Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: La última promesa (1/2)

Bien se ha dicho que la traición es raíz de muchos males
28.07.2024

TIEMPO. Pasaron muchos años para que este caso se resolviera, aunque solo fue a medias. Es más, quizá lo único que se supo fue la verdad, porque un caso criminal se resuelve hasta que el juez dicta sentencia. Y nada de eso se dio aquí.

Poco a poco, el tiempo se fue acumulando sobre aquella desaparición, y, aunque la Policía estuvo cerca de resolverlo, no fueron más allá de entrevistar al sospechoso principal, de imaginar algunas hipótesis y de asegurarle a la madre de la víctima que seguirían trabajando en el caso hasta resolverlo.

Pero, nada de aquello sucedió en los siguientes diez años. Ni en quince. Fue hasta veinte años después que se supo la verdad; pero, para muchos, ya era tarde. El tiempo, que todo lo cura y todo lo envejece, había hecho su trabajo, y a nadie le importó que la tierra vomitara a sus muertos.

Una nueva generación de detectives se hacía cargo de la investigación criminal en Honduras, y, por desgracia, una nueva generación de criminales acumulaba casos y expedientes de casos sobre los policías, poniéndoles limitaciones que les daban prioridad a lo nuevo. Un caso de hacia veinte años era historia. Solo eso.

in embargo, alguien tenía que dedicarle un poco de tiempo; pero, ese alguien tenía que empezar buscando el expediente en los archivos olvidados y polvorientos; y tenía que hacerlo, porque aquel hallazgo llamó mucho la atención, y la Dirección Policial de Investigaciones (DPI), estaba obligada a dar respuestas.

El expediente estaba amarillo, pero intacto; el polvo se había metido en los poros del papel, y olía a viejo; las fotografías habían perdido color, pero todavía eran útiles, y el agente al que le asignaron el caso les agradeció a sus compañeros de hacia dos décadas por lo claro y específicos que fueron al momento de investigar aquella desaparición.

AÑO 2000. La mujer, una campesina de baja estatura, con algo de canas y arrugas en la frente, a causa de las penas y de la vejez, llegó a primera hora de la mañana a la Policía a poner una denuncia. Su hija había desaparecido.

“¿Cuándo pasó eso, señora?” -le preguntó el agente, mientras escribía en una hoja de papel.

“Anoche, señor -respondió ella-; o ayer en la tarde... Ella salió del trabajo a las cinco, y desde esa hora nadie la volvió a ver”.

“¿Dónde trabaja su hija, señora?”.

“En el Hospital Escuela... Ya tenía dos años de estar allí...”.

“’De qué trabaja su hija en el hospital?”

“Es doctora, señor... Dentista... Se graduó de dentista en 1996... Y un amigo le ayudó a conseguir un trabajo..., temporal, porque solo la contratan cuando alguien se va de vacaciones, o se va por maternidad; pero le sirve de mucho... Así ha estado desde 1998”.

“Y, ¿por qué cree usted que su hija desapareció, señora?”.

“Pues, porque ella nunca se retrasa para llegar a la casa... Sale del trabajo, se va en taxi hasta el Centro Comercial Miraflores, y después otro hasta el Instituto Central. Vivimos en la colonia El Álamo”.

“¿Cuántos años de edad tiene su hija, señora?”.

“Treinta, señor; recién cumplidos”.

“¿Trae alguna fotografía de ella?”.“Sí; éstas”.

“Y, ¿no llegó anoche?”.

“No, señor. Y hoy no fue a trabajar... La fuimos a buscar con su hermana, mi hija, y no llegó... Nadie sabe nada de ella...”.

“¿Habló con sus amistades? ¿Con algunos compañeros de trabajo? ¿Algún novio?”.

“Sí, señor. Hablamos con sus conocidos; pero no saben nada de ella... Y hasta fuimos al velorio de una..., de una mujer que fue amiga de ella, y que se murió ayer; pero no estaba allí, y nadie la ha visto por la funeraria”.“¿Una amiga de ella murió ayer?”.

“Sí, señor... Una amiga de ella...”.

“¿Qué tan buena amiga?”

“No le entiendo”.

“Si su hija supo que su amiga murió ayer, lo más seguro es que quisiera ir a verla a la funeraria, para despedirse de ella, ¿no cree?”.

La mujer bajó la cabeza, después de mirar a su hija, que la acompañaba; y se limpió unas lágrimas.

“Al señor hay que decirle la verdad, mamá” -le dijo la muchacha.

“¿De qué va a servir eso?”.

“No sé...”.

“Bueno, señor -musitó la señora, empezando a hablar después de largos segundos de silencio-; es que mi hija no era amiga de la mujer que se murió ayer...”.

“Ah no... -exclamó el policía-. No la estoy entendiendo bien. ¿No eran amigas? ¿Eran enemigas, entonces?”.

“No... No... Nada de eso... Bueno... Se habían distanciado... y no se hablaban...”.

“Explíquese bien, por favor... Recuerde que la Policía necesita de todos los datos, por más pequeño o sin importancia que parezca... Solo así podemos investigar bien...”.

La muchacha, una mujer delgada de unos veinticinco a veintiocho años, carraspeó para aclarar la voz antes de responderle al detective:

“Mire, señor... Es que a mi mamá le da vergüenza decirle esto...”.

“¿Qué cosa?”.

“Mi hermana... la doctora, y la mujer que murió ayer, eran pareja... ¿Sí me entiende?”.

“A ver, explíquese mejor”.

“Eran... de eses mujeres que les gustan las mujeres...”.

“Y ellas eran... novias, ¿no es así?”.

“Así es...”.

“¿Desde cuándo?”.

“Pues... desde hace diez, once o doce años... Desde que entraron a la universidad... Allí se conocieron, y se hicieron bien amigas, aunque la mujer que se murió ayer era cinco o seis años mayor que mi hermana...”.

“Y ¿se habían distanciado?”.

“Pues, sí”.

“¿Sabe usted por qué fue?”

“Creo que mi hermana cometió un error”.

“¿Qué tipo de error?”

“Pues, esos errores que se cometen casi siempre... Como que se relacionó con otra persona, y ella se dio cuenta”.

“Cuando dice ‘ella’ se refiere a la mujer que murió ayer, ¿verdad?”.

“Sí, señor”.

“¿Hace cuánto fue que pasó eso?”.

“Exactamente... cuatro años...”.

“Y, en cuatro años no se volvieron a ver”.

“No... Y mi hermana empezó otra relación, pero nosotros no supimos con quién... Ella es muy reservada”.

“Y, ¿ustedes conocían bien a la mujer que murió ayer?”.

“Sí... Sí la conocimos...”.

El agente estaba confundido. Escribía en letras grandes lo que preguntaba y lo que le respondían, pero, poco a poco, se iba metiendo en un misterio que se hacía más oscuro cada vez.

“Y, ¿qué tiene que ver esa mujer, la que se murió, en todo esto?”.

La pregunta era extraña.

“No le entiendo, señor” -dijo la madre.

“¿Cómo saben ustedes que la mujer, la amiga de su hija, murió ayer?”.

“Uno se da cuenta de todo. Allí la están velando, en la funeraria... La entierran a las dos, después de la misa”.

“Disculpen, señoras... Vamos por partes... Creo que esto está muy enredado... ¿Cómo saben ustedes que hoy a las dos entierran a la mujer?”.

“Porque fuimos a la funeraria a buscar a mi hija, por si estaba allí...”.

“¿Cree usted que su hija, después de cuatro años, y en una nueva relación, iría al velorio de la mujer a la que engañó?”.

“Pues, no sé... Es algo que me imaginé”.

“Y ¿qué averiguó?”

“Nada... El esposo dijo que no había visto a mi hija, y que no quería verla por ahí...”.

“Espérese un momento. A ver... ¿El esposo de quién...?”.

“De la mujer muerta; el viudo”.

“Espérese, señora... Ordenemos bien las ideas... ¿La mujer que murió ayer, y que seguramente tiene un nombre, era casada?”.

“Sí; y con dos hijos... Una hembra y un varón”.

“Pero, el esposo no supo nunca sobre la relación que tuvo su hija con la esposa...”.

“Sí la supo, señor -dijo la muchacha, ante el silencio de su madre-; y hasta la avaló... Y creo que a él le gustaba eso... No sé bien, porque mi hermana no hablaba mucho, pero él y la mujer, o sea, la muerta, la que se murió, siempre andaban con ella para arriba y para abajo... Mi hermana decía que la apoyaban mucho, y que ella los quería bastante”.

“¡Ay Dios! Esto como que se va poniendo raro”.

“Y mi hija no aparece desde ayer que salió del hospital, señor”.

“Han pasado veinticuatro años de esto -me dice-, y, como me pasó con otros casos, este fue uno de esos que se me quedó en la mente porque me pareció raro y complicado, y porque no tenía ni pies ni cabeza. Yo escribí todo eso, lo que está en el expediente, pero no le encontré forma para empezar la investigación... La doctora desapareció; se perdió del hospital camino a su casa. Nadie la vio en el velorio de su vieja amiga; nadie, y esto lo aseguro porque después de que la señora y su hija se fueron de las oficinas de la La Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC), que así se llamaba en aquel tiempo, me fui con un compañero a la funeraria, con una fotografía de la doctora. Allí estaba el ataúd, con varios ramos de flores encima, cerrado... Hablé con el esposo, con el viudo, y me dijo que tenía más o menos cuatro años de no ver a aquella mujer, y que no había llegado a la vela, lo que para él hubiera sido un detalle especial, después de los diez o más años que habían compartido con su esposa... Pero, no; no llegó. Y a él no le importaba. Y las personas que estaban allí, y que estuvieron la noche anterior, tampoco la habían visto; incluidas algunas que la conocían bien... por la amistad que tuvo con la muerta, y con la familia”.

El agente hizo una pausa, buscó una página, llena de polvo, y me la dio para que leyera:“¿De qué murió su esposa, señor?”

“Leucemia”.

“Ah ya”.

“Era una mujer bonita, pero la enfermedad la dejó en los puros huesos... ¿Le gustaría verla?”.

“No; no, señor... No es necesario... Lo acompaño en su dolor... Y, por si llega a saber algo de... la doctora, por favor, comuníquese con nosotros”.

“No creo que llegue a saber algo de ella; y no me interesa”.

“Sabemos que lo que le hizo a su esposa fue terrible”.

“¿Cómo saben eso?”.

“Pues, la mamá de la doctora fue a denunciar su desaparición... Usted entiende...”.“Sí”.

“Imagino que usted y su esposa la odiaban”.

“No, señor. No. Y no es que no nos dolió todo aquello, pero, el tiempo pasó, y los malos pensamientos se fueron... Y, le vino el mal a mi esposa, y luchamos dos años con eso, hasta ayer, que ya no pudo más”.

“Supongo que podemos hablar con usted después del entierro”.

“¿Qué más quiere saber? Podemos hablarlo ahorita”.

“¿Cuándo fue la última vez que vio a la doctora?”.

“Hace cuatro años...”.

“¿No supo nada más de ella?”.

“Hay amigos, y siempre se saben cosas; pero, ya no me importaban”.

“Y ¿a su esposa?”.

“A ella le dolió mucho, pero, trató de superarlo... La enfermedad fue algo duro”.

“¿La odiaba su esposa?”

“Creo que fue más el despecho”.

“¿Sabe si volvieron a verse, o a comunicarse?”.

“No; no lo sé... Y no lo creo... Mi mujer me lo hubiera dicho”.

“¿Usted avalaba la relación...?”.

“Sí... Por once años...”.

“¿Ella se comunicó con ustedes?”.

“¿Después de lo que hizo? No, señor. Sería demasiado cinismo...”.

“Bien... Lo dejo, señor... Pero, si necesito hablar con usted...”.

“Puede encontrarme en mi trabajo o en mi casa... Escriba mi dirección”.

En el expediente está escrito en letras grandes un nombre, seguido por una dirección.

CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA