Selección de Grandes Crímenes: Un hombre demasiado astuto

El crimen nunca gana; de eso debemos estar seguros. Ahora también puede disfrutar de esta historia a través de un audio, dando clic en la nota.

  • 13 de octubre de 2024 a las 00:00
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RESUMEN. Una mujer fue acribillada a balazos dentro de su camioneta, a escasos metros de su casa. Acababa de salir de una audiencia de conciliación con su esposo. Los testigos, unos albañiles que trabajaban en una construcción cercana, dijeron que un carro del SANAA se estacionó cerca, y que en el carro iban varios hombres con gorras y mascarillas. Cuando vieron venir la camioneta, se bajaron tres de ellos, y le dispararon sin perder tiempo. Luego, escaparon en dirección a la salida del norte de la ciudad.

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Tiempo después, la Policía encontró el carro del SANAA en un sitio solitario, más allá de la aldea El Lolo, en el camino que va hacia la aldea Cerro Grande. De inmediato confirmaron que no era un carro del SANAA, que lo habían disfrazado. El esposo de la mujer asesinada, que iba a un viaje de negocios a San Pedro Sula, fue obligado a regresar. Dijo que no sabía nada del atentado, y que no tenía idea de si alguien quería ver muerta a su esposa.

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Los agentes de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) estaban en un callejón sin salida. No tenían pruebas de nada, aunque sospechaban del esposo, a raíz del pleito que tenían ambos en los juzgados por la repartición de los bienes del marido después de la separación.

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Fuera como fuera, los agentes estaban obligados a encontrar a los criminales, ya que se trataba de un asesinato por encargo; y había detrás de todo esto un autor intelectual. Y la DPI empezó a trabajar.

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+Selección de Grandes Crímenes: El misterio de la hacienda Santa Teresa

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PLÁTICA

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“Mire, Carmilla -me dijo el ministro de Seguridad, el general Héctor Gustavo Sánchez-, son muchos los casos que atendemos a diario en la Policía Nacional, y a todos quisiéramos darles la respuesta que espera de nosotros la población; y por eso trabajamos duro. Y, en este caso en especial, los muchachos de la DPI se esforzaron mucho para resolverlo, y aclarar el misterio del crimen de esa pobre mujer. Y yo, como ministro de Seguridad, siempre estoy pendiente del trabajo de la DPI, porque es nuestro deber llevar ante la Justicia al que comete un delito, sea cual sea”.

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“A la mujer la mandaron a matar” -le dije.

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“Eso estaba claro desde la escena del crimen, el testimonio de los testigos que vieron el supuesto carro del SANAA, los criminales con mascarillas y gorras, y el hecho de que se aseguraron que la camioneta de la mujer se acercara lo suficiente para disparar. Pero, era eso lo que tenía la DPI, y con eso tenían que trabajar para resolver el caso”.

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“¿Encontraron huellas en el carro abandonado?”.

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“No. Los delincuentes se aseguraron de limpiar bien todo el carro. No se encontró ninguna huella. Pero, sí se sentía un olor a cloro en el vehículo. Así fue como lo limpiaron”.

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“Y, ¿las cámaras ayudaron?”.

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“Hasta cierto punto”.

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Esto era verdad. Pero nada más se podía hacer. Resultó que el carro era robado, y que le habían puesto pegatinas del SANAA, incluso una escalera. Era todo lo que tenía la Policía. Pero, tenían que trabajar en el caso, hasta resolverlo. Y no tenían la opción de rendirse.

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CELULAR

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Los agentes tenían el número de teléfono de la víctima, y del de su esposo. Y empezaron a trabajar con estos, aunque no esperaban lograr mucho. No había nada comprometedor en el teléfono del hombre, y ninguna amenaza en el de la mujer.

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“Tal vez este hombre usa otros números” -dijo uno de los agentes.

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“Busquemos con el nombre”.

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“Y busquemos con los nombres de las personas que más se relaciona, por las llamadas”.

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Aquel trabajo les llevó tres días. Eran muchos los números del hombre, ya que era un comerciante, y nada encontraron los policías que pareciera sospechoso. Hasta que descubrieron que uno de sus empleados tenía dos números de teléfono. Uno, antiguo, y que usaba constantemente. El otro, comprado tres días antes del crimen, y en el que había una sola llamada al número de su jefe.

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Los policías investigaron al empleado, y pronto se dieron cuenta que era encargado de bodega, y que había estado en la cárcel de Támara, acusado de portación ilegal de arma de uso prohibido. Él dijo que había comprado la pistola, una Beretta .9 milímetros, por cinco mil lempiras, y que no sabía que era robada, y que portarla sin documentos era ilegal. Y, por no tener antecedentes, se defendió en libertad. Ante eso, pronto este hombre se convirtió en persona de interés para la Policía.

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“¿Lo llamamos al número nuevo?”
-preguntó un agente.

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“No, porque lo podemos alertar... Mejor, esperemos. Vamos a darle seguimiento esta misma tarde, y lo vamos a abordar antes de que se deshaga del teléfono. Vamos a saber por qué razón hay una sola llamada a ese número, y, precisamente, hecha el mismo día en que lo compró; y esa llamada es al número que más usa su patrón”.

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“Tal vez por aquí empecemos a acercarnos al autor intelectual del crimen”.

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“Yo creo que ya sabemos quien es; lo que pasa es que sin pruebas no hacemos nada. Y, como dice el fiscal, con el menor indicio lo llevamos ante el juez. Pero tenemos que encontrar ese indicio”.

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+Selección de Grandes Crímenes: El poder de una mentira (parte I)

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EL BODEGUERO

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Era un hombre joven, de treinta años; no muy alto, delgado, de piel trigueña, con tatuajes en el brazo derecho, y corte de pelo al estilo militar.

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Esa tarde, cinco agentes de la DPI esperaban a que saliera de su trabajo. Caminó hacia la estación de bus, y fue allí donde los policías lo abordaron.

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“Policía -le dijeron-; queremos hablar con vos”.

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El hombre se sobresaltó, quiso correr, para escapar, pero lo tenían rodeado. Dos agentes lo apuntaron con sus armas a la cabeza.

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“Policía -le repitió el agente a cargo-. Manos arriba. Queremos hablar con vos”.

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“Yo no he hecho nada”.

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“No te estamos acusando de nada, pero queremos hacerte un registro”.

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El hombre les dio la mochila que llevaba a la espalda.

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En una de las bolsas del pantalón llevaba un teléfono, el que usaba siempre. En la mochila estaba el teléfono nuevo.

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“Ese teléfono no es mío” -dijo.

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“¿De quién es?”

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“No es mío”.

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“Pero, está a tu nombre... Eso ya lo sabemos. Y vamos a ir a un lugar tranquilo para hablar con vos. De lo que nos digás, va a depender que te ayudemos; pero, si nos mentís, el fiscal va a hacer algo contra vos que no te va a gustar, y recordá que ya estuviste en la cárcel, y que no es nada agradable estar allí”.

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MENSAJES

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Uno de los agentes lo interrumpió.

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“Mirá lo que hay en este teléfono” -dijo, mostrándole la pantalla, y varios mensajes escritos, enviado y recibidos.

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“Y parece que son mensajes del día en que mataron a la señora”.

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“Unas dos horas antes”.

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“Después de que saliera de la audiencia en el juzgado”.

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El agente se volvió al bodeguero.

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“¿Nos vas a decir qué significan estos mensajes?”.

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No dijo nada.

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“Mirá: El primer mensaje salió de uno de los teléfonos de tu patrón, y dice: IC. La respuesta a este mensaje, y que seguramente la enviaste vos, es: E. El tercer mensaje es: PHM. Y vos respondiste: E. ¿Me vas a decir qué significa eso?”

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“Yo no sé”.

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“Bueno, entonces te vamos a detener por considerarte sospechoso de formar parte de la banda que asesinó a la señora”.

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“Yo quiero hablar con un abogado”.

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“Tenés ese derecho; pero, primero te voy a decir que, si nos ayudás, el fiscal va a ser bueno con vos”.

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El hombre se dejó poner las esposas de acero sin decir nada. Estaba pálido, y sudaba.

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“Mirá, te voy a ayudar... Vamos a ver si puedo entender estos mensajes... El primero: IC, es, imposible conciliar, o, imposible conciliación. Están enviados después de la audiencia. Y vos estabas esperando estos mensajes para decirles a tus cómplices que era hora de atacar a la mujer”.

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“Mire, señor... Yo...”.

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“Vos le respondiste con una E. E, de entendido. Porque sabemos que fuiste militar, y que la palabra Entendido siempre está en boca de ustedes”.

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“Mire...”.

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“El tercer mensaje, ¿qué significa? Porque el último, el cuarto, sabemos que es E de entendido”.

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El hombre temblaba de pies a cabeza. Después de un largo silencio, dijo:

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“¿Me van a ayudar si les colaboro?”.

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“Sí”.

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“Ese mensaje quiere decir: Pélenla hoy mismo... PHM. Y yo les avisé a los manes que mi jefe había contratado”.

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“¿Por qué quería matar a la mujer tu patrón?”.

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“Porque ella se quería quedar con la mitad de todo el pisto del patrón... Y a mí me pidió que lo ayudara”.

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“¿Te pagó?”.

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“Sí”.

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“¿Quiénes mataron a la mujer?”.

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“Unos chavalos de Olancho”.

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“¿Los conocés?”

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“A uno”.

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“El nombre”.

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Vaciló un poco, pero dijo un nombre.

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“Vive en Tocoa, en una aldea...”.

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“¿Vos lo contactaste?”.

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“Sí”.

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+El paso a paso para un crimen (1/2)

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NOTA FINAL

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El bodeguero sigue en prisión. Su jefe tiene alerta roja. Se cree que está en Brasil o en Nicaragua. Sus negocios siguen funcionando. El hombre al que mencionó el bodeguero fue asesinado en un pleito de cantina.

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No se ha encontrado al hombre que le quitó la vida. Llegó en una moto, preguntó algo, y empezó a discutir con la víctima. Le disparó una sola vez en el pecho, y desapareció. Nadie recuerda si la moto andaba placas. Los albañiles no reconocieron al bodeguero. El general Sánchez está seguro de que el esposo de la mujer asesinada será capturado muy pronto.

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“Sencillamente, Carmilla -me dijo-, porque el crimen no paga, y porque no hay crimen perfecto”.

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