TEGUCIGALPA, HONDURAS. - Cuando en mayo de 1954 explotó la gran huelga obrera en un pequeño muelle de Puerto Cortés, la inconformidad de los trabajadores hondureños tenía décadas.
La huelga que enfrentó el gobierno de Juan Manuel Gálvez durante 69 días consecutivos supuso el punto de inflexión de esa deriva laboral; se trataba de reivindicar la condición salarial y humana de los trabajadores.
La lucha había sido prolongada. Desde mediados del siglo XIX, trabajadores del hato ganadero y compañías mineras habían manifestado sus desacuerdos con la situación de explotación y desamparo que se vivía en las haciendas y en las vetas mineras de San Juancito, Tegucigalpa, El Paraíso y Choluteca.
Uno de los primeros registros de manifestaciones laborales se suscitó en Olancho durante la administración de José María Medina, cuando mozos de hacienda dirigidos por Serapio Romero, “El Cinchonero”, protestaron por las condiciones de trabajo y retaron al Gobierno.
Ese episodio terminó en uno de los momentos más trágicos de la historia nacional: la masacre conocida como “La Ahorcancina”, en la que cientos de hondureños fueron ejecutados y desterrados.
En su estudio sobre la “Historia del movimiento obrero hondureño”, Víctor Meza apunta que “la primera concentración masiva de trabajadores asalariados tuvo lugar con los trabajos del ferrocarril interoceánico a finales de la década de 1860, cuando los obreros hondureños se rebelaron y los encargados de la construcción debieron recurrir a mano de obra del Caribe”.
Más tarde, con las guerras subsiguientes, los conflictos políticos, económicos y civiles —sumados al aparecimiento de grupos comunistas en las primeras décadas del siglo XX—, las luchas desembocaron, inevitablemente, en una serie de grupos de trabajadores organizados contrarios a las directrices de los gobiernos y las empresas mineras, ferroviarias, portuarias y bananeras.
Así comenzó el largo proceso de sindicatos y huelgas que pondrían al país en vilo a mediados de siglo.
Entre 1916 y 1954 se registró —con notable interrupción durante la dictadura de Tiburcio Carías— una innumerable cantidad de pequeñas protestas en las plantaciones bananeras y, más tímidamente, en otros sectores del trabajo.
En la década de 1920, las protestas y huelgas bananeras fueron cada vez más comunes en todos los países hispanoamericanos donde los capitales estadounidenses tenían plantaciones, como la recordada “Masacre de las bananeras” en Colombia, donde el gobierno de Miguel Abadía Méndez decidió reprimir a los más de 25,000 obreros que se rehusaban a trabajar en las plantaciones de la United Fruit Company por abusos de la compañía, dejando como saldo centenares de muertos.
En 1954, la huelga general hondureña fue posible gracias los remanentes bélicos de la Segunda Guerra Mundial, al contexto mundial de la Guerra Fría, a las libertades recobradas por el sindicalismo y los grupos comunistas reprimidos durante la dictadura de Carías, a la apertura para la modernización del Estado del gobierno de Gálvez, y a la cierta educación política y formal de algunos dirigentes del Comité General de Huelga, como Julio César Rivera, Óscar Gale Varela, Juan Canales o Céleo Gonzales.
Pero también, gracias al apoyo de los estudiantes, de los sectores populares y civiles, y de comerciantes palestinos que buscaban la supresión de los comisariatos con la intención de aniquilar el monopolio frutero, ampliar el mercado interno y expandir la circulación de efectivo a los sectores mercantiles y obreros.
La huelga, en realidad, inició en las últimas semanas de abril de 1954 —aunque de manera informal—, después de que el 10 de abril de ese año la Tela Railroad Company (subsidiaria de la United Fruit Company) se negara a cumplir lo estipulado en el Decreto Legislativo N° 96 del 4 de marzo de 1949, que ordenaba a las compañías bananeras pagar doble jornal a los trabajadores en los días festivos o de descanso.
Ante la negativa, los trabajadores se negaron a continuar con sus labores y decidieron demandar a la compañía, pero la demanda no prosperó en los tribunales. En represalia, la subsidiaria de la Tela Railroad Company en Puerto Cortés despidió al dirigente obrero del muelle, el muellero Rafael García, lo que provocó el inmediato malestar entre sus compañeros quienes, desde entonces, se declararon en huelga.
Previendo la amenaza de un problema mayor, el vicepresidente y ministro de Gobernación, Justicia y Sanidad, Julio Lozano Díaz, acudió personalmente a la zona del conflicto con la intención de intermediar, pero la detención del representante del Departamento de Mecánica, Juan Canales, un día antes, agravó la situación y, para el 30 de abril, el efecto dominó de la huelga ya se había expandido hasta El Progreso, donde todos los trabajadores bananeros se declararon en huelga en solidaridad con sus compañeros de Puerto Cortés.
“El Comité de Huelga —escribe Víctor Meza—, convencido de ampliar el movimiento a las demás instalaciones de la compañía, excitó a todos los trabajadores del enclave para que se unieran a la huelga decretada por los obreros de El Progreso y fijó como fecha única de inicio el 3 de mayo de ese año. Muy pronto, los 25,000 trabajadores de la Tela Railroad Company se encontraban involucrados en la huelga y las operaciones de la compañía se detuvieron por completo”.
Al pararse las acciones de la compañía, también se paralizaron los obreros de la Standard Fruit Company y el país entero. Y solo después de casi dos meses de huelgas y protestas, de multimillonarias pérdidas para las compañías bananeras (y para el Estado hondureño) y de intensas negociaciones salariales y de condiciones de trabajo, el 9 de julio de 1954 se firmó un acta en la que las compañías se comprometían a cumplir algunas (no todas) exigencias de los trabajadores.
Los acuerdos no se cumplieron de inmediato, pero gracias a la huelga y sus preceptos, en 1959, ya en el gobierno liberal de Ramón Villeda Morales, el Estado de Honduras dictó el Código del Trabajo que, por primera vez, garantizaba los derechos de los trabajadores asalariados y dignificaba su lucha por el bienestar individual, por el desarrollo de la sociedad y del Estado mismo.
Para conmemorar esa gran gesta —una de las más importantes en la historia republicana de Honduras—, el próximo 26 de mayo la Comisión Nacional del Bicentenario rendirá tributo a los ideólogos, líderes y al lugar donde inició la huelga en los viejos muelles de Puerto Cortés; porque la historia es ahora, y porque “toda historia es presente”.
La huelga que enfrentó el gobierno de Juan Manuel Gálvez durante 69 días consecutivos supuso el punto de inflexión de esa deriva laboral; se trataba de reivindicar la condición salarial y humana de los trabajadores.
La lucha había sido prolongada. Desde mediados del siglo XIX, trabajadores del hato ganadero y compañías mineras habían manifestado sus desacuerdos con la situación de explotación y desamparo que se vivía en las haciendas y en las vetas mineras de San Juancito, Tegucigalpa, El Paraíso y Choluteca.
Uno de los primeros registros de manifestaciones laborales se suscitó en Olancho durante la administración de José María Medina, cuando mozos de hacienda dirigidos por Serapio Romero, “El Cinchonero”, protestaron por las condiciones de trabajo y retaron al Gobierno.
Ese episodio terminó en uno de los momentos más trágicos de la historia nacional: la masacre conocida como “La Ahorcancina”, en la que cientos de hondureños fueron ejecutados y desterrados.
En su estudio sobre la “Historia del movimiento obrero hondureño”, Víctor Meza apunta que “la primera concentración masiva de trabajadores asalariados tuvo lugar con los trabajos del ferrocarril interoceánico a finales de la década de 1860, cuando los obreros hondureños se rebelaron y los encargados de la construcción debieron recurrir a mano de obra del Caribe”.
Más tarde, con las guerras subsiguientes, los conflictos políticos, económicos y civiles —sumados al aparecimiento de grupos comunistas en las primeras décadas del siglo XX—, las luchas desembocaron, inevitablemente, en una serie de grupos de trabajadores organizados contrarios a las directrices de los gobiernos y las empresas mineras, ferroviarias, portuarias y bananeras.
Así comenzó el largo proceso de sindicatos y huelgas que pondrían al país en vilo a mediados de siglo.
Entre 1916 y 1954 se registró —con notable interrupción durante la dictadura de Tiburcio Carías— una innumerable cantidad de pequeñas protestas en las plantaciones bananeras y, más tímidamente, en otros sectores del trabajo.
En la década de 1920, las protestas y huelgas bananeras fueron cada vez más comunes en todos los países hispanoamericanos donde los capitales estadounidenses tenían plantaciones, como la recordada “Masacre de las bananeras” en Colombia, donde el gobierno de Miguel Abadía Méndez decidió reprimir a los más de 25,000 obreros que se rehusaban a trabajar en las plantaciones de la United Fruit Company por abusos de la compañía, dejando como saldo centenares de muertos.
En 1954, la huelga general hondureña fue posible gracias los remanentes bélicos de la Segunda Guerra Mundial, al contexto mundial de la Guerra Fría, a las libertades recobradas por el sindicalismo y los grupos comunistas reprimidos durante la dictadura de Carías, a la apertura para la modernización del Estado del gobierno de Gálvez, y a la cierta educación política y formal de algunos dirigentes del Comité General de Huelga, como Julio César Rivera, Óscar Gale Varela, Juan Canales o Céleo Gonzales.
Pero también, gracias al apoyo de los estudiantes, de los sectores populares y civiles, y de comerciantes palestinos que buscaban la supresión de los comisariatos con la intención de aniquilar el monopolio frutero, ampliar el mercado interno y expandir la circulación de efectivo a los sectores mercantiles y obreros.
La huelga, en realidad, inició en las últimas semanas de abril de 1954 —aunque de manera informal—, después de que el 10 de abril de ese año la Tela Railroad Company (subsidiaria de la United Fruit Company) se negara a cumplir lo estipulado en el Decreto Legislativo N° 96 del 4 de marzo de 1949, que ordenaba a las compañías bananeras pagar doble jornal a los trabajadores en los días festivos o de descanso.
Ante la negativa, los trabajadores se negaron a continuar con sus labores y decidieron demandar a la compañía, pero la demanda no prosperó en los tribunales. En represalia, la subsidiaria de la Tela Railroad Company en Puerto Cortés despidió al dirigente obrero del muelle, el muellero Rafael García, lo que provocó el inmediato malestar entre sus compañeros quienes, desde entonces, se declararon en huelga.
Previendo la amenaza de un problema mayor, el vicepresidente y ministro de Gobernación, Justicia y Sanidad, Julio Lozano Díaz, acudió personalmente a la zona del conflicto con la intención de intermediar, pero la detención del representante del Departamento de Mecánica, Juan Canales, un día antes, agravó la situación y, para el 30 de abril, el efecto dominó de la huelga ya se había expandido hasta El Progreso, donde todos los trabajadores bananeros se declararon en huelga en solidaridad con sus compañeros de Puerto Cortés.
“El Comité de Huelga —escribe Víctor Meza—, convencido de ampliar el movimiento a las demás instalaciones de la compañía, excitó a todos los trabajadores del enclave para que se unieran a la huelga decretada por los obreros de El Progreso y fijó como fecha única de inicio el 3 de mayo de ese año. Muy pronto, los 25,000 trabajadores de la Tela Railroad Company se encontraban involucrados en la huelga y las operaciones de la compañía se detuvieron por completo”.
Al pararse las acciones de la compañía, también se paralizaron los obreros de la Standard Fruit Company y el país entero. Y solo después de casi dos meses de huelgas y protestas, de multimillonarias pérdidas para las compañías bananeras (y para el Estado hondureño) y de intensas negociaciones salariales y de condiciones de trabajo, el 9 de julio de 1954 se firmó un acta en la que las compañías se comprometían a cumplir algunas (no todas) exigencias de los trabajadores.
Los acuerdos no se cumplieron de inmediato, pero gracias a la huelga y sus preceptos, en 1959, ya en el gobierno liberal de Ramón Villeda Morales, el Estado de Honduras dictó el Código del Trabajo que, por primera vez, garantizaba los derechos de los trabajadores asalariados y dignificaba su lucha por el bienestar individual, por el desarrollo de la sociedad y del Estado mismo.
Para conmemorar esa gran gesta —una de las más importantes en la historia republicana de Honduras—, el próximo 26 de mayo la Comisión Nacional del Bicentenario rendirá tributo a los ideólogos, líderes y al lugar donde inició la huelga en los viejos muelles de Puerto Cortés; porque la historia es ahora, y porque “toda historia es presente”.