TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Algunos de los relatos de “Final de invierno” (Il Miglior Fabro, 2008) parecen la descripción de un infierno bajo la lluvia. Este libro extraordinario contiene seres humanos arrastrados por las circunstancias, vecinos demasiado extraños, monstruos que abrevan en las patios de las casas y amores hechos de un cómico sentimentalismo.
Dennis Arita, quien parece disfrutar creando situaciones para aplastar a sus personajes, hizo esta declaración modesta sobre la unidad de su libro: “Lo que hice fue juntar varios cuentos donde apareciera el agua, más que todo en forma de lluvia”. Hay que agregar que todos los cuentos tienen finales abiertos (incómodos; que obligan a repensar lo leído en busca de pequeñas certezas sobre la naturaleza de los sucesos), imágenes poderosas, atmósferas opresivas y un sentido del humor sutil pero tan negro que podría envidiarlo Hannibal Lecter.
Los infiernos
“El río”, el primer cuento, parece una pesadilla. El protagonista despierta en el bosque bajo la lluvia, hay relámpagos que iluminan brevemente todo, como en las películas de terror. A pesar de esta atmósfera, es un cuento realista, aunque esa realidad parece a punto de irse al diablo en cualquier momento.
Paulatinamente conocemos los hechos, el crimen del protagonista, y al final asistimos a un escape extraño, una especie de suicidio en el río. Esta narración pasa continuamente -con fluidez- de la tercera persona a los pensamientos en primera persona del protagonista.
“Casas” es otro infierno. Un agente inmobiliario lleva a Sierra a ver una casa en las afueras de la ciudad.
Sierra se queda solo y conoce a unos vecinos más extraños que los personajes de “La dimensión desconocida”. Hay un curioso capricho en este cuento (y en otros del libro): los personajes se presentan con el apellido. Este pequeño desacuerdo con la realidad no resta méritos al relato.
El argumento del tercer cuento tiene una sencillez pasmosa: un hombre regresa a su pueblo para ver a su madre y al final se encuentra con una extraña criatura. Por eso se llama “Monstruo”. Aquí no se abusa de la lluvia ni de relámpagos sobrenaturales; sin embargo, a medida que avanza la narración la realidad es más etérea, como si el personaje, igual que en “Casas”, estuviera en un limbo. El monstruo puede ser un símbolo, una alucinación o un ser fantástico; de lo que el lector piense depende la naturaleza del relato.
Los dominios del humor
Los dos últimos cuentos, “Edificios después de la lluvia” y “Final de invierno”, están narrados en primera persona. Con este cambio la narración adquiere a veces el tono de una comedia sentimental. Pero el narrador es irónico y nunca perdona una oportunidad de burlarse de sí mismo o de los otros. Los dos tratan sobre aventuras amorosas: en el primero aparece Mendoza, que tiene la rara afición de demoler edificios, hasta que encuentra a Ana, el amor y un motivo para no derribar un café.
En “Final de invierno”, un abogado se dedica a perseguir a un hombre rubio que se fuma un cigarro y visita el mismo lugar para ver morbosamente a las mismas colegialas, siempre. Ambos tienen finales en que los protagonistas son sometidos a una especie de dulce ridículo. Su atmósfera sigue siendo opresiva, pero la ironía y el ritmo del lenguaje hacen que se lean con una sonrisa. En definitiva, este es uno de los mejores libros de relatos publicados.
Dennis Arita, quien parece disfrutar creando situaciones para aplastar a sus personajes, hizo esta declaración modesta sobre la unidad de su libro: “Lo que hice fue juntar varios cuentos donde apareciera el agua, más que todo en forma de lluvia”. Hay que agregar que todos los cuentos tienen finales abiertos (incómodos; que obligan a repensar lo leído en busca de pequeñas certezas sobre la naturaleza de los sucesos), imágenes poderosas, atmósferas opresivas y un sentido del humor sutil pero tan negro que podría envidiarlo Hannibal Lecter.
Los infiernos
“El río”, el primer cuento, parece una pesadilla. El protagonista despierta en el bosque bajo la lluvia, hay relámpagos que iluminan brevemente todo, como en las películas de terror. A pesar de esta atmósfera, es un cuento realista, aunque esa realidad parece a punto de irse al diablo en cualquier momento.
Paulatinamente conocemos los hechos, el crimen del protagonista, y al final asistimos a un escape extraño, una especie de suicidio en el río. Esta narración pasa continuamente -con fluidez- de la tercera persona a los pensamientos en primera persona del protagonista.
“Casas” es otro infierno. Un agente inmobiliario lleva a Sierra a ver una casa en las afueras de la ciudad.
Sierra se queda solo y conoce a unos vecinos más extraños que los personajes de “La dimensión desconocida”. Hay un curioso capricho en este cuento (y en otros del libro): los personajes se presentan con el apellido. Este pequeño desacuerdo con la realidad no resta méritos al relato.
El argumento del tercer cuento tiene una sencillez pasmosa: un hombre regresa a su pueblo para ver a su madre y al final se encuentra con una extraña criatura. Por eso se llama “Monstruo”. Aquí no se abusa de la lluvia ni de relámpagos sobrenaturales; sin embargo, a medida que avanza la narración la realidad es más etérea, como si el personaje, igual que en “Casas”, estuviera en un limbo. El monstruo puede ser un símbolo, una alucinación o un ser fantástico; de lo que el lector piense depende la naturaleza del relato.
Los dominios del humor
Los dos últimos cuentos, “Edificios después de la lluvia” y “Final de invierno”, están narrados en primera persona. Con este cambio la narración adquiere a veces el tono de una comedia sentimental. Pero el narrador es irónico y nunca perdona una oportunidad de burlarse de sí mismo o de los otros. Los dos tratan sobre aventuras amorosas: en el primero aparece Mendoza, que tiene la rara afición de demoler edificios, hasta que encuentra a Ana, el amor y un motivo para no derribar un café.
En “Final de invierno”, un abogado se dedica a perseguir a un hombre rubio que se fuma un cigarro y visita el mismo lugar para ver morbosamente a las mismas colegialas, siempre. Ambos tienen finales en que los protagonistas son sometidos a una especie de dulce ridículo. Su atmósfera sigue siendo opresiva, pero la ironía y el ritmo del lenguaje hacen que se lean con una sonrisa. En definitiva, este es uno de los mejores libros de relatos publicados.