Crímenes

Grandes Crímenes de noviembre: ¿Alguien plantó sangre en las botas?

Una prueba científica adulterada y la extraña firma de una anciana en estado vegetal para distribuir su herencia, entre los casos que Carmilla Wyler nos trajo este mes

28.11.2016

Tegucigalpa, Honduras
Relatos que parecen extraídos de famosas series de televisión o el mundialmente conocido canal Discovery Investigation nos trajo Carmilla Wyler en noviembre.

Aunque los casos no estuvieron relacionados a crímenes sangrientos, el autor nos demuestra que las huellas del delito son muy complejas o extensas.

Ya sea la falsificación de una firma o la implantación de una prueba falsa, todos los casos merecen ser analizados por igual y tratados con la misma profundidad, como lo demostraron los dos grandes relatos de de este mes.

1. La herencia de la discordia:

El juez se movió inquieto en su silla. Macario Gómez Paredes y sus hermanos José, Cándido y Jerónimo se habían opuesto a la solicitud de herencia testamentaria de su hermana, y las partes no llegaron a conciliar en la audiencia inicial.

“Blanca firmó”.

“Ella no pudo haber firmado porque estaba como muerta en vida”.

“Hay dos médicos que dicen que estaba en perfecto estado, a pesar del derrame…”

“¡Eso es falso! Aquí está el doctor Denis Castro para demostrar que era prácticamente imposible que mi hermana firmara…”

El señor miró hacia el estrado con ojos húmedos y rostro cansado, respiraba con dificultad y la cólera podía leerse en su semblante.

“Señor juez –dijo, antes de sentarse–, no es posible que ellos le hagan esto a Blanca… Esto es una gran sinvergüenzada, y le pedimos a usted que haga justicia porque no es posible que se hayan aprovechado del estado tan grave de mi hermana para quitarle todo lo que ella hizo en su vida… Fue una mujer trabajadora que ahorró, invirtió su dinero y le fue bien, pero que nunca se casó y nunca tuvo hijos…'

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2. Con la soga al cuello:

Copán Ruinas no es una ciudad muy grande, sin embargo, José Luis se tardó más de lo debido, pero regresó con una caja de cervezas heladas. Sus amigos lo recibieron con elogios. Fue cuando se sentó que se dio cuenta que faltaba alguien.

“¿Y Olvin?” –preguntó, destapando su Port Royal–. ¿Dónde está Olvin?”

“Dijo que estaba aburrido y se fue para su casa” –le contestó Eleázar.

“Bueno –murmuró José Luis, sorbiendo un trago largo y espumoso–, así quedan más para nosotros”.

Nadie dijo nada más. El recuerdo de Olvin se diluyó entre pláticas y risas hasta que la fiesta terminó. Pero al día siguiente, Olvin fue el centro de la atención de sus amigos, y de la ciudad entera. La Policía acababa de encontrarlo tirado en una cuneta, boca arriba, con el rostro pálido bañado de sangre y cubierto por una nube de moscas y hormigas. Lo habían asesinado a balazos.

“¡Es imposible –dijo su madre–, él estaba en una fiesta con sus amigos! ¡No puedo creer que esté muerto!”

Por desgracia, la realidad no se equivoca. Olvin estaba muerto.

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