RESUMEN. A Clara la encontraron muerta en un camino solitario, cerca de una aldea cercana a Santa Bárbara. La habían asesinado con saña. El médico forense, al reconocerla en la escena del crimen, dijo que el asesino tenía una ira incontrolable contra ella. La había acuchillado en el vientre, y le había destrozado los genitales. Además, la mató después de desnudarla, o de obligarla a hacerlo; y, algo más: entre la sangre y la piel destrozada de la vagina, el forense encontró restos de semen. Lo raro es que el esposo dijo que no tenía intimidad con ella desde hacía tres días, y que no imaginaba que Clara lo estuviera engañando. Y había otro dato interesante: el forense encontró en un glúteo, a la altura de la cadera, el pinchazo de una aguja hipodérmica, lo que lo hizo suponer que alguien acababa de inyectarle algún medicamento. Y, buscando lo que le habían inyectado, se descubrieron, en el laboratorio, estrógenos y progesterona en grandes cantidades, lo que se identificó como un anticonceptivo.
EL ESPOSO
“¿Clara usaba anticonceptivos? -preguntó el esposo-. Pero, si estábamos tratando de tener niños... Y ella seguía un tratamiento de fertilidad con el doctor... el ginecólogo que certificó que ella era virgen antes del matrimonio”.
El hombre estaba desesperado. Habían encontrado un cuchillo ensangrentado debajo del asiento del pasajero en el Jeep de su propiedad, y ahora la Policía lo tenía en custodia, y los fiscales lo acusarían de parricidio.
“Yo salí temprano de la casa -había declarado-, salí con mi papá, un hermano y el chofer para ir a ver un ganado en la Hacienda de don Ramiro Paz, en el camino a San Luis... Allí estuve toda la mañana; luego fuimos a almorzar Al balneario Aguagua... Regresamos a la casa a eso de las tres de la tarde, y allí fue cuando me dijeron que habían encontrado muerta a mi esposa”.
“¿Y el cuchillo con sangre de tu mujer en el Jeep? El Jeep que es de tu propiedad”.
“No sé... No sé nada de eso... Mi Jeep quedó en la casa... Nosotros nos fuimos en la camioneta de mi papá”.
Se pudo comprobar todo lo que el muchacho decía, y fue dejado en libertad. Pero, el caso quedaba sin solución. Clara estaba muerta, y alguien la había asesinado.
“Fue él -dijo la madre de Clara, llorando, ante el agente de la DPI que investigaba el caso-. Él la mató porque se dio cuenta de la verdad”.
“¿Verdad? ¿Qué verdad, señora? ¿Fue que él se dio cuenta que su hija Clara lo estaba engañando con otro hombre?”.
“No, eso no es cierto... Mi hija estaba enamorada de él... Mi hija no lo engañaba con nadie”.
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“Señora -le dijo el fiscal-, aquí tenemos el informe de la autopsia. El forense encontró semen en los restos de la vagina de su hija... Semen fresco, por decirlo de alguna forma, lo que nos indica que, poco antes de su muerte, Clara tuvo intimidad con alguien... Y hemos confirmado que el esposo no estaba en la ciudad cuando su hija fue a la clínica del ginecólogo para su tratamiento de fertilidad”.
“Ese hombre miente... -dijo la señora-. Mi hija fue al ginecólogo, es verdad, salió de allí vivita y coleando, y en alguna parte del camino, ese hombre la hizo bajarse de su carro, y se la llevó hasta ese lugar donde la mató... A lo mejor la violó antes... y ese semen que ustedes dicen es de él”.
“Señora, tenemos las pruebas del laboratorio que nos demuestran que el semen es de otro hombre, no del esposo de su hija... Y sabemos que él no pudo ser el asesino”.
“Si no fue él, entonces fue él el que la mandó a matar”.
“¿Por qué cree usted que mataron a su hija?”.
La señora levantó la voz.
“Porque ese miserable se dio cuenta de la verdad... Y no es que Clarita estuviera con otro hombre”.
LA VERDAD
El agente la miró, le llenó el vaso con agua, y ella tomó un sorbo.
“A ver, señora -le dijo-, vamos por partes, y despacio... ¿De qué verdad me está hablando?”.
La mujer hizo silencio. Después, dijo: “Quiero que metan preso a ese asesino”.
“¿De qué verdad se dio cuenta su yerno, señora?”.
Hubo otro silencio, esta vez, más largo.
“De lo que le hicimos a mi hija en Guatemala”, exclamó, como si quisiera quitarse un peso de encima.
“Y ¿qué fue lo que le hicieron a su hija en Guatemala?”
“Mire -suspiró la señora-, primero fuimos donde el doctor Emec Cherenfant, a Tegucigalpa, pero él no quiso ayudarnos. Solo le quitó un lunar bien feo que tenía mi hija en un labio... y que podía ser canceroso... Entonces, nos fuimos a San Pedro, pero como allí todo el mundo conoce a la familia del esposo de mi hija, ese maldito, nos fuimos para Ciudad de Guatemala”.
“¿Y qué le hicieron a su hija?”.
“Mire -dijo la mujer, después de un largo silencio, en el que se bebió dos vasos con agua-, mire... Mi hija era muy linda y era una niña tonta... Se enamoró de un camionero, de esos que andan por las carreteras, buscando cipotas ingenuas, y se entregó a él... O sea, que ese miserable chofer le quitó la virginidad a mi hija... Y, después, la dejó burlada... Menos mal que no la preñó... Pero, con el tiempo, se enamoró del que iba a ser su esposo... La familia de este hombre es de esas viejas antiguas, que quieren que las mujeres de sus hijos sean señoritas, que nadie les haya tocado ni un pelo y exigían saber esto antes de que el muchacho se casara con ella... Y como mi hija ya había dado la caída, pues, fuimos a ver quién nos ayudaba... Y en Guatemala la volvieron a dejar señorita... Las tías y la mamá del novio la llevaron donde un ginecólogo de confianza, amigo de ellas, y este la examinó a mi Clarita, y confirmó que sí, que era virgen... Y se casaron... Pero, yo sé que, de alguna forma, ese hombre se dio cuenta que lo había engañado mi niña, y por eso la mató”.
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EL GINECÓLOGO
Después de la muerte de Clara, el doctor que la atendía en su tratamiento de fertilidad desapareció de la ciudad. Tenía miedo de que lo acusaran de su muerte, ya que ella había salido de la clínica y las cámaras de vigilancia lo mostraron a unos metros del vehículo de Clara. Por eso se fue. Sin embargo, un día llamó a la fiscalía un abogado, y dijo que el doctor quería regresar a Honduras porque no tenía nada que ver con la muerte de la muchacha, pero que podía ayudar en la investigación. Y el doctor regresó.
“Mire, abogado -dijo, en las oficinas del Ministerio Público -, yo era el ginecólogo de Clara... Y era el ginecólogo de las mujeres de la familia del esposo... Me la llevaron para que confirmara que era virgen, antes de que se casara con el muchacho; y yo... pues... al observar bien, me di cuenta de que el himen de Clara había sido reconstruido... Pero dije que era virgen, y que no había sido tocada por nadie... Después de la boda, la cité a mi clínica, y le dije que conocía su secreto, y que sabía que el himen se lo había reconstruido un cirujano plástico... Ella se puso a llorar, y me confesó la verdad... Yo, pues, me aproveché, porque ella era muy linda, y le dije que quería que fuera mía, o le diría toda la verdad a la mamá del esposo... Y ella aceptó... Y yo la inyectaba cada mes para que no saliera embarazada... Y ese día, el de la muerte, ella llegó a la clínica, estuvimos juntos, y la inyecté, como cada mes; después de eso, no supe nada de ella, hasta que me dijeron que la habían matado”.
“¿Por qué cree usted que la mataron?”.
“Pues, por la forma de muerte, fue por eso... Porque se supo el engaño, y hay gente allí, en esa familia, que no perdona esas cosas... El hombre debe estrenar a su mujer, y no puede ni debe casarse con una mujer que ya ha sido usada por otro... o por otros... eso es lo que piensan”.
“Sabemos que no fue el esposo el que la mató”.
“Eso dicen; y está libre... pero, el cuchillo lo encontraron en el Jeep”.
“Sí”.
El doctor se quedó callado por un momento.
“¿Por qué se fue del país?” -le preguntó el agente de la DPI -.
“Para salvar mi vida”.
“¿Salvar su vida?”.
“Sí... Es que vi algo que no podía decir”.
“¿Qué vio?”.
SIGUE LA SEGUNDA PARTE: Selección de Grandes Crímenes: El amor no basta (Parte 2/2)
“Esa mañana fui a hacer unas diligencias, y luego fui al Hospital... Y, cuando salía del parqueo, de una casa de repuestos, en la salida de la ciudad, vi pasar el Jeep... el del esposo de Clara”.
“¿Usted vio pasar el Jeep?”.
“Venía como entrando a la ciudad... Pero, no lo manejaba él”.
“¿Quién lo manejaba?”.
“La mamá”.
“¿La vio bien? ¿Está seguro?”.
“Sí... La vi bien... Y la saludé... Por eso, cuando me di cuenta que habían matado a Clara, y que el cuchillo estaba en el Jeep, supe que ella me buscaría”.
“¿Para matarlo?”.
“Tal vez... Porque yo supongo que ella fue la que mató a la muchacha; y me vio cuando venía entrando a la ciudad”.
LA SUEGRA
Era una mujer de aspecto señorial, rostro severo, pelo largo, que llevaba en trenzas, y ojos duros. Recibió a los fiscales sin mostrar ninguna emoción.
“Sabemos quién mató a su nuera” -le dijeron -.
“Ah, sí” -dijo ella -.
“Sí, y venimos a detenerla por el crimen... Señora”.
Una carcajada interrumpió al fiscal.
“Ustedes no saben nada... Esa maldita merecía morirse... Mil veces la volvería a matar, si pudiera... Nos engañó diciendo que era niña, y ya había dado el tortazo, solo Dios sabe con quién... Encontré el recibo de pago del cirujano plástico de Guatemala, donde le costuraron eso, y fui personalmente a investigar... Allí supe la verdad... Era una miserable mentirosa... Y nos engañó a todos... Por eso la maté”.
“Señora, queda usted detenida...”
“Tengo sesenta y tres años -dijo la mujer -, soy de la tercera edad, no van a poder meterme presa. Además, el juez es mi sobrino, y somos bien conocidos aquí... Y, para que se quiten de la idea de llevarme a la cárcel, vean mi expediente médico... Me quedan tres a cuatro meses de vida... Tengo cáncer de útero, con metástasis en el hígado, en un riñón, en el estómago y en el páncreas... ¿Quién se va a atrever a meterme presa? Mejor vaya a hablar con los jueces, y vuelvan aquí; que no me voy a ir para ninguna parte... Y llévense el recibo del cirujano de Guatemala”.