POLICÍA. Una mañana, poco antes de mediodía, a las oficinas de la Policía Nacional, en una ciudad del interior del país, llegó una mujer, ya entrada en años, a denunciar que acababan de raptar a su esposo en el camino a su finca. Iba acompañada de dos de sus hijos varones, que también se mostraban angustiados.
Dijo que dos testigos vieron cuando el carro de su esposo, un Toyota Hilux doble cabina, fue interceptado por dos vehículos que, al parecer, lo estaban esperando. De estos carros bajaron varios hombres armados con “rifles largos”, los que apuntaron hacia su esposo, y lo obligaron a bajar del vehículo, lo subieron a otro, y se lo llevaron. Cuando ellos llegaron al lugar del rapto, encontraron el carro del señor con el motor encendido y la puerta del conductor abierta, casi sobre una cuneta. Los testigos no podían reconocer a nadie, ni siquiera describirlos, porque los hombres andaban cubiertos los rostros con gorros pasamontañas de color negro. Lo que sí dijeron fue que uno de los carros era una camioneta blanca, tipo Runner, y el otro, una camioneta roja, Ford. No pudieron decir nada más, y la Policía poco pudo hacer porque en el carro de la víctima solamente encontraron huellas digitales suyas, y las huellas de zapatos que había en la calle de tierra eran muchas, ya que los curiosos se acercaron a ver de cerca el vehículo.
“¿Tiene enemigos su esposo, señora?” -le preguntó un agente de investigación criminal.
“No, señor. Mi esposo no se mete con nadie. Nunca ha tenido pleitos en su vida, y ustedes lo conocen bien y saben que le hace el bien a mucha gente”.
Así era. La Policía conocía bien a la víctima, y sabían que no era un hombre problemático, y que era muy generoso. Tenía cincuenta y ocho años.
“¿Cuánto tiempo tiene de estar casada con él, señora?”
“Pero, ¿para qué me hace esas preguntas? Yo lo que quiero es que nos ayuden a encontrarlo”.
“Tenemos que saber todos los detalles que nos sirvan para ordenar el caso, y así, poderles ayudar... Si su esposo no tenía problemas con nadie, ni los ha tenido nunca, no entendemos por qué razón lo raptan... ¿Ha recibido alguna llamada pidiendo rescate?”.
“No, señor. Ninguna”.
“Puede que se trate de un secuestro, señora; y, si es así, tenemos que esperar a que los delincuentes se comuniquen con la familia... Así se hace en estos casos”.
“Pero, nosotros no somos ricos”.
El detective suspiró.
“Dígame, señora, ¿desde hace cuánto tiempo está casada con él?”.
La mujer dudó y arrugó la frente. No entendía por qué le hacían esas preguntas.
“Veinte años, señor... Estamos casados desde hace veinte años, y tenemos tres hijos; dos varones, que son estos que andan aquí conmigo, y una muchacha, la menor, de quince años”.
“¿Tiene más hijos su esposo?”.
“Pues, sí. Una muchacha de su primer matrimonio... Bueno... Tenía una hija de su primer matrimonio”.
“¿Tenía una hija?”.
“Sí... La muchacha murió siendo una adolescente, casi una niña”.
“Ah, sí”.
“Sí”.
“’Hace cuánto fue eso?”.
“Señor, ¿para qué me hace esas preguntas que no vienen al caso? Venimos aquí para que nos ayuden a encontrar a mi esposo”.
El detective la miró, y le dijo:
“Señora, como usted vio, los especialistas en estos casos están trabajando en la escena del crimen, o sea, en el lugar donde raptaron a su esposo... Ya sabemos que no hay huellas digitales de nadie más que del señor, y, como usted vio, ya trajimos el carro al plantel de la Policía... Desde aquí vamos a seguir con la investigación... Por desgracia, no tenemos nada concreto que nos ayude a iniciar el caso, a menos que las personas que tienen a su esposo llamen para pedir rescate... Si es que esto se trata de un secuestro”.
“Eso me dijo en la mañana, señor
-replicó la esposa-. Pero, ya son las cuatro de la tarde, y no sabemos nada de mi marido”.
Crímenes: Una dolorosa despedida
“Así sucede a veces, señora -le respondió el agente, mostrando toda la paciencia del mundo-. Si los que tienen a su esposo no llaman, no podemos seguir con las investigaciones, a menos que ustedes nos ayuden diciéndonos si su marido recibió llamadas de alguien que lo amenazaba, si tiene algún enemigo de hace más de veinte años... Y algunas cosas que puedan decirnos y que nos sirvan para empezar la investigación... Es más, apenas sepamos que se trata de un secuestro, vamos a pedir ayuda a Tegucigalpa, a la Unidad de Secuestros, para que ellos se hagan cargo del caso... Creo que me entiende bien”.
La mujer no dijo nada. Sin embargo, como movida por el instinto, o el llamado sexto sentido que tienen algunas mujeres, se quedó viendo fijamente al policía justo en el momento en que lo llamaban por teléfono.
Cuerpo
“Dime” -dijo, contestando la llamada.
“¿Todavía están allí los familiares del hombre raptado esta mañana?”.
El policía no pudo evitar ver a la señora.
“Sí -dijo-, aquí están”.
“Pues, sería bueno que los traigás al cruce de la aldea Piedras Blancas, antes del río... Creo que encontramos al señor, y ellos pueden reconocerlo”.
“¿Lo encontraron?”.
“Sí”.
“Pero, ¿cómo lo encontraron?”.
“Unos campesinos nos dijeron que había un hombre muerto en el cruce a la aldea... a unos seis kilómetros de la carretera”.
“¡Dios santo!”.
“Y al otro lado del río hay dos carros abandonados... Sería bueno que trajeras a la gente de inspecciones oculares”.
La mujer acababa de dar un grito, y se llevó una mano a la boca, mientras sus ojos se llenaban de terror y lágrimas.
“Lo encontraron muerto, ¿verdad?” -preguntó.
El policía bajó el teléfono.
“No sabemos si es él, señora -le dijo-. Sería bueno que venga con nosotros... Por si hay que reconocerlo”.
La mujer estuvo a punto de desmayarse.
“Es él, señor -dijo, después de un momento, en el que se puso más blanca que el papel-. Dios bendito... me lo mataron... Me lo mataron”.
El agente se puso de pie.
“Vamos, señora -dijo-. Antes de que se haga de noche”.
“¿Dónde está?”.
“A unos diez kilómetros de aquí... Cerca de donde raptaron a su esposo”.
Dos patrullas de la Policía salieron de la ciudad en pocos minutos. Dejaron la carretera principal, y tomaron la calle de tierra, pasaron por el lugar donde habían raptado a la víctima, y siguieron a toda velocidad por dos kilómetros más; luego, dejaron este camino, a la derecha, y se dirigieron a la aldea Piedras Blancas, por un camino estrecho y en malas condiciones. Empezaba a anochecer; sin embargo, llegaron al lugar en poco tiempo. Se detuvieron detrás de una patrulla. Dos hombres esperaban, mientras un grupo de curiosos ocupaba gran parte del lugar.
“¿Dónde está?” -preguntó el agente a cargo del caso, aunque la pregunta no era necesaria. Frente a él, a la orilla derecha del camino, estaba el cuerpo de un hombre maduro, tendido boca arriba, con las manos y los pies amarrados con alambre, y con una mordaza en la boca. Los ojos estaban a punto de salirse de sus órbitas. Alrededor del cuello tenía un torniquete hecho de alambre, con un pedazo de palo rollizo y delgado pegado en la nuca.
Crímenes: Por el camino de la muerte
“¡Es mi esposo! -gritó la mujer, adelantándose al policía-. ¡Es Germán!”.
Y, seguida por sus hijos, se lanzaron sobre el cuerpo muerto, en horrible desesperación.
Los policías dejaron que la mujer y los hijos de Germán se tomaran un tiempo.
“Esto es obra de un enemigo mortal” -dijo el agente, comentando en voz baja con sus compañeros.
“Eso creemos nosotros también -le respondieron-. Lo raptaron para asesinarlo... Y fue una muerte cruel, porque lo torturaron antes de estrangularlo con ese torniquete”.
“¿Lo torturaron?”
“Le quebraron los dedos de las manos; seguramente con una tenaza fuerte... Alguien quería verlo sufrir antes de darle muerte”.
“Así parece”.
“Hay que quitar a la esposa de allí”.
“Si lo que querés es evitar que contaminen la escena, no hay de qué preocuparse... Está más contaminada que el fondo de un basurero”.
“¿Y los carros?”.
“Al otro lado del río. Cruzaron, dejaron allí los vehículos, y se fueron en otros”.
“La gente de inspecciones oculares va a buscar huellas”.
“No creo que encuentren nada”.
“¿Por qué?”.
“Los testigos del rapto dicen que los delincuentes usaban guantes negros”.
“Ah, eso no lo sabía”.
“Allí están los dos testigos principales... Podés interrogarlos otra vez”.
“Entonces, estamos ante un crimen bien planificado, y planificado desde hace mucho tiempo”.
Crímenes: La última promesa (1/2)
“¿Una venganza?”.
“Es posible... Hay mucha crueldad en la muerte de este hombre como para no pensar en eso”.
“Pero, sabemos que este hombre jamás tuvo problemas con nadie”.
“No en los veinte y pico de años que tenía de vivir aquí, y de cuidar su finca... Hay que ver en el pasado... La esposa dice que se le murió una hija cuando esta tenía quince años”.
“Eso, ¿qué tiene que ver con esto?”.
“Nada... Solo te lo decía”.
“¿Ya le avisaron al fiscal?”.
“Sí... Dijo que se iba a tardar un poco; pero, no tarda en llegar”.
“Bueno, hay que esperarlo, y que la gente de inspecciones oculares trabaje en los carros. Tal vez encuentren algo”.
“A ver”.
“Vamos a ver si es cierto eso de que no hay crimen perfecto”.
“Vamos a ver”
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA.