Selección de Grandes Crímenes: El paciente del doctor Cherenfant (parte 2/2)

Bien se ha dicho que la estupidez humana es más grande que el universo

  • 23 de marzo de 2025 a las 00:00
Selección de Grandes Crímenes: El paciente del doctor Cherenfant (parte 2/2)

RESUMEN. "Vengo al velatorio R de mi paciente-dijo el doc tor Cherenfant a los agentes de la DPI que le salieron al paso. El señor que está en el ataúd fue mi paciente por casi dos años... después del accidente".

"Eso lo sabemos, doctor-lo inte-rrumpió el policía, pero no imagina mos verlo en el velorio de un asesino"."Mi estimado señor-respondió el doctor Cherenfant, con voz suave, yo no juzgo las acciones de mis pacientes, solo atiendo sus padecimientos... Los veo como seres humanos... Nada más... Lo que hagan en su vida privada, o dejen de hacer, ya no es de mi interés".

"Este hombre asesinó a la esposa, doctor-insistió el agente, y la mató con furia y de una manera horrible, que nunca se había visto".

"Es lamentable lo que ha sucedido -replicó el doctor-. Siento mucho que esto haya pasado... Conocí a la esposa, mientras él se recuperaba de la cirugía de reconstrucción maxilofacial que le hicimos en el Hospital San Jorge, en Comayagüela... Y vi que era una mujer entregada y leal... No sé qué fue lo que pasó para que Nahún llegara a esto".

Esta era la pregunta que se hacían los detectives. ¿Qué había desencadenado aquella tragedia? ¿Qué pasó por lanalmente? ¿Puede la Ley en Honduras castigar este tipo de delito?

"Este caso me afectó mucho me dijo el doctor Cherenfant. Fue algo horrible. Describir lo que sucedió esa madrugada en aquella sala, creo que solo puede hacerse desde el punto de vista de los escritores de historias de terror, como Bram Stoker, Mary Shelley, Edgar Allan Poe o H. P. Lovecraft".

No había dicho antes que el doctorEmec Cherenfant es un hombre culto, que ha leído y estudiado mucho, habla siete idiomas y ha escrito catorce libros, compuesto muchas canciones, y hasta una ópera que se llama "La redención de Drácula", que sueña con poner en esce na algún día.

Sin embargo, también es un hombre sensible, de buen corazón, según lo ha demostrado a lo largo de su carrera profesional, poniendo la cirugía plástica y reconstructiva al alcance de los pacientes más pobres, operándolos de gratis...Y el caso de Nahún es uno de los que más le ha afectado, ya que man-tuvo con él y con su esposa una relación médico-paciente de más de dos años, mientras Nahún se recuperaba total mente del accidente que sufrió en la Cuesta de la Virgen, cuando su camión volcó y él quedó atrapado en un amasijo de hierro.

Ahora, con el expediente policial frente a él, y con los recuerdos de las cirugías que le hizo, el doctor se mostra ba triste. Había ido al velorio y al entierro de Nahún, y quiso ir al de la esposa, pero los parientes no dieron tiempo, y la enterraron el mismo día en que murió.

"Fue una muerte terrible-dice el doctor. Los agentes de la Policía me explicaron detalle a detalle lo que había sucedido".

Hizo un momento de silencio, y, al rato, agregó, con algo de sentimiento en la voz:“La persona que incitó a Nahún, llenándole la cabeza de celos, es tan criminal como lo fue él... Y la Policía tenía razón”

La sala

Había flores de todo tipo frente al ataúd, y encima de él. La mamá de Nahún lloraba en silencio, vestida de negro, y las rezadoras elevaban sus plegarias al cielo por el descanso eterno de aquel hombre.

“Vino a eso de las seis de la mañana -le dijo la señora al doctor-, venía agitado, pálido y empapado en sangre... Yo creí que había tenido otro accidente, pero me dijo que no... Que no me preocupara... Que lo que había hecho no tenía remedio, ni el perdón de Dios, y solo le pedía perdón a ella y a sus hijos”.

“¿Qué fue lo que hiciste, mijo?” -le preguntó la madre, desesperada-.

“Ay, mamá... -le respondió él-. Maté a mi mujer”.

La señora dio un grito.

“¡Hijo!”.

“Sí, mamá... Me pagaba mal... Me pagaba mal... y eso no se le hace a ningún hombre... Por eso la maté”.

“Ay, mijo... Ahora vas a ir a la cárcel... Y tus muchachitos...”

“Mamá, no pensé en nada de eso... Pero no voy a ir a la cárcel... Deme un poco de agua, por favor, y déjeme sentarme... Voy a esperar que vengan los policías, pero, van a venir a nada, porque yo ya estoy muerto”.

La señora se estremeció, y le dijo:

“¿Qué querés decir, mijo?”.

“Nada, mamá... Solo deme un vaso de agua... Y, por favor... que me entierren al lado de mi papá... Solo eso le pido... Y Dios sabrá lo que hace conmigo”.

Muerte

El doctor Cherenfant hizo otra pausa, tomó un poco de agua, y siguió con su relato, después de secarse algunas gotas de sudor que brillaban en su frente:

“¿Qué te hiciste, mijo? -le preguntó la mamá-.“Me tomé tres pastillas para curar frijoles, mamá -le respondió Nahún-, y ya siento que me voy. No me llore, mamá... No me llore... Ella era todo para mí, y no soporté que me pagara mal con Marcio”.

“Ay, mijo... Pero, ¿estás seguro de eso?”.

“La persona que me lo dijo, estaba segura... Ella los vio”.

“Si es esa mujer, hijo...”

Una bocanada de espuma salió por la boca de Nahún, se pusieron vidriosos sus ojos, y un temblor sacudió su cuerpo. Luego, vino la segunda bocanada de espuma, pero esta vez con sangre, tan roja como la que manchaba sus manos y su ropa.

“Te voy a llevar al hospital -gritó la madre, mientras se aferraba al brazo de una de sus hijas, al tiempo que empezaban a llegar los vecinos más cercanos-. Rápido, hijas, ayúdenme”.

“No, mamá -dijo Nahún, a media voz-. No hay nada que hacer... Me aseguré de que las pastillas me maten como maté a mi esposa... No merezco vivir... Yo sin ella no soy nada... La adoraba, y merecía morir por lo que me hizo”.

“Ay, mijo...”

La madre se desmayó.

Cuando volvió en sí, la Policía rodeaba su casa. Nahún se estaba deshaciendo por dentro. Sangre y espuma bañaban su pecho, antes manchado con la sangre de su esposa. Todo terminaba para él.

“No lo toquen -dijo el fiscal-. Ya no se puede hacer nada por él”.

Días después, mientras el fiscal platicaba con el doctor Cherenfant acerca de este caso, dijo que nunca en su vida había visto morir a un hombre, y menos de aquella forma tan horrible.

Se deshacía por dentro, literalmente, y por sus oídos, nariz, boca y recto salía sangre...

“Su última mirada fue para su madre -dice el doctor, con el mismo sentimiento que si Nahún hubiera sido su pariente cercano-; y la señora, que lloraba a su hijo, lo despidió con besos y abrazos, sin importarle que su hijo estuviera lleno de sangre, orina y heces... Es que así son las madres”.

Marcio

Dos días después del entierro, Marcio llegó a las oficinas de la DPI, diciendo que se entregaba porque sabía que lo estaban buscando.

“No tengo nada que ver con esto -dijo-, pero me escondí porque le tengo miedo al papá de la muchacha... Yo trabajaba con él, pero nunca, jamás, me atreví a faltarle al respeto a la hija... Nunca... Y quien le metió chismes y cosas de ella y de mí en la cabeza al finado, fue esa mujer...”

Y Marcio dio un nombre, y lo dijo temblando, como si se refiriera a una serpiente venenosa.

“Ya la tenemos en custodia -le dijo el agente-, y estamos esperando que el fiscal estudie bien el caso para proceder contra ella por instigación, incitación a un delito”.

“Yo puedo declarar en contra de esa m... -dijo Marcio-. A mí me dijo que quien se cag... en la muchacha era ella... Que Nahún iba a ser solo para ella... Y empezó a meterle chismes... Y me dijo que ella sabía bien que yo me entendía con la difunta, pero es algo que nunca pasó... Jamás... Y si yo tengo algo de culpa en todo esto, aquí estoy”.

La muerte

Describir la muerte de la esposa de Nahún sería algo impactante... La mató a cuchilladas y su cuerpo quedó desnudo en el piso. Allí lo encontraron sus padres, mientras los dos hijos de la pareja lloraban sobre él, pidiéndole a la mamá que se levantara.

Cuando iban a declarar en el juzgado, el fiscal detuvo el interrogatorio a la primera pregunta. No era necesario. Los niños necesitaban ayuda, más que ser victimizados al recordar aquellos detalles irrepetibles.

La mujer que incitó a Nahún, estuvo en la cárcel dos años y medio. Nunca fue acusada formalmente. Por eso de los vacíos legales... o la incapacidad de algunos fiscales... No se le ha vuelto a ver.

“De Dios nadie se puede burlar, doctor -le dijo al doctor Cherenfant la mamá de Nahún-, esa mujer va a pagar el mal que hizo... Dios le va a hacer justicia a mi hijo y a su esposa, porque la pobrecita era inocente... Claro que era inocente... Ella misma lo dijo, y decía que estaba arrepentida de haber hecho lo que hizo, solo porque quería a mi hijo para ella sola”.

El doctor Cherenfant suspiró, tomó otro poco de agua, se secó más sudor en su frente, y me dijo:

“Este caso es terrible... Pero, igual de horrible es el caso de don Zacarías, un anciano de cierto pueblo, en Choluteca, que vengó la muerte de su hijo de la forma más execrable que se pueda imaginar... Matando a unos inocentes que, además, eran sus propios nietos... Pero, esa es otra historia... y la conozco bien, porque la mamá de los niños fue mi paciente, después de superar el cáncer de mama, y yo le hice la reconstrucción... poniéndole implantes”.

Tenía razón el doctor. Es otra historia. Una historia triste, como la de aquel millonario loco del sur que se comió a su esposa... y fue fusilado por orden expresa del general Tiburcio Carías...

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