TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Estaba enredado entre troncos y piedras en un remanso del río Choluteca. Los zopilotes le habían comido los ojos y de su vientre abultado empezaban a sacar las tripas y las vísceras. En opinión del forense, tenía cinco días de haber muerto y, a juzgar por el estado en que se encontraba, lo habían torturado antes de quitarle la vida.
“Lo mataron con un torniquete –dijo el médico–; todavía quedan restos de su lengua fuera de la boca y hay marcas profundas de un lazo grueso en el cuello. Imagino que lo estrangularon despacio, como para causar mayor sufrimiento que el que ya habían provocado con la tortura”.
“¿Podremos identificarlo, doctor?” –preguntó el agente de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) encargado del levantamiento.
“Si tiene huellas digitales, sí –respondió el forense–; si no, aún nos queda el recurso de las pruebas de ADN… esto, si aparece algún familiar…”.
El cuerpo estaba desnudo, en estado de descomposición; la piel se caía a pedazos, mostrando los huesos en algunas partes, y los gusanos se lo comían por dentro. En la mesa de autopsias, el forense encontró huesos rotos, dedos cortados, heridas y quemaduras eléctricas en el pecho y en la espalda, y golpes contusos en la cara. Había perdido algunos dientes y tenía fracturas en el cráneo. Aunque había sangrado mucho a causa de las heridas provocadas con algún instrumento filoso, no era esto la causa de muerte. El médico encontró en el cuello hebras de mecate y reconoció mejor las marcas que dejó el torniquete en el cuello. Además, tenía la tráquea partida en dos.
“A este hombre lo odiaban” –comentó el médico.
“Así parece” –contestó el detective.
“Imagino que hizo algo grave…”.
“Estoy seguro de eso, doctor, y su muerte es una venganza bien planificada”.
El médico no dijo nada.
“¿Podemos saber quién es?” –preguntó el detective.
“Tal vez… Aunque le cortaron tres dedos de la mano derecha, y los otros están podridos, creo que podemos sacar algo de la yema del dedo pulgar de la mano izquierda…”.
Esta vez fue el detective el que guardó silencio.
El forense agregó:
“Y aunque ya casi no se notan, este hombre tenía tatuajes hasta en la sombra… Esto servirá para identificarlo…”.
Iba el agente a decir algo, cuando recibió una llamada.
“Tenemos un hombre desaparecido desde hace cinco días –le dijo uno de sus compañeros–; desapareció en Choluteca, del barrio Campo Cielo; su mamá hizo la denuncia al día siguiente, o sea, hace cuatro días…”.
“¿De Choluteca?”.
“Sí”.
“Pero este cuerpo lo encontramos en Comayagüela, a ciento cincuenta kilómetros de distancia…”.
“La mamá dio una descripción que bien podría parecerse a la del muerto del río”.
“Bueno, no hay que descartar la posibilidad…”.
“Dice la mamá que a su hijo lo llamaron por teléfono para un trabajo, a eso de las siete de la noche del martes pasado. Salió a unas dos cuadras de su casa, en el barrio Campo Cielo, y dice que dos testigos vieron que de un pick-up blanco sin placas se bajaron dos hombres armados y con capuchas, y que lo subieron al carro a la fuerza… No ha vuelto a saber de él…”.
“¿Tenemos el nombre?”.
“Roger”.
“Y la descripción que da la madre…”.
“No muy alto, tal vez un metro sesenta y cinco, no muy gordo, trigueño, cabeza grande…”.
El agente lo interrumpió.
“¿Tatuajes? –le dijo–. ¿Mencionó la madre si su hijo tenía tatuajes?”.
“Sí; insistió en ese detalle. Dijo que tenía tatuajes en la espalda, en el pecho, en los brazos…”.
“¿Un águila del Motagua?”.
“En la espalda, grande…”.
“Esperame un momento”.
El forense, con la ayuda de uno de sus asistentes, le dio vuelta al cuerpo.
“Aunque la piel está destruida y es poco lo que queda del tatuaje, creo que esto es un águila…”.
“Así me parece a mí también” –le dijo el agente.
“Entonces, creo que este es Roger, de Choluteca” –dijo el médico.
“Yo también lo creo –replicó el policía–. Hay que avisarle a la madre para que lo reconozca…”.
“Si es que puede”.
“Sí, ¿verdad?”.
“Sí, porque sin ojos, casi sin cara, con la mitad de la lengua y en estado de descomposición no creo que haya mucho que identificar…”.
“Tal vez la huella del dedo pulgar…”.
“Ya la imprimí y creo que servirá…”.
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Roger
Tenía dos nombres y dos apellidos, y un apodo llamativo. Además, era un viejo conocido de la Policía.
“Tiene antecedentes por robo a mano armada, extorsión, venta de drogas al menudeo, portación ilegal de armas, escándalo en vía pública, amenazas, lesiones… Un gato viejo…”.
“¿Podría ser un ajuste de cuentas?”.
“Es posible, pero, ¿por qué traerlo hasta Tegucigalpa? Si el hombre operaba en Choluteca, lo más lógico era que lo ajusticiaran en la zona, para dar un escarmiento a alguien, como pasa en estos casos…”.
“¿Entonces?”.
“Creo, más bien, que estamos ante una venganza…”.
“Estoy de acuerdo, pero, ¿por qué venir tan lejos para torturarlo y quitarle la vida?”.
“Tal vez dañó a alguien de esta zona…”.
“O quizá quiso cambiar de aires y se vino a meter a tierra ajena…”.
“Si hubiera sido así, lo hubieran asesinado en vía pública, para dar un escarmiento…”.
“Sabemos que pertenecía a una banda…”.
“¿Cuál?”.
“Los Cholos”.
“No es muy conocida”.
“Opera en algunos barrios de Choluteca… Roban, extorsionan, asaltan carros repartidores, fuman marihuana y venden en su zona…”.
“Y, ¿Roger era parte de esta banda?”.
“Sí… Y tenemos informes de que estuvo en Nicaragua algún tiempo…”.
“¿Haciendo qué?”.
“Pues, nada bueno, supongo…”.
“Hay que pedir información a la Policía de Nicaragua…”.
“Ya lo hicimos… Estamos esperando respuestas…”.
“¿Qué más tenemos sobre él?”.
“Pues, aparte de eso, muy poco… El detalle más fresco es que perdió a su abuela hace unos meses, por covid… parece que él no se infectó…”.
“Eso no es tan relevante…”.
“Eso creo yo…”.
“A mí me parece que alguien se vengó de él… Por algo grave, a juzgar por el tipo de muerte… Primero, lo engañan con una llamada, luego, lo raptan, lo traen hasta Tegucigalpa, lo torturan y lo matan estrangulándolo…”.
“Tenemos el número de teléfono, pero no encontramos llamadas sospechosas a las siete de la noche del día que desapareció… Y la mamá dice que lo llamaron a esa hora por un trabajo… Las llamadas que identificamos son repetitivas, o sea, de números conocidos, y parece que es de gente con la que él se llevaba…”.
“Imagino que si alguno de sus amigos lo quería sacar de la casa, no hubiera usado esa estrategia…”.
“Pero, de alguna forma, los que lo querían muerto recibieron ayuda de alguien cercano a él, porque tenían el número de teléfono…”.
“No necesariamente… Tal vez conoció a alguien, se relacionó con él, dio él mismo su número, y esta persona le ofreció un trabajo… Y él no se dio cuenta de que lo andaban buscando, tal vez para ajustarle cuentas…”.
“Venganza…”.
“Es posible…”.
“Pero, ¿por qué? ¿A quién le hizo un daño tan grave que resultó imperdonable?”.
“Este tipo de gente se mete a líos con personas que no conocen… A lo mejor asaltó a alguien…”.
“Es probable…”.
“¿Estuvo preso alguna vez?”.
“No, aunque la Policía lo conocía desde hace mucho tiempo… Estaba en investigación…”.
“Ah, ya”.
“¿Qué más dijo la mamá?”.
“Aparte de llorar y desesperarse, desmayarse y volver a desmayarse, insultar a los asesinos y decir que la Policía no sirve para nada, ya no dijo nada más… Creo que cuando supo que se trataba de su hijo, y vio cómo lo mataron, prefirió callarse…”.
“Entonces, es que ella sabe algo…”.
“Es posible, porque las madres lo saben todo de sus hijos, y casi en todo los apañan…”.
“Y, tal vez este es uno de esos casos…”.
“Estoy seguro”.
“¿Por qué?”.
“La mamá dijo algo mientras retiraba el cuerpo en la morgue…”.
“¿Qué dijo?”.
“Dijo: Malditos hijos de p… me lo mataron… Tanto lo odiaban hasta que se lo hartaron…”.
“Pero la madre sabía a qué se dedicaba su hijo…”.
“Por supuesto…”.
“Entonces creo que tiene mucho que decirle a la Policía…”.
“Es posible, pero dudo mucho de que quiera hablar con nosotros…”.
“Hay que citarla… ¿Sabemos dónde vive?”.
“En la colonia Ulloa…”.
“¿Dónde enterraron el cuerpo?”.
“En el Divino Paraíso”.
“Excelente… La mujer vive aquí, y hay que citarla a La Cañada… Te aseguro que tiene mucho qué decir… Ella puede saber quién o quiénes tenían motivos para matar a su hijo…”.
“Está bien”.
“¿Hay alguna viuda?”.
“No”.
“¿Novia?”.
“No sabemos… Desde que se supo que estaba muerto, sus amigos se han perdido, o se están escondiendo…”.
“¿Sabemos quiénes son? ¿Tenemos algunos nombres?”.
“Unos cuantos… Todos viejos conocidos de la Policía en Choluteca. Le mencionamos algunos nombres y apodos a la mamá, pero ella hizo como que no los conocía…”.
“Cítenla…”.
Continuará la próxima semana...