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La invención de la América colonizada

Con su invención, América fue puesta en los márgenes del mundo occidental, de la racionalidad capitalista. Una epistemología hegemónica que no da lugar a cuestionar la superioridad racial, religiosa, filosófica y científica de Europa.

14.03.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Antes del siglo XVI los europeos de manera general tenían una concepción reduccionista sobre la tierra y sus continentes, tres para ser exactos. Isidoro de Sevilla (560-636 d. C.), escribió en las “Etimologías” una descripción que mostraba un mapa cristiano de una “T” en un círculo dedicadas a los tres hijos del personaje bíblico, Noé. En la parte superior ubicaba a Asia (a Sem) y en la parte inferior colocaba a Europa (a Jafet) y África (a Cam).

En 1492 Colón llegó a las Antillas y en la década de 1520 inició un acelerado contexto de colonización de tierra continental en el bautizado “nuevo continente”. Con Saqueos, asesinatos e imposiciones ideológicas se buscaba la pulverización de las culturas nativas y la instauración de nuevas formas de pensamiento occidental, pese a ello sí surgieron dinámicas culturales mestizas. Esto definiría la historia colonial del vasto territorio bautizado como América en 1509, reivindicando la certeza del navegante Américo Vespucio de atribuir un nuevo espacio territorial separado de los tres continentes conocidos por ellos.

Contexto de mundialización y la invención de América y sus consecuencias

En 1542, Gerardus Mercator realiza un mapa que incluye al “nuevo continente”, aparece dividido el mundo en cuatro continentes, extasiando a mercaderes, banqueros, reyes y aventureros que ansiosos por obtener riquezas se lanzaron por los mares aprovechando ciertas tecnologías de navegación que les permitiría viajar y saquear en nombre de los monarcas y de la religión.

Con su invención, América fue puesta en los márgenes del mundo occidental, de la racionalidad capitalista. Una epistemología hegemónica que no da lugar a cuestionar la superioridad racial, religiosa, filosófica y científica de Europa (Mignolo, 2005). En fin, las diferencias planteadas entre Europa, los territorios anglosajones y América Latina durante la administración española o con el nacimiento de las repúblicas “independientes” no se basa en la cultura sino en una estética colonial, donde se da primacía a los países industriales (civilizados y superiores) y los “en vías de desarrollo” (subdesarrollados, inferiores).

En este plano las naciones de América Latina están expuestas en la fase contemporánea a la colonización del capital, con una racionalidad que impone el “derecho” a las corporaciones de extraer recursos y dominar territorios frente a cualquier resistencia “irracional”.

La occidentalizada “modernidad”

O’Gorman, Fanon, Wolf, Gruzinski, Quijano, Lander, Dussel, Segato, Santos o Mignolo son algunos estudiosos que han dado fisonomía a nuevas interpretaciones sobre la occidentalización y su “modernidad”.

La “modernidad” occidentalizada tiene un constructo cristiano, el hijo de Noé, Jafet (Europa) se ubica al oeste de Jerusalén, centro del mundo cristiano. Ese occidente se interpreta a sí mismo, en esencia, como un centro, que expandió su hegemonía e inventó sus confines con América o las Indias Occidentales. Pero el occidente gnoseológico en el contexto de la expansión del capitalismo histórico lo hace bajo la premisa del centro civilizador europeo, como un punto de observación y clasificación del mundo. A partir del siglo XVI los gérmenes del nuevo orden racional y “moderno” se constituyen bajo una “verdad como opio” (Wallerstein, 1988), o sea un racionalismo que parte de una idea absoluta del “progreso civilizatorio”.

Reacciones del mundo “sin historia”

En las últimas décadas una gran diversidad de análisis, discursos políticos, argumentos decolonizadores territoriales y corporales gravitan en un contexto al que Lipovetsky explora como una era del vacío y del individualismo hipermoderno, donde el occidente globalizado gana la batalla frente a propuestas dispersas y narcisistas (Lipovetsky, 1983) de la llamada “segunda revolución individualista”.

Los discursos disidentes y el activismo político del mundo “sin historia” (Wolf, 1978) cruzan un umbral complejo, donde su articulación pierde fuerza ante la “racionalidad global”, la que sí se articula y muta sin desligarse del hilo hegemónico del “derecho” colonizador capitalista y su teatralización liberal.