LLAMADA. Eran las siete de la noche de un viernes lluvioso de julio cuando el doctor Emec Cherenfant recibió una llamada. Atendía a uno de sus pacientes en su clínica, en el barrio La Bolsa de Comayagüela, y pidió permiso para contestar. Lo llamaba la recepcionista del mismo hospital.
“Doctor -le dijo-, hay un muchacho que está tratando de localizarlo; dice que es urgente, y que lo llama porque usted es el único que puede ayudarle al papá”.
“¿Ayudarle en qué? -preguntó el doctor-. ¿Cuál es la urgencia que tiene?”.
“No me explicó, pero, parece que se trata de algo grave en una mano... Es lo que entendí”.
“¿Le dio algún número ese muchacho?”.
La recepcionista se lo dio, y el doctor, cuyo coeficiente intelectual es de 172, grabó el número en su memoria. Luego, marcó. No tardaron en responderle.
“Cherenfant -dijo, identificándose-. ¿En qué puedo servirle?”.
“Doctor -dijo un muchacho, al otro lado, con voz angustiada, aunque agradecido de recibir aquella llamada-, perdone la molestia, pero es que mi papá necesita de su ayuda”.
“A ver, explíquese mejor, y con calma” -le dijo el doctor Cherenfant.
“Es que mi papá tuvo un pleito con un hombre... un amigo de él que es el amante de su esposa... Y ahorita que mi papá regresó del trabajo, los encontró en su propia cama”.
“¡Dios bendito!” -exclamó el doctor.
El muchacho agregó:
“Y mire que el supuesto amigo, creyendo que mi papá le iba a hacer algo, lo atacó con una ‘almágana’... un martillo de esos de hierro”.
“Sí -lo corrigió el doctor-; una almádena”.
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“Pues, mi papá se resbaló, y él amigo le dio un golpe fuerte en la mano derecha, y se la deshizo, doctor... Viera... Le quedaron los dedos colgando, la carne es una sola masa, los huesos están quebrados, y aquí en el Hospital Escuela dicen que se la van a cortar... Pero yo he visto sus programas, y vi cuando le pegó la mano a un hombre de San Lorenzo, que se la cortó un ladrón con un machete por robarle una pulserita de oro... Por eso sé que usted le puede salvar la mano a mi papá... Por favor, doctor, ayúdenos... No deje que le corten la mano a mi papá”.
“Dice usted que su papá está en el Hospital Escuela”.
“Sí, doctor... Pero, está custodiado por unos policías”.
“Y eso ¿por qué?”.
“Es que mire, doctor...”
El muchacho se interrumpió.
“Doctor -dijo-, aquí está hablando el doctor Cherenfant... Hable con él, por favor”.
Era que acababa de salir uno de los médicos que estaba atendiendo al papá del muchacho.
“Ajá, Emec -le dijo el doctor-; ¿en qué te puedo ayudar?”
El doctor Cherenfant reconoció la voz de uno de sus amigos y compañero de trabajo en el Seguro Social.
“Me dice el muchacho que le van a amputar la mano al papá”.
“La trae deshecha... Es como si le hubiera pasado un tractor por encima”.
“Pero, ¿creés que haya una posibilidad de salvarla?”.
“Pues, aquí en el hospital, no... Lo único que queda es amputarla... Pero, si vos te echás ese trompo a la uña, yo te lo mando”.
“El muchacho se ve desesperado”.
“Y no es para menos. Es el papá, y solo tiene cuarenta y cinco años... Y necesita las dos manos para trabajar como mecánico... Dice el muchacho que encontró a su esposa con otro hombre, y que este le golpeó la mano con un mazo de hierro”.
“Sí, así me dijo”.
“Pero, debió darle más de un golpe, porque la tiene deshecha”.
“Pero, ¿hay posibilidad de salvarla?
“Con dedicación y paciencia, un cirujano plástico y reconstructivo le puede dar una esperanza a este hombre?”.
“Está bien -le dijo el doctor Cherenfant a su amigo-. Mandámelo... Yo voy a pedir una ambulancia del hospital San Jorge para que me lo traigan, y voy a hacer que preparen el quirófano y el equipo”.
“Bueno; vos sabés lo que hacés, pero, desde ya te advierto que este hombre está vigilado por la Policía”.
“¿Y eso?”.
“La Policía lo acusa de haber matado al amante de su esposa... En este momento está Medicina Forense identificando el cadáver en la propia casa del hechor”.
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“Vaya... Pero, nosotros tratamos personas... Mandámelo con todo y los policías que lo custodian”.
El doctor Cherenfant hizo una pausa, sorbió un poco del té que ya se le había enfriado, y me dijo, después de rascarse la cabeza con tres dedos:
“Mire, Carmilla; la mano de aquel hombre estaba deshecha... Estas fotos le van a decir cómo trajo la mano este hombre”.
DAÑO
Aquello era algo horrible de ver. La mano derecha era solo colgajos de piel.
“Como puede ver -me dijo-, en estas condiciones, la mano es candidata ganadora para amputación... ¿Qué se puede salvar aquí?”.
Sorbió otro trago de té el doctor, y me dijo:
“Cuando vi esto, algo se atoró en mi garganta... Sentí pena por aquel hombre, que me suplicaba que le ayudara, y que decía que él no era un asesino... Y le dije a mi equipo que lo prepararan para cirugía... Había llamado al doctor Herbert López, mi inseparable amigo, un cirujano muy sabio, y le dije que asumiéramos aquel reto, en el nombre de Dios... Y a Dios le pedí que nos ayudara; que fuera Él el primer médico en el quirófano, y que nos guiara para salvar la mano de aquel hombre desesperado”.
Se terminó el té en la taza, y el doctor Cherenfant, añadió:
“Lo primero que hicimos fue analizar los daños de la mano. Los huesos carpianos, metacarpianos y las falanges estaban dañados, y se sostenían gracias a que seguían unidos por restos de piel, de los músculos tenares, hipotenares y por los músculos cortos, que también presentaban daños severos. Pero el problema más grande al que nos enfrentábamos eran los nervios, el mediano, el radial y el ulnar, que inervan los músculos tenares, la piel del pulgar y los músculos hipotenares y metacarpianos... Si estos nervios estaban destruidos, de muy poco le serviría la mano a aquel hombre, aunque lográramos reparar todo el daño. Y había algo más. Las arterias y la red venosa dorsal de la mano y los arcos venosos palmares... Una compleja red de venas y arterias que mantienen viva la mano, y que es una maravilla de la creación de Dios... Y teníamos que empezar identificando las venas y arterias dañadas o seccionadas, cortadas, para unirlas y que la sangre mantuviera vivos los tejidos de la mano. Pero, teníamos que trabajar rápido, y reconstruir la vaina sinovial de los músculos flexores, los tendones... ¡En fin! Y nos pusimos a trabajar de inmediato. Aunque la mano estaba destruida, por así decirlo, bien podíamos hacer el esfuerzo para salvarla de la amputación”.
El doctor hizo otra pausa. Luego, dijo:
“Doctor, me preguntó una enfermera, ¿quién está pagando esta cirugía?”.
El doctor la miró por un momento.
“Nadie... -le dije-. Este hombre es un mecánico, es un trabajador que no tiene recursos para pagar una cirugía de este tipo”.
“¿Entonces, doctor?”.
“No se preocupen -le dijo el doctor Cherenfant-. Yo les pago a ustedes, y pago el quirófano; a mí, al doctor Herbert y al ortopeda, nos paga Dios”.
Después de esto se hizo un silencio largo. Los médicos no se detenían. Pasaba el tiempo, y los policías que custodiaban al paciente preguntaban a qué hora saldría de la cirugía.
“Este hombre mató al amante de su mujer -dijo un oficial-. En el forcejeo, lo golpeó con fuerza, y lo estrelló en el piso, y el hombre murió desangrado... La sangre le salió por oídos, nariz y boca, y murió en cuestión de minutos... A la esposa la capturamos para investigación a dos cuadras de la casa, o sea, en la casa de la mamá, donde fue a esconderse... Parece que es la segunda esposa del asesino, tiene treinta y seis años, y no tiene hijos con él, pero tiene dos hijos de otro hombre... Es un enredo, pero lo que nos importa es que el asesino salga del quirófano para llevarlo ante el juez, según lo que dijo el fiscal”.
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ESCENA
El agente de la DPI que nos acompañaba, tomó la palabra.
“En el cuarto principal de la casa todo estaba en desorden, señal de que se dio allí una pelea grande... Y el cuerpo desnudo de la víctima estaba boca arriba, entre la cama y la puerta que da al baño... Al caer, se golpeó la cabeza en la pared, y perdió el conocimiento; luego, empezó a sangrar por los oídos, por la nariz y por la boca, y no se levantó más... El forense, al verlo, dijo que la muerte era homicida, y que el causante, seguramente, era el hombre que lo golpeó haciéndolo estrellarse contra la pared”.
El agente hizo una pausa.
“Tal vez era así, porque teníamos un muerto, y había sangre por todas partes... La mujer nos dijo que estaba con él en la cama cuando llegó el esposo, y sabía que aquello iba a terminar mal... El esposo entró al cuarto, los encontró, y el amante se abalanzó sobre el marido... Por esas cosas de la vida, el hombre había reparado una almádena, un mazo de hierro, esa misma tarde, y la llevaba consigo; y con esa se defendió del marido ofendido... Dice la mujer que el amante se abalanzó contra su esposo, que este cayó al suelo, y que el otro le lanzó un golpe con el martillo de hierro; pero el esposo esquivó el golpe en la cabeza, y el hombre solo le dio con fuerza en la mano, que tenía apoyada en el suelo, y se la deshizo... Y dice que no sabe cómo es que su esposo le dio un golpe al otro, y ella vio que se fue para atrás... Ella salió del cuarto envuelta en una sábana, y se fue para donde la mamá. Fueron los vecinos los que le dijeron que el otro estaba muerto, sangrando por todas partes, hasta por el ano... Cuando llegó la Policía, o sea, dos motorizados, detuvieron al asesino... Y cuando llegamos nosotros, los de la DPI, lo llevamos al hospital”.
El doctor miró al detective.
“Pero, esa muerte parece algo rara”.
“Los fiscales creen en lo que dicen los forenses, y nosotros detuvimos al hombre”.
“Ahorita está en Cuidados Intensivos -dijo el doctor Cherenfant-; es el segundo día... Su mano está reaccionando bien, gracias a Dios, y pudimos reconstruirla en un noventa por ciento... No será la mano de un pianista, por supuesto, pero sí le va a servir para cosas menores... Y lo importante es que no se la amputaron”.
“Mi papá no mató a ese hombre
-intervino el hijo del señor, que hasta ese momento estuvo en silencio-. Yo lo sé, doctor... Mi papá es inocente... Él ya sospechaba que su mujer lo engañaba, y solo quería asegurarse para dejarla... Él no se iba a comprometer por una mujer mala”.
El doctor Cherenfant se quedó pensando.
“Sería bueno ver la autopsia de la víctima” -dijo, momentos después.
“Yo se la puedo conseguir, doctor”
-le dijo el agente de la DPI.
“Tal vez podemos hacer algo más por este señor”.
“¿Qué piensa, doctor?”
“Tal vez un aneurisma... Solo esperaba el golpe justo para romperse y acabar con la vida de aquel hombre; además, está el asunto ese de la defensa propia... No soy abogado, por supuesto, pero creo que el buen amigo Raúl Rolando Suazo Barillas puede orientarnos... Y le voy a pedir que lleve la defensa de este hombre”.
El policía sonrió.
“Doctor -dijo, luego de pensar un rato-, por eso dijo el Cardenal Rodríguez que usted es un hombre profundamente bueno”.
El doctor sonrió.
“No -respondió-, lo que pasa es que Dios nos manda que ayudemos a nuestro hermano que nos necesita cuando tengamos la oportunidad para hacerlo. Eso es todo”.
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA...