'Yo fui abusado cuando estaba en el colegio; yo y muchas otras personas”, me dijo el periodista chileno Juan Carlos Cruz. “Este cura (Fernando Karadima) viene abusando desde 1958. Un hombre queridísimo en esa época. Se proclamaba casi santo. Cuando se murió mi papá, me dijeron ‘ve dónde él, que te puede ayudar’. Yo estaba destrozado. Ahí, al poco tiempo, comenzaron los abusos”.
Este es el testimonio que Juan Carlos Cruz le quería contar al papa Francisco durante su visita a Chile en enero de este año. También le quería decir que el obispo chileno Juan Barros había sido testigo y cómplice de los abusos sexuales, según han declarado las víctimas. Pero el pontífice defendió al obispo y no quiso escuchar más. “El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar”, dijo el Papa en la ciudad de Iquique, Chile. “No hay una sola prueba en contra, todo es calumnia”.
Ese fue el día que el Papa se equivocó.
“Dijo que éramos calumniadores, para mí eso fue un dolor tremendo”, me contó Cruz. “Mira, en la Iglesia ha habido una cultura de abuso y una cultura del encubrimiento del abuso. Habiendo vivido las dos cosas, el abuso es tremendo — te quedan las secuelas — y uno trata de salir adelante. Pero después la gente que te debería ayudar, que te debería proteger, te da una cachetada en la cara. Te destrozan tu honra porque protegen a su institución”.
La visita a Chile del papa Francisco no fue tan exitosa como habían esperado tanto los organizadores como el mismo pontífice. Eso debe haberlo hecho reconsiderar su postura, porque cuando volvió a Roma asignó a dos sacerdotes para que investigaran las acusaciones hechas en Chile. Estos sacerdotes hablaron con Cruz y con casi 70 personas más. En abril entregaron al Vaticano un informe de 2,300 páginas con un tono extremadamente crítico de los líderes de la Iglesia católica en Chile. Después de una reunión de tres días con el pontífice en mayo, los 34 obispos de Chile le ofrecieron su renuncia (hasta el momento, sólo ha aceptado tres renuncias, incluyendo la de Barros).
Pero luego el Papa hizo algo más, algo muy personal. Invitó a pasar casi una semana en su residencia de Santa Martha, en el Vaticano, a Cruz, a James Hamilton y a José Andrés Murillo. Ellos son los que, en 2010, rompieron el silencio y tomaron el liderazgo de las denuncias de abuso sexual y encubrimiento de la Iglesia Católica chilena. Ahí, por fin, el Papa escuchó una versión muy distinta. “Yo se lo dije al Papa, cara a cara, como si lo hubiera conocido toda la vida”, recordó Cruz. “Y yo le dije crudamente todo lo que quería decirle”.
Luego de varias conversaciones durante casi una semana, el Papa se disculpó. Así recordó Cruz las palabras del pontífice en una conferencia de prensa en Roma en mayo: “Juan Carlos, quiero pedir perdón por lo que te sucedió, como el Papa y también en nombre de la Iglesia universal. Yo era parte del problema y es por eso que te pido disculpas”.
El día de nuestra entrevista, Cruz estaba particularmente conmovido. El Papa acababa de enviar una durísima carta a los líderes de la Iglesia Católica en Chile en la que, por fin, se ponía del lado de las víctimas. “Espero que esta cultura de abuso empiece a cambiar y que para los miles de sobrevivientes de abuso esto sea un modelo”, reflexionó.
El problema es que la carta del Papa y sus disculpas no han cambiado nada ... todavía. El sacerdote Fernando Karadima no está en la cárcel. El Vaticano le ordenó una “vida de oración y penitencia”. Tampoco están detenidos los religiosos que encubrieron esos crímenes.
Ojalá el Papa nos vuelva a sorprender. Estamos esperando. Porque lo que ha hecho hasta ahora no se puede llamar justicia.
Mientras tanto, lo ocurrido en Chile debería repetirse en otros países de América Latina donde también se han denunciado numerosos abusos y encubrimientos. ¿Por qué este escándalo explota en Chile?, le pregunté a Cruz.
“No me considero un héroe”, me dijo. “Mis amigos tampoco se consideran héroes. Nosotros lo que hemos hecho bien es ser persistentes. Cuando nos destrozaban la reputación, hemos seguido luchando”.
¿Sigues creyendo en Dios?, le pregunté antes de despedirnos.
“Sigo siendo católico”, me dijo. “La relación que uno tiene con Dios es lo más personal que uno puede tener en la vida. Nadie te puede quitar eso”...