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La cultura en el país de las pesadillas

Si hay una aliada esencial del turismo es la cultura porque le da contenido a lo que se ofrece, de este modo el marketing es el instrumento para mostrar las virtudes del país...

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03.02.2018

Es una vieja discusión que se actualiza todo el tiempo en países en crisis constante como el nuestro, pero nos corresponde a los creadores refrescar la memoria sobre el marginamiento institucional para valorar la cultura como esencia del imaginario de los pueblos y su importancia en desarrollo humano, en el bienestar y en la edificación de un espíritu ciudadano que nos permita crear el país del futuro.

Creo que es deslealtad a sí mismo cuando un creador por comodidad no enfrenta estas discusiones y se vuelve artificio o engranaje de la propaganda política.

Ese dilema sagrado del creador al servicio de una causa perfecta o incuestionable, lo creo mutilado, tenebroso y utilitario; no digo que un creador no debe comprometerse, todo lo contrario, debe estar comprometido con la libertad y hacer frente a cualquier tipo de poder que intente borrar una necesidad básica como el pan y la medicina: hablo de la cultura y sus espacios.

Entre muchas razones para hablar de lo complicado que es ser un artista, escritor o lo peor, gestor cultural en Honduras, sin perder la perspectiva sobre las discusiones de la cultura como derecho y conservando la dignidad en tiempos tan difíciles, quizá hay dos que me motivan a primera vista y a las que me aferro como hondureño: la más importante es que soy un ciudadano que amo este país, trabajo todos los días y pago impuestos; la segunda razón, soy un ciudadano escritor, gestor cultural y me interesa de manera esencial el comportamiento del gobierno respecto al uso de los recursos que pueden (deberían) dirigirse al sector cultura.

Como los que le han antecedido, el actual gobierno, fracasó en sus primeros cuatro años en materia de inversión y fomento de la cultura hondureña; borró de un tajo a la Secretaría de Cultura, dejando apenas una Dirección de Cultura, cuya mediocridad no vale la pena discutir y cuyos personeros, ni saben, ni conocen, ni comprenden la vida cultural e intelectual del país.

No se creó ni una política cultural de Estado que alentara la creación, la profesionalización, la protección, el rescate o valorización de la vida sensible del hondureño.

No se realizó ni un proyecto editorial serio, una publicación, ni un museo, ni una escuela de arte, ni un festival que involucrará a los verdaderos actores culturales, ni un programa de becas o residencias para escritores o artistas, ni recursos de infraestructura o programáticos a la red de casas de la cultura del país, ni un apoyo a las bibliotecas existentes, ni se creó ninguna biblioteca, ni una inversión a mediano plazo en los principales eventos culturales del país que paradójicamente son referencia internacional y son la poca buena imagen que tenemos.

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Un mal desde antaño...
Por supuesto, hay que decir que los males de la vida cultural hondureña no surgieron en los últimos cuatro años de gobierno; pero sí intensificaron su crisis.

Una mala estrategia ha sido salir con una imagen de país turístico y maquillar nuestras desgracias a través del marketing presentando una Honduras colorida, humilde, sedienta de abrazar al turista, el lío con esto es que no hay una inversión real en el turismo y mucho menos en la cultura.

No hay una estrategia de crecimiento en artesanías, producción local, apoyo a artistas locales, emprendimiento cultural, empresas culturales, estudios de investigación sobre las costumbres y tradiciones, programas culturales, no hay investigaciones sobre la gastronomía indígena y criolla o su alta expresión sincrética que bien puede generarnos una posición en el mundo gourmet de los alimentos.

Lo que veo es apenas un activismo lastimero, eventillos aislados, migajas dispersas de pequeños fondos que se disipan y una politización de todas las acciones o espacios culturales del Estado que deberían ser ocupados por ciudadanos que comprendan las dinámicas del arte, la cultura y la expresión humana en sus dimensiones histórica, social, antropológica y, lo más importante, económica.

Es una ironía, pero cada vez más Honduras ofrece tiendas de ropa usada como traje representativo; arroz chino, pollo chuco por platos típicos y ferias plagadas de plástico, hojalatería china, narcocorridos y mala cumbia. Así de mal estamos.

La idea de una Honduras para quedarse es un mito, una obscenidad que les conviene repetir a quienes hacen el marketing del gobierno y ganan millones en eso, dejando a la deriva a nuestra empresa mayor, siempre en quiebra y siempre latente en nuestras esperanzas de ciudadanos.

Si hay una aliada esencial del turismo es la cultura porque le da contenido a lo que se ofrece, de este modo el marketing adquiere sentido: se convierte en instrumento para demostrar las virtudes territoriales y humanas de un espacio de vida y no en la sinuosa malicia para justificar la mediocridad y hacer creer que vivimos en un país donde campea la hermosura de manera idílica.

“Dadme a Honduras, magnífica y terrible”, dice el poeta Jorge Federico Travieso, implica ofrecer la hermosura y la verdad.

Los países que he visitado y son exitosos en materia de cultura y turismo no esconden nada, se exponen; por supuesto que esos gobiernos hacen esfuerzos más grandes que los nuestros, pero uno puede ver sus altos logros y también las carencias y la manera como trabajan para superarlas; en ese sentido uno no juzga mal, sino que comprende las acciones y procesos del Estado y el objetivo beneficioso que se alcanzará en el tiempo.

La cultura necesita inversión
Llega el momento en que es necesario avanzar y exigir que los gobiernos hondureños observen en la cultura no solo la posibilidad de mostrar lo mejor del país, sino que es un inexplorado espacio de inversión económica y social.

Por supuesto que podemos vender y crecer con la cultura, generar riqueza, educar, fortalecer nuestras identidades y avanzar en la comprensión del ser humano hondureño. Solo la cultura permite acercar las lejanías, las diferencias y amar un territorio.

El orgullo nacional y los imaginarios colectivos se conectan mejor con los ciudadanos en la medida que se conozca y se disfrute de la cultura, pero esto no es tan idealista como la gente cree, requiere de inversión.

La clase política en general utiliza la cultura para ornamentar sus discursillos, sus propuestas, maquillar su mediocridad y vender una imagen sensible, pero no hay más que una acción utilitaria, no invierten en las condiciones que permiten el crecimiento cultural.

Entiendo que en todo esto la política es una invitada incómoda, pero eso tampoco debe escandalizarnos, siempre y cuando nos preguntemos si “¿La política es ya una rama de la industria del entretenimiento?” (Octavio Paz) o está ahí para permitir la voluntad y el entusiasmo por el progreso.

Entiendo que hay un temor intrínseco en el tema cultural (como en la buena educación) que supone que los países que avanzan al respecto generan ciudadanos con mayor conciencia de su mundo y también se vuelven exigentes de los que rectoran el Estado.

Es el país de las pesadillas, es verdad, pero eso no impide que despertemos y que nos arriesguemos de nuevo a cerrar los ojos para soñar.