Para un buen lector de la poesía hondureña, el nombre José Antonio Funes es respetable y definitivo. Un poeta que comenzó su bregar en la década de mil novecientos ochenta con su libro “Modo de ser”. Tanto su vida como su obra han evolucionado en estos años, para el caso ha realizado una magnífica carrera académica obteniendo su doctorado en Literatura Española e Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca, es un investigador y promotor de nuestra cultura; editor y gestor de proyectos culturales en Honduras y en el extranjero.
Su poesía, en aquella primera etapa de sus dos primeros libros “Modo de ser” (1989) y “A quien corresponda” (1995) indagaba la condición de desesperanza del hombre y del creador que tienen que luchar todos los días para sobrevivir, todo esto ante la negación, el desamparo en los laberintos magistralmente diseñados por el sistema para la entretención de la masa en el mundo de la inmediatez, alienándola y negándole así ese instante donde el hombre puede reconocerse a sí mismo. Poesía eslabonada con códigos conversacionales, sin embargo su ritmo, dado por un verso breve, claro en el decir, evoluciona verbalmente hacia imágenes precisas, antibarrocas y propias de la poesía contemporánea donde la sensorialidad de la escritura explora otros registros como las artes visuales o el cine. Helen Umaña opina que “José Antonio Funes acude a lo conversacional. Pero cuando menos lo esperamos, da un salto hacia otras zonas en donde la palabra abandona su sentido habitual para cargarse de valores nuevos que develan un trabajo transformador en el idioma. Surge, entonces, el sello inequívoco del creador: la evidencia de su irrenunciable capacidad de poeta”.
“En agua del tiempo”, libro de poemas publicado en España en 1999, podemos visualizar otra etapa de su poesía, aparecen aquí textos de sus libros anteriores, más depurados, y nos encontramos ante un poeta con un aliento evocativo memorable; ha dado Funes un giro a su escritura, escribe poemas más extensos, gana en universalidad, vuelve sobre temas como la migración, la soledad urbana, el anonimato del migrante ya sea que habite un espacio o sea un tránsfuga. La sobrevivencia entonces exige no solo una cuota de pan, sino el reconocimiento humanitario, la necesidad de entender las complejidades culturales, las barreras lingüísticas y los códigos para sobrevivir como ser periférico en el corazón de la civilización. El migrante no es un hombre de mundo, sino de mundos negados; el amor causa incertidumbre, la permanencia en un espacio que no tiene los signos de su memoria; esas son las atmósferas que Funes explora no solo desde su poética, sino desde esa condición personal en “Agua del tiempo”.
Entregamos fragmentos de una conversación con el poeta José Antonio Funes en uno de sus regresos de Francia y una muestra de poemas de sus tres libros.
Sin duda alguna usted es uno de los poetas más representativos de la poesía hondureña. Tiene en su haber tres libros bien logrados y consistentes: “Modo de ser”, “A quien corresponda” y “Agua del tiempo”. ¿Cómo inicia y se desarrolla su experiencia poética?
Comencé siendo un buen lector, un apasionado lector de los clásicos. En mi casa no había biblioteca, así que recurrí a las ajenas. Luego me dio por imitar, por escribir sonetos y versos con rima. Había algo misterioso en ese proceso, descubría músicas, colores y perfumes que no eran de este mundo. Baudelaire tuvo la culpa. Me adentraba en un universo del que ya no iba a salir más; había establecido un pacto de sangre con la palabra, esa palabra que me iluminaba, que me hacía libre porque me daba otra vida más elevada, mucho más feliz y más profunda que la vida común del que aún no ha descubierto la poesía.
Su obra aparece en un momento fragmentario de nuestra poesía. Lo digo por las condiciones políticas y por el universo estético que se privilegiaba a finales de la década de 1980. ¿Qué tan importante es este dato en su primer libro “Modo de ser”?
En “Modo de ser” está plasmada mi sinceridad y mi aventura como poeta. En la década de los ochentas yo comenzaba a descubrir la poesía, pero lamentablemente ese encuentro coincidió con una época oscura, dolorosa. Perdí amigos, gente querida. La poesía política era como una camisa de fuerza, lo que estaba de moda, lo que te salvaba la conciencia en un momento infame de la historia de Honduras, lo que prestigiaba como “intelectual comprometido”. Pero, afortunadamente, a tiempo aprendí de Rubén Darío que tenía que ser yo mismo. Huí del panfleto. Si había que denunciar algo, había que hacerlo con la dignidad de la buena poesía, entre otras formas de enfrentar a la muerte y a sus mensajeros.
¿Hay unas relaciones con otros poetas que son vitales en su proceso de creador? ¿Con qué poetas se siente cercano generacionalmente?
Son dos preguntas en una. Yo me formé leyendo todo libro de poesía que caía en mis manos, y en ese sentido fue una bendición haber trabajado como bibliotecario desde muy joven. Yo no distinguía entre un poeta hondureño de un francés o de un alemán, simplemente buscaba la esencia de lo poético, y lo mismo me emocionaba un poema de Miguel Hernández que uno de José Luis Quesada; un poema de Santa Teresa de Jesús que uno de Octavio Paz. No sé distinguir a quién de todos los poetas que leí le debo más, pero si algo bueno se encuentra en mi poesía diría que se lo debo a todos.
Hemos descubierto en su trabajo unas formas creativas diferentes a los poemarios de la década de los ochenta, el tono conversacional plenamente encabalgado a la evocación y a la descripción y de fondo esa batalla individual del hombre que ve en su conflicto existencial todos los conflictos posibles.
Como lo expresé anteriormente, mi poesía es deudora de todos los temas y todos los estilos que fui seleccionando de otros, de los poetas que leí y que me gustaron tanto que se fueron colando en mi propia poesía. La evocación es fundamental en mi mundo poético, en la lectura como en la vida. Leer un poema que me conmueve casi siempre me conduce a escribir otro poema. Soy un animal de recuerdos, casi nunca escribo de lo que aspiro a vivir, casi siempre hablo de lo vivido, por eso mi poesía encaja más en lo conversacional. La poesía me ha ayudado a existir, me ha revelado que soy pan y palabra.
Reconocemos en usted a un poeta de claras evoluciones. ¿Qué tanto ha aportado su formación académica a su poesía? ¿Qué otras nociones puede sugerir usted de esas relaciones entre academia y creador?
Debo confesarlo. En algún momento llegué a pensar que el Funes académico iba a anular al Funes poeta. La redacción de mis tesis de doctorado, los artículos que me comprometía a escribir, las conferencias que debía impartir con esa seriedad típica de los académicos casi acaban con “mis duendes poéticos”. Después de haber escrito algunos poemas y de experimentar la misma emoción de antes, puedo decir que he retomado el camino de la poesía.
Usted ha sido incluido en muchas antologías, al lado de grandes poetas españoles. ¿Cuánto aporta ello a su imaginario?
Guardo algunas antologías publicadas en España y Portugal donde aparece mi nombre. Más allá del orgullo, que es algo tan común, me basta la satisfacción de estar al lado de escritores que admiré desde mis comienzos en la poesía, y que se me llame también “poeta” como a ellos. La lucha por conquistar un lenguaje no ha sido en vano.
Conocemos su trabajo de investigador. Imagine usted todo lo que se debe hacer en este sentido en Honduras. ¿Qué tanto debemos aprender de la investigación y qué importancia le debemos dar para la formación de una literatura?
La investigación literaria es fundamental para conformar la literatura de un país. Vivimos de muchos tópicos, de muchas especulaciones. Hay que investigar, ir a los archivos, para no seguir repitiendo los mismos criterios que nos señalan ciertos autores en seudoestudios de la literatura hondureña. Todavía falta conocer bien a Molina, a los escritores del grupo “Renovación”, a los poetas de los años 40 y 50. El esfuerzo de Helen Umaña ha sido admirable, pero faltan jóvenes investigadores que se integren a la búsqueda y a la interpretación de nuestras épocas literarias.
Su experiencia en Europa se define por su estancia en la Universidad de Salamanca mientras obtenía su doctorado, por sus viajes y por su relación con poetas españoles.
Uno llega a la Universidad de Salamanca y comprende que ha dejado atrás la aldea. En lo académico, tuve que ponerme al día en la fabulosa biblioteca de ese centro de estudios. En lo literario, me encontré en la ciudad con tantos buenos poetas que casi me daba vergüenza decir que yo también escribía. Fue en casa de la profesora Francisca Noguerol, crítica y amiga de Benedetti, donde me atreví a leer mis poemas. Luego, con otros poetas latinoamericanos organizamos un recital. Pero fue mi amigo, el poeta peruano Alfredo Pérez Alencart, quien me introdujo en los círculos poéticos de Salamanca.
¿Cuál es su visión sobre la poesía actual de Honduras?
Me sorprende que en los últimos 10 años hayan aparecido tantos poetas y tantos libros de poesía. Digo esto porque es novedoso. Mi primer libro fue casi un milagro, en ese tiempo había tanto temor de publicar, porque la mayoría de los poetas “consagrados” se encargaban de ignorarlo a uno; la poesía parecía ser el dominio privado de unos cuantos nombres. Pero he de decir francamente que la calidad de lo publicado últimamente es muy irregular, quizá porque hay mucha prisa por sacar libros y por hacerse un espacio en nuestro estrecho ámbito poético. Salvo algunos nombres, pero no quiero recurrir a esa vieja costumbre hondureña de mencionar a algunos con la intención de descalificar a otros.
“Agua del tiempo” es uno de los libros más respetables de la nueva poesía hondureña, se editó en España y unos pocos ejemplares han trasegado en nuestro medio.
La idea de publicar “Agua del tiempo” me surgió en Alemania, donde un profesor de la Universidad de Dresden me animó a dar a conocer mis poemas en una editorial de Málaga y me prometió un prólogo. La última parte de ese libro refleja mis vivencias de extranjero, el desarraigo, la soledad y el amor de paso. Vivir en Europa fue como vivir en otra época, fue como sentir de golpe el soplo de los siglos y mi poesía, por supuesto, también se vio estremecida.