Tegucigalpa, Honduras
Es difícil comprender cómo muchas personas no aman leer, cómo no adoran ser universos en sí mismos; poseer esa audacia de un entusiasmo poderoso, capaz de revelar lo mejor que hemos edificado como seres humanos.
La lectura no tiene un final o un resultado como desearían los tecnócratas, los “especialistas” de la “lectoescritura”, los glotones de datos inútiles, los que intentan salvar el idioma o reducir el universo de la lectura al fortalecimiento de una habilidad exigida en la vida académica.
Todas estas definiciones ocultan a hombres y mujeres ignorantes. La lectura es algo más. Un lector está por sobre la definición de “inteligente y culto”, se trata de una forma de vida que implica asumir la belleza y la responsabilidad que nos brinda adquirir conciencia.
Un país que no lee vive una tragedia. No se trata solamente de sentir pesar, ya que los lectores tenemos arduos trabajos para acercar esta sensibilidad al prójimo.
En mis años de universitario nos prestaban únicamente un libro en la biblioteca, sin embargo, amando tanto leer, y sin un peso en los bolsillos, yo encontraba la manera de leer: les llevaba flores a las bibliotecarias, les escribía poemas, me aprendía sus nombres, les llevaba un café de alguna oficina vecina, cuando iban cargadas con libros o con bolsas corría para ayudarles. De ese modo tejí una red de amistad en las bibliotecas de la ciudad, así que siempre tenía libros.
A pesar que mi cartera estaba vacía como mi estómago, nunca jamás tuve tanta energía y placidez. Era feliz con un par de zapatos, dos pantalones de mezclilla y unas cinco camisas.
En mi cuartucho no había refrigeradora, ni alacena, solo dos cosas esenciales: una cama para hacer el amor todo el tiempo que fuera posible y una mesa rústica de madera de pino con una montaña de libros para leer todo el tiempo que me fuera posible. Leer me daba ternura, tibieza en el corazón, grandes conversaciones con mis amistades.
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La lectura me permitía entrar en cualquier ambiente, conocer a gente brillante, a lectores increíbles, mujeres y hombres majestuosos que sin caer en refinamientos y en pedanterías, sin ser ricos o pobres, eran universos de calidez humana.
He seguido un destino con las niñas y los niños en las montañas de Lempira. Al principio, muchos me criticaron por mi decisión; esperaban de mí grandes hazañas y algún éxito basado en el ideal de triunfo de este tiempo.
Sin embargo, me embriagó la simpleza, estar apartado y no dar cuenta de mi vida, pero sobre todo, como buen lector dispuse aprender siempre. Por eso decidí estar cerca de las niñas y los niños pobres de Lempira.
Si hay algo que debo agradecer a Plan International Honduras es eso, invitarme de nuevo a mis raíces, estar ahí, en las comunidades que son iguales a aquella en la que yo nací y crecí. Recordar que lo poco que he aprendido estos años en temas de lectura puede aportar para cumplir con el derecho a la educación de la niñez y para cambiar ideas cosificadas y retrógradas sobre la lectura.
Las montañas me quitaron las ínfulas de intelectual o de poeta representativo de mi generación. Ahora comprendo las cosas de un modo más simple porque mis maestros son las niñas y los niños. Cada vez que dimensiono lo que hacemos juntos en cuestiones de lectura, escritura creativa y arte, tengo paz y respiro un poco, porque creo que podemos cambiar algo del futuro.
No soy un optimista ingenuo, pues comprendo que no será fácil que aquellas personas que toman decisiones en el país, ya sea desde la vía del Estado o la cooperación, vean con sensibilidad lo que se ha logrado con la niñez en temas de lectura en Lempira.
En verdad si hacen otro recuento de las maravillas de Honduras, propongan a las niñas y a los niños artistas y lectores de Lempira porque han creado el monumento más grande a la creatividad en los últimos cien años. Estoy seguro que todas las niñas y niños de Honduras harían lo mismo si se les brinda la oportunidad de tener estas bibliotecas y su metodología.
Este proyecto debería ser prioridad del Estado de Honduras y de la cooperación, materia de investigación de las universidades, referencia de quienes desempeñan labores relacionadas con la lectura, porque su basamento está más allá de la teorización sobre la lectura y escritura.
Es la única experiencia que conozco en Centroamérica que se ha desarrollado con las niñas y los niños, docentes y familias.
Esa es quizá su fuerza, además de las grandes motivaciones que ejerce el desarrollo del arte infantil y, por supuesto, la destreza del equipo de Plan International Honduras para canalizar a través del arte y la creación los derechos de la niñez.
A veces denominarlo “proyecto de bibliotecas escolares” lo limita, pues rebasa la concepción de la biblioteca tradicional y se convierte en un espacio creativo.
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El catálogo ha sido producto de consultas con niñas y niños, su estructura cubre las necesidades académicas del Currículo Nacional Básico, pero el mayor porcentaje de los libros son lecturas amables, literatura novedosa que hace imaginar y forma en temas urgentes como protección, prevención de violencia, inclusión y género.
Destaca la poderosa vocación de las niñas como lectoras y escritoras. Permite comprender dinámicas familiares de lectura: madres y padres que no leían, ahora que sus hijos llevan libros a casa, no solo aprendieron a leer, sino que se convirtieron en lectores.
Los niños lectores, escritores y artistas se expresan sin miedo, con un buen nivel de vocabulario, leen con buen ritmo y lo mejor: comprenden la lectura, desean discutir, conectar lo leído con sus vidas, opinar sobre lo que leen y han mejorado sus calificaciones.
Todo esto supone un reto para los docentes que también deben leer, sin embargo no lo ven como una carga porque la biblioteca les permite potenciar la investigación, fortalecer contenidos, lecturas creativas y hasta ocio y liberación de estrés.
Las personas que toman decisiones en Honduras deberían acercarse al proyecto de bibliotecas mágicas y creativas, conocer a las niñas y a los niños lectores, escritores, dramaturgos, poetas, historiadores locales, teatreros, cuentacuentos, titiriteros, mimos, expertos en animación lectora.
Esta es una experiencia valiosa, funcional y fundacional, nacida de la necesidad y adentro de la necesidad, con una sensible evolución y actualización según la identidad comunitaria, sus recursos
y dificultades.
No lo puedo expresar con palabras, pero es maravilloso estar aquí donde las niñas y los niños nos entregan su mundo ideal, lleno de la belleza imperfecta con la que estamos hechos todos los seres humanos, porque hay sabiduría y clarividencia en lo que piensan.
Ánimos gente que decide en el país. Les invito a conocer las bibliotecas mágicas con las que es posible cambiar las realidades tristes que nos acongojan.