Selección de Grandes Crímenes: Un hombre profundamente bueno

“No te dejes llevar por lo malo; más bien, vence al Mal con el Bien”. Ahora también puedes disfrutar de este relato a través de un audio al dar clic en la nota

  • 08 de diciembre de 2024 a las 00:00
Selección de Grandes Crímenes: Un hombre profundamente bueno
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RESUMEN. Un muchacho, desesperado, pide la ayuda del doctor Emec Cherenfant para salvarle la mano derecha a su padre, que fue atacado por el amante de su esposa con un mazo de hierro, y en el Hospital Escuela están a punto de amputársela. La mano está prácticamente deshecha, y los médicos saben que no se puede reconstruir.

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El muchacho, en su angustia, se arrodilla delante de todo el mundo, y le pide a Dios un milagro. Y Dios lo escucha desde el cielo. Sale uno de los doctores que atienden a su papá, y el muchacho le pide que se comunique con el doctor Cherenfant.

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Los doctores son amigos, y el doctor Cherenfant envía una ambulancia del Hospital San Jorge para traer al paciente. Pero, hay algo más: el paciente está acusado de homicidio. La Dirección Policial de Investigaciones (DPI) lo acusa de haber matado al amante de su esposa.

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Este está muerto en la habitación del sospechoso. Cayó de espaldas, se golpeó la cabeza contra la pared y murió desangrado. Y policías custodian al hombre en el Hospital Escuela. Después de la cirugía, que duró varias horas, y en la que trabajó sin descanso un equipo de médicos, anestesiólogos y enfermeras, el doctor Cherenfant se reúne con los detectives.

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CASO

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“Creo que van a tener que esperar algún tiempo para poder llevarse al detenido a la cárcel -les dijo el doctor-. Logramos reconstruirle la mano en un noventa a noventa y dos por ciento, y, claro que no será la mano de un pianista, pero será una mano funcional; y evitamos la amputación, gracias a Dios”.

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“Él mató al amante de la esposa, doctor” -le dijo un detective.

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“Eso no se puede comprobar así como así; supongo yo -replicó el doctor Cherenfant-. No entiendo mucho de criminalística, pero, creo que dos más dos son cuatro, y que ustedes son como los matemáticos: ven cada detalle, suman, restan, ven posibilidades, analizan, hacen hipótesis a partir de los detalles, aun de los que parecen ser insignificantes, y ayudan a hacer justicia... Es lo que yo supongo”.

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“Y supone usted bien, doctor... Pero, en este caso todo está claro”.

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“¿Ya tenemos los resultados de la autopsia?”.

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“Sí, doctor. Al caer y golpear la cabeza contra la pared, se lesionó el cerebro, y murió desangrado”.

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“En mi condición de médico, eso me parece posible; sin embargo, por lo que ustedes me han dicho, y por la forma en que quedó el cuerpo, tal vez el golpe no era tan fuerte como para dañar el cerebro y provocar una hemorragia mortal”.

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El doctor hizo una pausa.

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“No se rompió ninguna vértebra cervical, ¿verdad?”.

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“No, doctor”.

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“Y, ¿vieron cada detalle en la escena del crimen?”.

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“Detuvimos a la mujer para investigación, y lo que ella dice es que su esposo llegó de pronto, y los encontró en la intimidad, en su propio cuarto. Que el amante creyó que el hombre ofendido lo atacaría, y saltó de la cama, tomó una almádena, un mazo de hierro que llevaba consigo, sabe Dios por qué, y que, así, desnudo como estaba, se lanzó contra el esposo... Este se hizo para atrás, para esquivar el primer golpe, pero resbaló, y cayó, y el amante aprovechó para descargar el segundo golpe; falló en darle en la cabeza, y le golpeó la mano derecha, en la que se apoyaba el hombre en el suelo, con tan mala suerte que se la deshizo de un golpe. Luego, según dice la mujer, su esposo sacudió la mano, y ella vio que la tenía deshecha, y sangrante, y oyó que el amante dijo: Voy a terminar lo que empecé. Y en lo que levantó el mazo de hierro por tercera vez, de pronto se fue hacia atrás, trastabilló, y cayó, golpeándose la cabeza en la pared. Allí quedó, inconsciente, y la mujer vio que empezó a salirle sangre por la nariz y la boca, y que se agitaba, como los pollos cuando les cortan la cabeza... Eso dijo la mujer, quien, después, se envolvió en una sábana, y salió corriendo del cuarto y de la casa, y se fue a refugiar a la casa de su madre... Es todo lo que dice”.

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El doctor Emec Cherenfant pensaba.

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“En todo lo que dice la mujer, no encuentro ningún contacto entre el esposo ofendido y el amante... ¿Lo encuentran ustedes?”.

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“Ahorita que usted lo dice, no... Pero, creemos que el esposo lo empujó, causándole la caída, y con esto, la muerte. Por eso, el fiscal lo acusa de homicidio”.

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“Podría verse desde otro punto de vista, si nos atenemos a las reglas legales -añadió el doctor-. El esposo actuó en defensa propia, si es que en realidad fue él quien golpeó a su rival, y lo hizo caer, provocando así su muerte”.

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“Eso es algo que el abogado defensor puede decir ante el juez. Nosotros nos limitamos a seguir con el caso, hasta presentarlo a la fiscalía”.

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“Y van a presentar un caso que la fiscalía va a perder ante el Tribunal -aseguró el doctor-. Me dijeron que hay alguien cuidando la escena del crimen”.

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“Así es”.

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“Me gustaría ir a verla”.

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“¿Usted, doctor?”.

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“Sí, sí; ya sé que soy cirujano plástico, y que nada tengo que ver en asuntos criminales; pero, tengo una corazonada, y me parece que el amante no murió a causa de alguna acción del esposo... Este estaba con su mano deshecha en el suelo, y la mujer dice que la sacudió, seguramente a causa del dolor, que debió ser horrible”.

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“¿Qué piensa, usted, doctor?”

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“Vamos a ver la escena del crimen; y si es verdad lo que sospecho, vamos a ayudarle a un inocente a salvarse de una condena injusta”.

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“Vamos”.

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EN LA ESCENA

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Pasaron por debajo de la cinta amarilla que delimitaba la escena del crimen, y el doctor entró a la habitación principal. Había sangre coagulada, y esta delineaba las formas de un torso.

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“¿Dónde estaba el esposo?” -preguntó.

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“Estaba aquí, caído... Aquí se ve la mancha de sangre de su mano, y parece que aún hay restos de piel”.

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“Excelente... -exclamó el doctor Cherenfant-. Fíjense bien, por favor... El amante estaba a una distancia de un metro del esposo caído. Ya le había dado el golpe con el que le destruyó la mano, y se aprestaba a dar el golpe mortal, ya que sabemos que dijo que terminaría lo que había empezado; o sea, matar al esposo... Pero, si nos fijamos bien aquí -añadió, agachándose-, hay algo como una marca de sangre, en la que parece que alguien se resbaló... Si nos fijamos bien, había suficiente sangre aquí, seguramente la que salió de la mano deshecha cuando el esposo la sacudió a causa del dolor. Esta sangre, fresca y viscosa, fue pisada por el amante, con el talón de su pie derecho, y, en el impulso para levantar el mazo, que sabemos que es pesado, muy pesado, se deslizó, perdió el equilibrio, y se fue hacia atrás... Aquí y aquí vemos que el hombre quiso recobrar el equilibrio, pero solo logró volver a deslizarse, ya que su talón estaba lleno de sangre. Por tanto, se fue hacia atrás, golpeó la cabeza en la pared, y, sin romperse ninguna vértebra cervical, lo que le hubiera causado la muerte instantánea, empezó a desangrarse por nariz y boca, según dijo la mujer, y se agitaba como pollo decapitado... Permítaseme esta expresión”.

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“De manera, doctor, que este hombre se mató solo”.

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El doctor sonrió.

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“Tengo un amigo en Medicina Forense -dijo-. Vamos a hacerle una visita”.

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Hizo una pausa, y, poco después salían a la calle, a la vista de muchos curiosos que reconocieron al doctor y lo saludaron con alegría.

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Una señora se le acercó, antes de que se subiera al carro, y lo abrazó.

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“Doctor -le dijo-, fíjese que yo siempre he querido verlo, y hoy Dios me lo trae cerca de mi casa”.

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“Y ¿en qué le puedo servir?” -le dijo el doctor.

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“Es que mire, doctor -empezó a hablar la anciana-, yo tengo una hija de cuarenta años; a ella le cortaron las chiches porque tenía cáncer de mama; y allí pasa deprimida porque no tiene dinero para hacerse unas chiches nuevas, de prótesis, que les dicen”.

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“Bueno -le dijo el doctor Cherenfant-, ya tiene usted quien le ayude... Llévemela al Hospital San Jorge, en el barrio La Bolsa, tercer piso, y vamos a ver qué podemos hacer por su hija”.

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“Ay, doctor; pero es que nosotros no tenemos dinero con qué pagarle”.

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El doctor sonrió, la besó en la cabeza blanca, a causa de las canas, y le dijo:

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“No se preocupe; Dios pagará por usted. Sólo llévela, y la vamos a dejar como modelo para Miss Honduras”.

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MORGUE

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Es increíble lo que la buena voluntad de un hombre puede hacer. Es increíble lo que el amor al prójimo puede lograr. Y sabemos que Emec Cherenfant ha dedicado gran parte de su vida a servir a su hermano que lo necesita, lo cual es un ejemplo que deberíamos seguir en beneficio de los que más necesitan.

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“Los que más necesitan no son olvidados de Dios -dice el doctor Cherenfant-; son nuestros hermanos, enviados por Dios hasta nosotros, para que hagamos con ellos todo el bien posible... Y no importa si tienen dinero para pagar una cirugía; Dios paga por ellos, ya que Dios no se cansa de bendecir, y su misericordia es infinita”.

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Con esta misma filosofía, llegó con los agentes a Medicina Forense. El doctor se reunió con un amigo suyo.

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“Yo le hice la autopsia -le dijo este-, y aquí están las fotos”.

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“Dicen que se lesionó el cerebro al caer con la cabeza contra la pared” -dijo el doctor Cherenfant.

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“Así parecía, al inicio... Pero, ¿cuál es tu idea, Emec?”.

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“¿Viste el talón derecho del cuerpo?”.

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“Sí; aquí están las fotografías”.

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El doctor Cherenfant las vio, una a una.

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“Aquí está el talón derecho -dijo, con un aire triunfal-. Está manchado de sangre, y parece que tiene huellas de haberse deslizado”.

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“Tenés razón, Emec” -dijo el forense.

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“Entonces, el sospechoso ni siquiera lo tocó” -agregó el agente a cargo del caso.

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“Así parece -dijo el doctor Cherenfant; y añadió- ¿Qué posibilidad existe de que se haya roto, reventado un aneurisma antiguo en la cabeza de este hombre al momento de golpearse la cabeza contra la pared?”.

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El forense sonrió.

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“Precisamente en eso estaba trabajando -dijo-. Pronto iba a cambiar mi informe... El hombre tenía un aneurisma sacular en la base del cerebro”.

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“Un aneurisma sacular -explicó el doctor Cherenfant a los agentes- es un abombamiento o abultamiento en un punto específico de una arteria intracraneana, que tiene varias ramas, o ramificaciones, como una enredadera... Es un tipo común de aneurisma que, si no se reconoce y se trata a tiempo, estallará, o se romperá a causa de algún golpe o bajo presión arterial alta, ya que alguna de las paredes de la arteria se ha debilitado, y no resiste más... Allí viene la hemorragia, y sin tratamiento, llega la muerte... Eso fue lo que pasó con este Don Juan”.

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Dijo esto, y se volvió al forense.

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“Todo esto se puede confirmar, ¿verdad?”.

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“Por supuesto”.

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“Entonces, mis queridos amigos -les dijo el doctor Cherenfant a los agentes-, parece que no hay homicidio que perseguir”.

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“Así parece”.

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NOTA FINAL

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“Carmilla -me dijo el doctor-, eso de la investigación criminal es apasionante... Gracias a Dios se le salvó la mano al hombre, y se le salvó de la cárcel... El hijo dice que él ya sabía de las andanzas de su mujer; pero, enamorado como estaba... Hasta que llegó ese día... Y Dios lo salvó, porque en todo esto está la mano de Dios”.

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“Y, de la mujer ¿se ha sabido algo, doctor?”.

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“Pues, mire lo que son las cosas... Un día me llamó el muchacho, hijo de mi paciente, y me dijo: Doctor, solo lo llamo para decirle que siempre vamos a estar agradecidos con usted; y para contarle que la exesposa de mi papá se fue mojada para Estados Unidos, y está presa en México, porque la agarraron con una mochila en la que llevaba un kilo de fentanilo... Y dicen que se va a quedar en México unos veinte años más”.

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El muchacho tomó aire.

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“¿Ve, doctor, que de Dios nadie se puede burlar?”.

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“Así es” -le respondió el doctor Cherenfant.

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El muchacho le dijo, antes de cortar la llamada:

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“Gracias por ser un hombre bueno, doctor”.

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Y yo le pregunté:

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“¿Y la hija de aquella señora que se le acercó allá, por la casa de la escena del crimen; la que tuvo cáncer de mama?”

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“Pues, le reconstruimos las mamas, y ahora se siente muy bien, y muy segura de sí misma... Y no se cansa de darle gracias a Dios”.

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“¿Y a usted?”.

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