Introduciéndonos en la intimidad de El Cenáculo, localizado en la parte superior del edificio que también cuenta con la tumba del Rey David, sentimos una presencia fuerte de historia, traición, abandono y negación para luego transportarnos de inmediato a aquellos días en el que el hijo de Dios sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo a la presencia del Padre.
Para Jesús, antes de ser protagonista de múltiples acontecimientos que culminarían en una dramática muerte, decidió reunirse en este lugar para compartir con sus discípulos el pan y el vino, considerado para el cristianismo como la institución del sacramento de la eucaristía o bien como el cuerpo y la sangre de Cristo.
Hoy en día, el Cenáculo es digno de veneración no sólo por lo ocurrido entre sus paredes aquella noche, sino por la aparición del Señor ya resucitado en dos ocasiones a los Apóstoles que se habían escondido dentro del lugar con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Cabe resaltar que la cena es considerada por la mayoría de los teóricos como la Cena de Pascua, también conocida como la fiesta del pan ácimo, es decir pan sin levadura, celebrada en la noche del jueves santo antes de la crucifixión de Jesús.Luego de avanzar un par de metros por la Puerta de Sion en la antigua Jerusalén, llegamos al monumento que alberga este santo e histórico lugar, una vez ingresando a la sala del Cenáculo, percibimos una arquitectura gótica acompañada de una construcción para las plegarias musulmanas, una columna con grabados de pelícanos que es el símbolo de la eucaristía como también los restos de un cordero en una de las claves y por último una escalera que conduce a la Capilla de la venida del Espíritu Santo.
Mientras se convive entre la multitud de personas que visitan este sagrado lugar, cerramos por un momento los ojos y quisimos estar en el momento en que Jesús tomó el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio a los discípulos diciendo: Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía.