Siempre

'El camino comienza en uno mismo”

El poeta hondureño radicado en Costa Rica ganó un premio en España con su libro “Los excesos milenarios”, un rezo universal

23.05.2020

En los primeros días del mes de abril de este año nos enteramos de la feliz noticia que el libro “ Los excesos milenarios” del poeta Dennis Ávila Vargas fue galardonado con el Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, en Salamanca, España, entre 1017 libros presentados por poetas de 26 países del mundo.

El jurado de este memorable certamen estaba compuesto por Pilar Fernández Labrador, Antonio Salvado, Carmen Ruiz Barrionuevo, Jesús Fonseca, Alfredo Pérez Alencart, Carlos Aganzo, José María Muñoz Quirós, Inmaculada Guadalupe Salas y David Mingo.

LEA: Otra pandemia amenaza a las niñas

Escribí una reseña sobre “Los excesos milenarios”, pero la publicaré después. Decidí conversar con Dennis Ávila Vargas y hoy comparto la entrevista con este gran poeta hondureño que vive en Costa Rica donde triunfa como gestor y empresario cultural.

¿Cuánto gana y cuánto pierde un poeta en la diáspora?

Luego de trece años de no vivir en Honduras, experimento de forma frecuente una dualidad: he perdido momentos importantes a nivel familiar, constancia con amigos que solían ser entrañables y conexión con espacios energéticos, fundamentales en mi formación; pero he ganado un aprendizaje en digerir la nostalgia y en potenciar la objetividad para discernir entre lo bueno y lo malo de la tierra hermosa que compartimos, una tierra –por alguna razón– siempre al borde de un colapso (aunque merece otra suerte), un país vulnerado y herido.

Afortunadamente he tenido en la literatura la posibilidad de seguir adyacente al origen, tomando su pulso desde algo muy parecido a un desdoblamiento, en ocasiones con palabras duras, pero la mayoría de las veces con una visión amorosa.

LEA: Jorge Restrepo: 'Expolio' y el contexto de una época

¿Qué ha sido lo más difícil de vivir en el extranjero?

Lo más difícil es la deuda espiritual que he cargado por haberme ido de Honduras, lucho para que no me lastime más de la cuenta. Sin embargo, he sido afortunado de migrar a un país en donde he aprendido la gratitud.

¿En qué proyectos culturales has participado en Costa Rica?

He tenido la fortuna de trabajar en la organización de distintos eventos literarios en torno a festivales de poesía y ferias de libros. Además, he colaborado con editoriales, mediante revisiones, prólogos y contraportadas de muchos títulos.

También he impartido talleres de literatura, específicamente a estudiantes de secundaria y a maestros. Pero mi legado cultural más trascendente tiene que ver con nuestro proyecto de alimentos, bebidas y espacios para eventos artísticos.

Junto a mi compañera, Paola Valverde, hemos sido testigos de ver cómo la poesía, la música, el teatro, el circo, la danza, el cine, las artes plásticas, etc., son inherentes a la vida.

Tu libro “Los excesos milenarios” recibió el Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, ¿qué significado tiene este galardón en tu carrera?

Ha sido una verdadera revelación, respecto a la plataforma que este premio ha ido consolidando año tras año, en la cual han puesto a la poesía como una verdadera herramienta en beneficio de la condición humana.

Sin duda alguna han creado una red de difusión muy seria, compuesta por poetas, académicos, artistas plásticos, traductores (que ahora mismo trabajan para dar a conocer uno de mis poemas en treinta idiomas) y, en resumen, amantes de la poesía, con el objetivo sano y transparente de dar el lugar que tienen las palabras entre nosotros.

De hecho, en días recientes los organizadores del premio, coordinado por el poeta Alfredo Pérez Alencart, han hecho pública la noticia de mi libro en portugués, traducido por el poeta Leonam Cunha, con prólogo del poeta Álvaro Alves de Faria. Por ello asumo este premio con mucha responsabilidad, pues me permite sumarme a este digno ejemplo, practicado con plenitud por artistas que respeto y admiro.

Es un libro donde hay una mirada mística y ecológica, desde su primer verso “Nada empieza aquí, todo es antiguo”, ¿qué te inclinó a discursar desde otra arista que no es la política como en otros de tus libros?

La solución de nuestros problemas va más allá de todo lo que nos mortifica –a diario– las decisiones de quienes nos gobiernan, en donde no estamos siendo escuchados ni podemos tapar con un dedo la hemorragia de frustración que tantas veces ello representa.

De este modo, desde hace varios años entendí que el camino comienza en uno mismo, en ponernos al servicio de un entendimiento que nos recuerda que estamos enlazados entre sí, y que lo mejor será tratar de aportar lo mejor de nosotros.

Por esta razón he estado profundizando en las enseñanzas de los pueblos originarios americanos, lo que ha desembocado en una toma de conciencia que, dentro de mis posibilidades, sigo poniendo en práctica.

No es casualidad que las luchas ambientalistas nacen (y se mantienen) gracias a muchos de estos pueblos y su relación con los recursos naturales. En este sentido, encontré en “Los excesos milenarios” una forma de escribir un rezo universal.

¿Cómo ves a Honduras desde la lejanía?

Me causa mucha tristeza. Es difícil salir adelante en un panorama tan desigual, que sigue humillando a sus habitantes más necesitados. Al no haber una solución práctica, insisto, el camino inicia en uno mismo, pues todos sabemos que los intereses políticos están por encima de la condición humana. Solo basta echar un vistazo al desamparo que existe en nuestros niños.

¿Qué experiencias memorables tenés de los regresos a Honduras?

Cada regreso conlleva una energía distinta. Así como he podido regresar para disfrutar a mi familia, también me ha tocado llegar a despedirme de tres seres muy amados.

También he tenido la oportunidad de volver para presentar algunos de mis libros y para participar en actividades literarias que respeto, como el hermoso Festival Internacional de Poesía Los Confines.

¿Qué podés decir de la vida en Honduras y en Costa Rica?

Debo admitir que me sorprendió la apertura mental de la sociedad costarricense, mucho más activa en temas de derechos humanos y menos clasista que la de los otros países centroamericanos, en donde, increíblemente –según la región– aún se respira una especie de sistema feudal.

Además, me gustó encontrarme con una sociedad con menos miedo, producto de garantías sociales en temas de salud, educación y seguridad.

Lamentablemente, muchas de estas virtudes se han perdido, y no solo por la crisis que vivimos en todo el planeta, sino por el proceso de descomposición que ha experimentado la sociedad costarricense en años recientes.

De todo corazón espero que pueda volver la esperanza. Siempre he creído que si Centroamérica tiene salvación, nacerá en Costa Rica.