(Primera parte)
Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres.
A Marcos lo encontraron muerto a una orilla de la carretera al Tizatillo. Estaba desnudo, amarrado de pies y manos, y lo habían torturado antes de estrangularlo con un torniquete. La última persona que lo vio con vida fue su hermano Gerardo, y este le dijo a la Policía que hablaron por teléfono a eso de las tres de la tarde de aquel día, que se vieron cerca del parque El Obelisco, y que le entregó a su hermano un dinero para que le comprara medicinas a su madre enferma, una señora de setenta y seis años que padecía diabetes e hipertensión.
“Después de eso –agregó–, no supe nada más de él, hasta que me dijeron que lo habían encontrado muerto en la carretera al sur”.
“¿Por qué se encontraron en el parque El Obelisco?”
“Porque yo estaba vendiendo mi carro, y un amigo me estaba ayudando… Le dije que llegara allí”.
“¿Sabe si su hermano tenía enemigos?”
“No; no sé”.
“Entonces, no sabe si alguien tenía algún motivo para secuestrarlo, desnudarlo, torturarlo y darle una muerte horrible como la que le dieron”.
“No, señor; no sé nada de eso, ni me imagino por qué fue”.
El detective de la sección de homicidios de la Dirección Nacional de Investigación Criminal, DNIC, guardó silencio por un momento, anotó algunas cosas en su libreta, miró varias veces a Gerardo, y, al final de la pausa, dijo:
“Hablamos con la esposa de su hermano, o sea, con su cuñada, y ella dice que ustedes solo son hermanos de madre, que, aunque se criaron juntos, nunca se llevaron muy bien, y que los últimos seis meses se habían distanciado, tanto, que podría decir que se odiaban”.
Gerardo no respondió de inmediato. Palideció poco a poco al oír aquellas palabras y miró con algo de temor al policía.
“¿Qué tan cierto es eso?” –le preguntó este, viéndolo de frente.
“No es que nos odiáramos –contestó Gerardo–, pero sí teníamos algunas diferencias…”
“¿De qué tipo?”
Gerardo tardó algún tiempo en decir:
“A él no le gustaba mucho trabajar, y yo trabajo de sol a sol; se las tiraba de conquistador y mujeriego, y eso no va conmigo. Además, bebía de vez en cuando, jugaba fútbol todos los domingos, y siempre estaba pidiéndole dinero a mi mamá, dinero que yo le doy a la señora… y que me cuesta mucho”.
“¿A qué se dedica usted, señor?”
El detective puso un acento agrio en su voz.
“Vendo verduras y frutas en las colonias…”
“¿Puedo ver su teléfono?”
“¿Para qué?”
“Me gustaría ver la llamada que le hizo a su hermano ayer en la tarde…”
“Ya las borré” –contestó Gerardo.
“Y, ¿me puede dar su número?”
“Sí, claro”.
“Y el número de su hermano…”
Gerardo le dio los dos números al detective y este hizo una llamada.
“Solo quiero saber si ayer en la tarde estos dos teléfonos se comunicaron –dijo–; y quiero saber quien llamó a quien”.
No había que esperar mucho tiempo.
“Gerardo llamó a Marcos a las 02:57 de la tarde, y hablaron veintisiete segundos. La llamada salió de cerca de la primera avenida de Comayagüela…”
“Es suficiente –lo interrumpió el policía–; y, ¿el teléfono de Marcos recibió alguna otra llamada después de eso?”
“Sí; a las 04:11… del número…”
“Excelente. ¿De dónde salió la llamada?”
“De la zona de la colonia América, cerca del aeropuerto…”
“Ya…”
“Pero veo algo más…”
“¿Qué cosa?”
“A las 04:01, el teléfono de Gerardo llamó al dueño del celular que llamó a Marcos a la 04:11. La llamada duró catorce segundos, y se recibió en la zona del Obelisco, podría decirse”.
“Excelente… ¿Te puedo pedir otro favor?”
“Ajá”.
“Enviáme esa información a mi teléfono…”
“Bien sabés que no puedo… Te ayudo porque me ayudás, pero solo puedo darte información oral… Nada más”.
“Bien”.
El detective se volvió hacia Gerardo.
“Creo que escuchó bien mi conversación –le dijo–, y le aconsejo que si tiene algo que decirme, hágalo ahora, antes de que lo detenga como sospechoso de secuestro y asesinato de su propio hermano…”
Marcos abrió la boca, asustado.
“¡Yo no maté a mi hermano!” –exclamó.
“Bien –le dijo el detective, mostrándole una página de la libreta de notas en la que había escrito un nombre–. Dígame algo: ¿Conoce usted a este Luis?”
Gerardo dudó.
“Sí –respondió, segundos después–, lo conozco…”
“¿Es su amigo?”
“Podría decirse que sí”.
“Y, era amigo de su hermano también…”
“Jugaban fútbol a veces”.
“¿Para qué lo llamó ayer en la tarde después de verse con su hermano Marcos?”
“Para preguntarle por unos rines de carro…”
“Ya. Y Luis, diez minutos después de hablar con usted escasos catorce segundos, llamó a Marcos desde un lugar cerca del aeropuerto…”
“No sé nada de eso”.
“Y usted piensa que en catorce segundos se pregunta por unos rines para carro…”
“Pues, sí…”
“Ya”.
“Y, ¿qué relación tenía Luis con su hermano?”
“Ya le dije, jugaban pelota”.
“Excelente”.
Hubo un momento de silencio.
“Vamos a volver a vernos –le dijo el detective a Gerardo–; tal vez después del entierro”.
En la DNIC
Los detectives analizaron el caso de Marcos esa misma tarde.
Lo habían secuestrado, lo desnudaron y lo torturaron antes de estrangularlo. Era claro que no lo mataron en el sitio donde se encontró su cadáver, y que habían tirado el cuerpo desde cierta altura, seguramente, desde un vehículo. Pero, ¿por qué desnudarlo? ¿Por qué torturarlo? Y, ¿por qué matarlo de aquella manera tan despiadada?
“Una venganza” –dijo un detective.
“Es posible –respondió el agente a cargo del caso, pero, ¿por qué vengarse de él?”
“Alguien se estaba cobrando una traición”.
“Y ese alguien estaba realmente furioso con él, aunque para someter a Marcos debieron actuar más de dos hombres, o dos bien armados, poseer un vehículo amplio, y reducirlo a la impotencia bajo amenaza de muerte”.
“Eso es posible –dijo otro detective–, pero también podemos suponer que la víctima sabía qué era lo que le esperaba cuando lo secuestraron, porque había hecho algo que afectó seriamente a alguien…”
Nadie dijo nada.
“Tal vez sea un asunto de dinero…”
“O de faldas –interrumpió el jefe del equipo–; recordemos que era un poco mujeriego, a pesar de estar casado”.
“La verdad en eso es que se trata de una venganza, y no creo que sea difícil encontrar a uno o dos que tuvieran motivos para desearle a Marcos una muerte como esa”.
“En una hora viene la esposa –anunció un cuarto agente–; la citamos para mañana a las nueve, pero ella dijo que mejor venía después del entierro… Y me parece que tiene algo importante qué decir”.
“Sí –dijo el jefe–, a mí me parece que no quiso hablar mucho en la vela, tal vez por miedo…”
La viuda
A eso de las seis de la tarde, cuando anochecía, una mujer que veía de negro y que tenía los ojos rojos a causa del llanto, pidió hablar con los detectives que llevaban el caso de Marcos…
“La estábamos esperando” –le dijeron.
Ella pasó a una oficina estrecha.
“Siento mucho que esté pasando por esto” –le dijo el jefe del equipo.
“No, señor –musitó ella, aceptando un pañuelo para que se limpiara la nariz–, si esto yo ya me lo esperaba…”
Los detectives se miraron unos a otros. Alguien le trajo a la mujer un refresco en lata.
“¿Por qué dice eso? –preguntó un agente–. ¿Por qué dice que usted ya esperaba que su esposo muriera de esa forma?”
La mujer tomó un trago largo del refresco, eructó después, tapándose la boca con el pañuelo, y dijo:
“Mire, los dos hermanos se odiaban, o al menos no se podían ver, aunque la mamá, mi suegra, me dijo un día que en otro tiempo se llevaron más o menos bien”.
“Y, ¿le dijo por qué se odiaban?”
La mujer eructó de nuevo.
“Pues, creo que fue por una mujer… Como Marcos era un poco cola alegre, y como era más guapo que Gerardo, pues… pues, un día, dicen, a mí no me consta, que Marcos le embarazó la esposa a su hermano… Eso es lo que dicen…”
Los detectives sonrieron.
“Y, ¿desde ese momento se odiaban?”
“No sé bien, señor, pero la mamá sufría por eso, y más ahora que Marcos está muerto…”
“Y, ¿la señora sospecha de Gerardo? Bueno, lo que quiero decir, es que si la señora, su suegra, cree que fue Gerardo el que mató a Marcos…”
La viuda esperó un momento largo antes de responder.
“Pues, me parece que sí…” –dijo.
“¿Por qué le parece? ¿Qué quiere decir con eso?”
“Es qué doña Martha me dijo… “Por fin Gerardo se vengó de lo que le hizo la mujer”.
“¿No mencionó a Marcos?”
“Sí… Ella dijo después: “Yo le decía a Marquitos que se fuera de Honduras, que Gerardo se iba a desquitar de él tarde o temprano…”
“¿Por qué pensaba eso la señora?”
“Pues, no sé… Hablen con ella”.
Siguió a esto un momento de silencio. Al final, un detective preguntó:
“¿Dónde podemos encontrar a la mujer, o sea, a la ex mujer de Gerardo?”
“Allí en la Colonia Aurora, por la San Miguel”.
“¿Sabe usted si su esposo, si Marcos seguía viendo a ésta muchacha?”
“Pues… yo creo que sí, por la niña que tenía con ella…”
“¿No le molestaba eso a usted?”
Ella esperó unos segundos antes de responder.
“Sí me molestaba –dijo, viendo hacia el piso y apretando la lata del refresco–, pero eso fue solo al principio, porque creía que siempre había algo entre ellos, pero después, no me molestó porque Marcos se alejó de ella y de la niña… Como no ganaba suficiente para ayudarle…”
Los detectives dejaron que pasara algún tiempo.
“Dígame una cosa –dijo el agente a cargo–, ¿usted cree que fue Gerardo el asesino de su esposo?”
Ella bajó de nuevo la vista, apretó la lata, deformándola, y respondió, moviendo hacia adelante la cabeza:
“Sí”.
“¿Por qué cree eso?”
“Porque Gerardo tenía un hogar bonito, aunque sin hijos porque dicen que es estéril… es lo que dicen, y Marcos le destruyó el hogar… Usted me entiende…”
“Bien –suspiró el detective–, y, a este Luis ¿lo conoce?”
La mujer dudó antes de contestar.
“Sí –dijo–, era conocido de mi esposo”.
“¿Conocido o amigo?”
“Yo no sé cómo se llevaban ellos…”
“Bien, señora; solo una cosa más: ¿usted me daría su número de teléfono?”
“¿Mi número? ¿Para qué?”
“Es para investigar algunas cosas… Por supuesto, no está obligada a dármelo, pero sí le aviso que el fiscal podría pedirle al juez que nos dé su número, y usted, y todos los demás, tendrían que darlo”.
La mujer movió la cabeza hacia los lados.
“No entiendo –dijo–, pero aquí está”.
“Gracias, señora. Ahora, solo dígame: ¿Cuándo podemos visitar a su suegra, doña Martha?”
“Pues… mañana si ustedes quieren… Yo me voy a quedar a vivir allí un tiempo más, con ella… Le voy a decir que ustedes van a llegar…”
Se puso de pie.
“¿Quién cree usted que mató a mi marido?” –preguntó.
“Usted ya lo dijo –respondió el agente–; igual que su suegra, el principal sospechoso es su cuñado Gerardo…”
Continuará la próxima semana...