POLICÍA. El agente de la sección de Delitos contra la Vida, de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI), se sentó despacio, después del saludo, y le hizo una seña al mesero. Estaba cansado, su turno fue largo y lleno de incidentes, y solo deseaba dormir; pero hizo el compromiso de verme en el restaurante, para desayunar, y para contarme un caso que él, y un equipo de buenos agentes de la DPI, resolvieron hace unos años.
Llevaba en las manos una carpeta en la que había datos del caso que los lectores de diario EL HERALDO tienen hoy en sus manos.
Cuando le trajeron la primera taza de café, se sintió mejor.
“Mire, Carmilla -me dijo-, este caso es una muestra más de que, el que mal anda, mal acaba; pero, también, es una muestra de que hay hombres que son obligados a cometer un crimen... Y es que la traición es lo más horrible que le puede pasar a un ser humano”.
Le llenaron la taza, y dio un sorbo largo. Luego, añadió:“Hay caminos por los que uno no quisiera andar -dijo-; hay caminos que uno no quisiera conocer; pero, las consecuencias de nuestras acciones nos llevan a donde nunca imaginamos ir”.
Vino el mesero, y ordenó el desayuno. Lamentablemente para mí, tengo que cuidar mis retinas. La diabetes ya me hizo daño, y la cirugía que me hizo el doctor Fred Bodden va sanando demasiado despacio para mis deseos. De modo que pedí café, y... nada más; aunque se me antoje de todo.
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“Este hombre -me dijo el agente, señalándome una fotografía-, cree que no debe estar en la cárcel. Lo condenaron a veinte años y seis meses, por parricidio, y, a pesar de que ya lleva siete años en la penitenciaría de varones de Támara, sigue creyendo que lo que hizo fue un acto de justicia, ya que no se puede perdonar la traición, y más, cuando es inmerecida”.
“¿Mató a la esposa?” -le pregunté.“Sí -respondió el agente, dándole vuelta a una página-; y lo hizo de tal forma que, si no es por el médico forense, jamás hubiéramos resuelto el caso”.“Y, ¿cómo lo hizo?, ¿cómo fue que mató a la esposa?”.
“Vamos por partes, Carmilla”.En ese momento le trajeron el desayuno.
CASO
A eso de las ocho de la noche, en el 911 se recibió una llamada urgente. Un hombre, con voz agitada, decía que necesitaba ayuda para su esposa.“¿Qué le pasa a su esposa?” -le preguntó el operador.“No sé... De repente se puso pálida, sintió que se ahogaba, y cayó al suelo echando espuma por la boca”.
“¿Echando espuma por la boca?”.“Bueno; no sé si es espuma, o es saliva... Pero necesitamos que nos ayuden a llevarla al hospital. Mi carro está malo”.“A ver, señor... Cálmese, para que me pueda contestar algunas preguntas”.
“¿Preguntas? Pero, ¿qué preguntas me puede hacer, si lo que les pido es ayuda para llevar a mi esposa al hospital?”.“¿Toma algún medicamento su esposa?”.
“¿Eso qué tiene que ver?”.“Es importante saber, señor... Mientras usted me contesta, estamos enviando ayuda... Deme su dirección”.
El hombre habló por más de un minuto.“Bien -le dijo el operador-. ¿Toma algún medicamento su esposa?”.“Sí, señor... Toma varios; en la mañana y en la tarde”.“¿Qué padecimientos tiene su esposa?”.“Es hipertensa, señor, padece de lupus, fibromialgia y otras enfermedades”.
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“Entiendo”.Las preguntas duraron más tiempo. De pronto, el hombre dijo:“Mire, señor; mi esposa no se mueve; le hablamos y no contesta, y la tocamos y no responde”.“¿Puede comprobar si está respirando?”.“No sé, señor”.“Acérquese a ella, y compruébelo... Es algo sencillo”.
El hombre obedeció; sin embargo, en aquel momento se escuchó el sonido de una sirena.
“Creo que es la ambulancia que viene por mi esposa” -dijo el hombre.Y así era.Los paramédicos entraron a la casa y fueron directamente a la habitación donde estaba la mujer. Uno de ellos, poniendo una caja de plástico en el suelo, se arrodilló para verla de cerca; le abrió uno de los párpados, y acercó un oído a su pecho. Luego comprobó si respiraba, mientras trataba de encontrarle el pulso.
Se puso de pie.“Hay que llamar a Medicina Forense y a la Policía -dijo-. Aquí ya nada tenemos que hacer... Esta mujer está muerta”.
El esposo se dejó caer en la cama. La muchacha del servicio empezó a llorar.
“¿Tienen hijos?” -preguntó el paramédico.“No -dijo el hombre-. Tenemos dos años de casados, y estábamos dándonos un tiempo antes de tener el primer niño”.“¿Qué edad tenía la señora?”.“Veintinueve años... Yo tengo cuarenta y cinco”.
El paramédico no dijo nada.“¿De qué murió mi esposa, señor?” -preguntó el hombre, limpiándose las lágrimas.“No sabría decirle, señor... Tal vez se intoxicó”.
“Tal vez -musitó el hombre-. Tomaba tantas pastillas...”DPI.“Del 911 nos avisaron que en aquella dirección estaba una mujer muerta, tal vez por intoxicación -dijo el agente-; y nosotros llamamos al fiscal y a Medicina Forense. También a Inspecciones Oculares”.
Dio una mordida a un taco que había hecho con huevo, frijoles y plátano frito, y comió con placer.
Luego, añadió:“El fiscal es un muchacho al que le entusiasma la criminalística, y con él hemos trabajado bien en otros casos... Hoy, creo que está por retirarse para ejercer su profesión de manera privada”.
Yo lo escuchaba sin decir nada. El agente siguió hablando. Dijo:“Creo que aquí hay algo raro -me dijo el fiscal-; acérquese bien a la mujer, y huela su boca”.“¿Qué huele usted?”.
“Haga lo que le digo... Y me dice... Tal vez estoy equivocado”.
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El agente hizo otro taco, bebió un trago largo de café, y dijo:“Me agaché sobre la mujer, acerqué mi rostro al suyo, que estaba lívido, blanco como el papel, y olí la espuma que tenía casi seca en las comisuras de los labios”.
Comió con hambre.“Aspiré por la nariz lo más que pude -dijo, luego de un momento-, y me quedé allí, oliendo aquel olor tan característico... Luego, me puse de pie, y me acerqué al fiscal”.“¿Qué olió?” -me dijo, en voz baja.
“Es un olor a almendras” -le dije.“¿Sabe lo que eso significa?”.“Creo que sí”.“Cianuro” -dijo el fiscal, casi con el mismo entusiasmo con el que Arquímedes exclamó su famoso ¡Eureka!“Cianuro” -repetí.
“Esta mujer, o se suicidó, o la mataron”.
“Era una mujer joven, según los paramédicos, el esposo dijo que padecía algunas enfermedades, como lupus, fibromialgia e hipertensión, y que tomaba bastantes medicinas; pastillas, especialmente”.
“¿Es posible que se haya suicidado al no poder soportar el sufrimiento de esas enfermedades?”.“Es posible -le respondí-; pero, en todos mis años como investigador criminal, nunca he tenido un caso en el que una persona se suicidara a causa de estas enfermedades; por no soportarlas más, quiero decir”. “Ni yo”.
“Voy a pedirle al forense que le haga la autopsia lo más rápido que sea posible... -dijo el fiscal-. Debe haber algo en su estómago que nos ayude a confirmar las sospechas. Por lo pronto, vamos a detener al esposo, para investigación, nada más; y que los técnicos de Inspecciones Oculares busquen bien en la casa, por si hay algo de cianuro en alguna parte; algo que nos guíe en este caso”.
RESULTADOS
El informe del forense no tardó mucho en estar en manos del fiscal. Encontró cianuro en el estómago de la mujer, pero, también restos de una cápsula verde con amarillo.
“Es una de las medicinas que tomaba a diario” -dijo el fiscal.“Sí, pero hay algo que me parece raro... Nunca una cápsula tiene el polvo del medicamento tan aplastado... Es como si lo hubieran llenado con fuerza... Pero, ese no es mi trabajo”.
“¿Tiene la cápsula?”.La mitad. La parte verde. La parte amarilla se abrió y dejó salir lo que tenía adentro... Y en esto hay algo raro, también”.“¿Y es?”.
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“Toda actividad se detuvo en el cuerpo de la mujer; y creo que hasta los jugos gástricos... O, al menos, la parte verde de la cápsula resistió”.“¿Cuánto tardó en morir esta mujer, doctor?”.
“Quince segundos; tal vez menos... El cianuro es como una bala en la cabeza”.“Entiendo”.
PREGUNTAS
“Mire, Carmilla -me dijo el agente, acomodándose en la silla, mientras empujaba el plato vacío hacia un lado-, los técnicos de Inspecciones Oculares no encontraron nada sospechoso en la casa; y ya el fiscal iba a liberar al esposo, cuando un hermano de la víctima nos dijo que su cuñado había trabajado en una agropecuaria, una tienda donde venden toda clase de venenos para plagas... Entonces, el fiscal lo llamó aparte, y le dijo: Sabemos que usted mató a su esposa.
Le dio cianuro en una de las cápsulas que sabía bien que ella tomaba en la noche... Es seguro que hasta usted le ayudó a escoger las medicinas, como una forma de atención especial a la mujer que se sabía amada por usted... Sabemos que usted trabajó en una agropecuaria, y solo nos tomará un tiempo para saber cómo fue que usted consiguió el cianuro. Y sabemos que usted vació la cápsula de contenido original, que la llenó con el polvo del cianuro, lo apretó bien, y la mujer, inocente, se lo tomó... Un crimen muy bien planificado”.
El hombre bajó la cabeza, suspiró, y dijo, como si se le acabara de caer un enorme peso de encima.“¿Qué beneficios tengo si confieso?”.“Puede pedir el juicio abreviado, y el juez le dará veinte años en vez de cuarenta, o treinta y pico”.
“Ella me engañaba... Me pagaba mal, pues; y yo la quería... Yo soy mayor quince años, casi dieciséis, y me enamoré de ella como un estúpido... Pero, cuando me di cuenta que me mentía, y que estaba con otro hombre, me derrumbé por dentro; pero no le dije nada... No tenía nada que decirle... Solo quería vengarme; y esa fue la mejor manera de hacerlo... Hoy, como dice la canción del asesino: Ella ya está en el cielo, dándole cuenta al Creador. Yo estoy en la cárcel, dando mi declaración”.
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El agente hizo una última pausa.Es posible que en cinco años se beneficie por su buena conducta, y le permitan cumplir el resto de su condena en libertad. No le resultó el crimen perfecto”.
“¿Lo ha vuelto a ver?” -le pregunté.“Una vez; por casualidad... Lo trajeron al Hospital San Felipe, y nosotros andábamos allí con un sospechoso que iba a ser evaluado de sus ojos... Me saludó, y, entre otras cosas, me dijo: Me fregué solo, ¿verdad? Creí que ustedes no se darían cuenta de nada... Y no se imagina, amigo, lo horrible que es el camino a la penitenciaría”