Siempre

Ronald Morán o el oscuro tejido del encierro

Hilar la esperanza, en este atroz confinamiento, es tejer con las fibras de un alma atormentada

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09.08.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Siempre me han llamado la atención los artistas que tienen esa capacidad de acercarse y distanciarse de la realidad, Ronald Morán (salvadoreño) es uno de ellos; en este caso, nos ofrece un doble distanciamiento: el distanciamiento de una tradición mimética que recicla la realidad con imágenes repetidas hasta el vértigo y, por otro lado, el distanciamiento obligado por la pandemia del covid-19.

En su proyecto “La marca de los días en un confinamiento”, obras hechas en cuarentena, muestra una densidad formal semejante a esas capas psicológicas que, producto de la rutina y el encerramiento, van acumulando su peso en nosotros.

Son obras que nos hacen perder la gravedad, caemos como pájaros oscuros en el silencio de la nostalgia; trama que se repite, huella que se torna espesa como los días; trazo que al intentar escapar vuelve sobre sí mismo; cotidianidad atroz que disuelve la voluntad en el mismo gesto; espesura en claroscuro que se abre y cierra como la vida y la muerte; movimiento que al desplazarse se detiene, retorna como marea cansada; línea que deseando ser rayo se anula en el vacío de la ausencia, son trazos confinados, lejanos, su presencia es su ausencia; tejido de puntos y filamentos que marcan los días como una cicatriz en la memoria: vivir confinados es trazar en nuestro espíritu la herida del olvido y el abandono.

Morán nos presenta una obra-rutina, ritual plástico que al repetirse anula el tiempo, desvaneciéndose en la nada, visión escalofriante donde el tiempo decapita la existencia.

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El distanciamiento estético de Ronald Morán

La producción de esta serie tiene profundas resonancias modernas, sobre todo con ese momento en que el arte se liberó de la representación mimética y se replegó sobre sí mismo, propiciando un espacio de autoreferencialidad.

Esta autonomía es la que le permite a Morán distanciarse del lenguaje común con que se ha trabajado la estética del covid y, apropiándose de los propios recursos del lenguaje visual (líneas, puntos, manchas, retículas y volúmenes en claroscuro), termina articulando una obra absolutamente novedosa.

Los recursos que a otros le sirven para imitar los referentes del mundo real mediante una figuración rígida, a Morán le sirven para construir la retórica de sus propias obras, en otras palabras, el lenguaje visual se traduce en el mismo lenguaje de la obra y, aunque la obra funcione específicamente para su discurso sobre la pandemia, por su misma naturaleza de ser signo, tiene la capacidad de abrirse a otros mundos.

“La marca de los días” es una serie extraña, por un lado, abre un discurso social, pero por otro, simultáneamente, toma distancia de toda exterioridad, configurándose a partir de su propio lenguaje.

La obra de Morán es una “estructura de repetición”, un rasgo propio de la neovanguardia; las obras se suceden unas a otras en un sentido de continuidad formal.

El conjunto de la serie nos ofrece un clásico ejemplo de unidad en la diversidad, todas las obras son distintas y, a la vez, son las mismas porque están unidas a una estructura formal que las identifica: la retícula. A partir de allí, Morán realiza una serie de operaciones relativas a un tejido, a un enjambre de líneas que remiten a una plástica de sucesión y continuidad; se trata de un gesto que se va hilando en constantes repeticiones y saturaciones que, curiosamente, dan lugar a distintas mutaciones, a diferentes estados de la conciencia, a un mundo que se mueve en los límites del caos y la armonía, donde la precariedad y el deseo de sobreponerse constituyen una atmósfera única.

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Entre la trama y la mantra

El artista ha dicho: “La idea es representar la saturación partiendo de la unión de puntos a través de su desplazamiento o movimiento; se trata una trama social que construye una mancha negra, una mancha urbana, densamente poblada como las urbes del tercer mundo; el dibujo es como un mantra que calma y serena la ansiedad en un mundo convulsionado y amenazado.

En algunos dibujos aparecen símbolos que se mimetizan en la densa trama lineal, abriendo un discurso más extenso por sus significados semióticos, que coexisten y son parte intrincada de las sociedades”. Esos símbolos a que se refiere el artista, son la cruz y el corazón, pero aparecen como referencialidades opacas no trasparentes, son formas evocadas, prevalece la idea de no evidenciar nada que no sea el lenguaje que construye la obra.

Volviendo al texto citado, quiero detenerme en dos palabras “trama” y “mantra”. La trama es una urdimbre, un conjunto de hilos que unidos constituyen una forma pero, esa forma, es a su vez una mantra, es decir, una composición armoniosa, un estado inducido de relajamiento, un antídoto contra la espesa cotidianidad que nos agobia. La trama teje, la mantra seduce.

Esa trama densa, que a fuerza de repetir el gesto oscurece el objeto, está en correspondencia con ese tiempo que se reitera hasta el tedio. En el confinamiento, los segundos, las horas y los días son los mismos, nada cambia, el tiempo es una gangrena, una mancha caliginosa que envenena la existencia. El tiempo abruma, desespera, es como una masa que aplasta y oprime; la temporalidad a que nos ha sometido el covid es una experiencia atrofiante. La trama de estas obras son la presencia de todo aquello que se desvanece, pero el artista en medio de esta realidad que asfixia, edifica una mantra, una suave armonía que equilibra el estado de caos. Trama y mantra son un estado dialéctico que al fundirse dentro de la obra, ofrecen una salida, una perspectiva que neutraliza la pesadilla del encerramiento.

“La marca de los días”, es un tatuaje visual que va dejando memoria de una cotidianidad amarga; ir y venir todos los días, durante tantos meses, por las coordenadas del mismo espacio, es como una lluvia de segundos que martilla el desaliento en nuestra carne.

El cuerpo, cicatriz de la angustia y el tormento, está allí, preso en esas retículas, arrollado en esas líneas, abrumado en esas manchas; el cuerpo se disuelve en una espacialidad que encuentra su sentido en la repetición, metáfora de la rutina.

Como una promesa de esperanza, esta rutina, costra del tiempo, se macera en una propuesta visual, en un estambre de líneas, opaco y armonioso a la vez, que, parodiando a Huidobro, vibra en la punta del alma.

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