Rivas tenían mejor equipo y médicos especialistas para atenderlo.
En un impulso, doña Nidia pidió la autorización para llevárselo, decisión de la que ahora se arrepiente porque lo estaban atendiendo bien. Ese día lo llevó de vuelta a su casa, mientras la salud de Yasser cada vez empeoraba.
Su cuerpo necesitaba constantemente de oxígeno, pues no estaba saturando bien. En su desesperación, la madre del estudiante de medicina pidió ayuda para trasladarlo al Instituto de Seguridad Social, donde varios galenos le dijeron que debería ser atendido debido a un acuerdo entre el Colegio Médico y el IHSS.
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Ella, sin realizar más preguntas, hizo la gestión cuantas veces pudo, pero la respuesta nunca fue favorable porque la Ley del Seguro Social no lo permitía, es decir, hubiese sido “abuso de autoridad”, como explicó Carlos Umaña, presidente de la asociación de médicos de esa institución.
La negativa se debió a que por ser practicante Yasser no cotizaba en el seguro bajo ningún régimen. Doña Nidia, junto a varios médicos, pidieron que se hiciera una excepción, sobre todo porque el joven necesitaba ser intubado inmediatamente.
Desesperada, la madre de Yasser grabó en un video a su hijo acostado sobre un mueble, mientras intentaba de forma forzada respirar, aún cuando estaba conectado a un tanque de oxígeno. En el fondo se escucha su voz preguntando insistentemente qué hacer, pues frente a ella observaba como su vástago se le desvanecía poco a poco.
Ella compartió el video con su hermano, quien se lo envió a un amigo suyo (médico) y así sucesivamente se fue compartiendo en chats grupales. En cuestión de minutos las dolorosas imágenes circulaban en todas las redes sociales, mientras la indignación de las personas explotaba como pólvora.
“Yo lo grabé para mostrarle al doctor cómo estaba reaccionando y que si me lo podía venir a ver”, confesó doña Nidia, quien denunció que en horas de la noche llamó al 911 para pedir que le ayudaran con su hijo pero nunca llegaron.
En ese momento, la familia de Yasser tenía la idea de moverlo al IHSS, pero al darse cuenta que no lo recibirían varios médicos gestionaron para que lo trasladaran al Leonardo Martínez mientras había un cupo en la Unidad de Cuidados Intensivos del Mario Catarino Rivas.
Aún conectado a un tanque de oxígeno, el joven estudiante fue llevado al triaje del Catarino Rivas, desde donde le escribió a su madre que no lo estaban atendiendo de forma adecuada pese a que ella llevó todos los medicamentos que le pidieron.
Permaneció en ese punto de atención desde el miércoles hasta el lunes, cuando murió. El sábado doña Nidia y su hijo Israel decidieron llamarlo para poder ver cómo estaba, pero al escucharlo se dieron cuenta que realizaba un gran esfuerzo para siquiera mover sus manos.
La conversación entre los tres fluía al tiempo que la respiración de Yasser le permitía hablar. Su madre intentó ser fuerte, pero no se contuvo cuando de un momento a otro su hijo levantó la mano y moviendo el dedo índice de arriba a abajo comenzó a decirles “hecho, hecho, hecho”.
-¿Qué significaba eso, doña Nidia?
— Teníamos un amigo que ya se murió, le decíamos el compadre “Gordo”, él tenía una mañita de que decía “hecho, hecho, hecho”, con el dedo, contó con voz quebrada, recordando que eso fue lo último que hizo su hijo.
En la conversación nuevamente gobernó el silencio. Doña Nidia intentó seguir hablando, pero lo único que se le vino a la mente fue decir que su hijo había muerto por “negligencia”, después de haber ofrendado su vida por ayudar a los demás en una profesión que siempre fue su sueño.