Recientemente pasó por cartelera nacional la película “Cipotes” que, obviamente, despierta opiniones muy diversas y, a su vez, apreciaciones técnicas que al traerlas a la mesa de análisis, nos ayudan a exigir aún más de nuestras producciones hondureñas como espectadores y, al mismo tiempo, les reafirma a sus productores el compromiso de superarse en su siguiente película.
Conversando con Boris Lara, el director y guionista de este su primer filme, inspirado en la obra homónima del gran escritor Ramón Amaya Amador, se ve muy esperanzadora la manera en que está asimilando toda la experiencia crítica, convirtiéndola en motivación para mejorar cada vez más en sus siguientes proyectos.
Durante nuestra conversación nunca escuché una excusa a las características o a las limitantes del difícil sistema de producción, del que todos somos conscientes adolece nuestro país. No entraré en detalles técnicos para comentar las debilidades de la película o los muchos aciertos que tiene, porque quiero centrar mi atención en la actuación de ellos... de los “Cipotes”.
Catica, Folofo, Lalo y el resto de personajes niños del elenco nos regalan momentos equilibrados en una película que puede pecar de algunos excesos en diferentes direcciones (melodrama, humor, caracterizaciones, diálogos y resoluciones).
El cine contemporáneo está apoyándose cada vez más en el trabajo actoral de jóvenes talentos.
Fácilmente recordamos la fuerza de Armando Valdés interpretando a Chala en “Conducta” (2014), la ternura de Sunny Pawar en la película Lion (2016), la furia heredada de Wolverine, que nos impactó de Dafne Keen Fernández en la película Logan (2017), el excelente trabajo gestual de Amiah Miller como la niña muda en “La guerra del planeta de los simios” (2017), la pureza interior que nos regala el gran Alex R. Hibbert en su personaje de Little en Moonlight (2016) y el pequeño Martín Castro con la película entera sobre sus hombros en “El Jeremías” (2015), todos estos talentos debutando en el cine y entregando mucho de su potencial.
Iniciándose con una buena marca en el cine, efectivamente también están nuestros “Cipotes”.
En Honduras, tampoco es de sorprenderse por la capacidad de nuestros actores jóvenes, ya que la cinematografía nacional está marcada desde sus raíces con la soberbia actuación de los entonces pequeños Roger Membreño y Fausto Cortés en “ Mi amigo Ángel” (1962).
Eisly Martínez como Catica, Jancel Romero como Folofo, David Ramos como Lalo y el resto de casting joven que da vida a la cinta, son un buen ejemplo del talento que se está incubando en una nueva y muy buena generación de actores y actrices.
El trabajo que han realizado estos “muchachitos” en el cine es fantástico, tomando en cuenta el nivel de presión y la exigencia de sus respectivos personajes.
Eisly por su parte es el alma inocente del filme, pero mucho de ello es, no por el personaje que le tocó interpretar, sino por la incuestionable dulzura de esta joven actriz frente a la cámara, a la que logra ignorar todo el tiempo con una impresionante naturalidad, en contraste, por ejemplo, con muchos de los actores y actrices adultos, aún con mucha experiencia, a quienes les notamos que están actuando para la cámara y no para la situación, como lo hace Martínez.
El mérito de Jancel es también muy plausible ya que su personaje, además de apoyarse en lo gestual, tiene las líneas de diálogo más complejas y esenciales en los momentos decisivos de la película, su esfuerzo por lograr todo lo que se le exigió le vale un aplauso extra.
La valentía y la fuerza que representa este jovencito en pantalla es tan real como todas las sensaciones que debe reflejar el cine. David, por su parte enfrenta uno de los retos más grandes para un actor debutante, modificar completamente su manera de hablar debido a un tartamudeo (no sé si necesario en la película), sin embargo, este talento en potencia merece una mención especial ya que nunca dejó de representar la pureza de la amistad como un valor hondureño que no debemos dejar de tener siempre presente.
Eilsy Martínez, fuera de los reflectores, estudia con nivel de excelencia la carrera de Arquitectura en la UNAH y me comenta, en una conversación, que trabajar con un elenco tan grande y tan diverso fue una muy buena experiencia para ella.
Con esto quiero resaltar la necesidad de apoyar el talento joven hondureño con lo que podamos hacer para que se les ofrezcan cada vez mejores oportunidades de formación académica, formación académica también en actuación para cine.
Oportunidades que Ramón Amaya Amador demandaba en su novela desde los años sesenta para que nuestra infancia, víctima más sensible de la opresión social que caracteriza a nuestro país, crezca también intelectualmente fuerte y logremos juntos mejorar el orden de las cosas.
A ellos, a los “Cipotes” decirles que, por mi parte, me siento orgulloso e inspirado por su trabajo en esta película y que les deseo experiencias mayores que les acompañen en su crecimiento.
¡Gracias cipotes!