TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Mientras muchos hacen ruido y eco del calificativo de “poeta” e incluso se presentan con ese título antes que por su nombre de pila, a María Eugenia Ramos (Tegucigalpa, 1959) esa definición no le es del todo grata. Su legado en la narrativa, específicamente en el cuento, le sienta mucho mejor.
La autora hondureña, invitada a formar parte del Festival Centroamérica Cuenta, edición 2024, asegura que, aunque ha dudado de su vocación como escritora, no le molesta que la comparen (a broma) con Juan Rulfo (México, 1917) por haber publicado solo un par de libros. “No hay por qué correr, cada uno tiene su ritmo”, responde.
En su primera entrevista con EL HERALDO, la autora reconoce que gran parte de lo que es lo heredó de su padre, el periodista y educador Ventura Ramos Alvarado, a quien abrazó por última vez hace casi tres décadas. Una fotografía suya junto a él y el resto de su núcleo familiar reposa sobre un estante en la sala de su casa, donde, sentada en su sofá, comenzó a conversar, a agradecer, a cuestionar y a narrar...
Está invitada a la próxima edición del Festival Centroamérica Cuenta. ¿Qué expectativas tiene en cuanto al evento y su participación?
Este va a ser un reencuentro que, en lo personal, me llena de mucha alegría porque yo estuve en la primera edición de Centroamérica Cuenta en el año 2013 en Managua, cuando había otras circunstancias en Nicaragua. Ahora, va a ser una gran oportunidad de reencontrarme con gente a la que aprecio y a la que le debo mucho, como al maestro Sergio Ramírez, por ejemplo. Y, luego, conocer a otros escritores, a otras escritoras que nos vamos a encontrar allá en Panamá.
La expectativa es también crear nuevos lazos y, en este caso, contribuir a que se conozca un poquito más la literatura hondureña, porque es lamentable que a veces en muchos de estos festivales o encuentros Honduras no ha participado a pesar de que el nombre del evento incluya la palabra Centroamérica.
Yo el año pasado estaba invitada y tuve un accidente, que me dejó una fractura, justo en los días previos al festival, por lo que me fue imposible asistir. Entonces, es como muy bonito decir “bueno, pasó un año, pero nos dan de nuevo la oportunidad”.
¿Cómo define su relación con Sergio Ramírez? ¿Qué concepto tiene de él como persona y profesional?
Para empezar, Sergio Ramírez es una gran persona. Tengo un amigo que siempre me llama la atención sobre algo que yo dije una vez en un conversatorio: “muchas veces es preferible conocer solo la obra del escritor, y no al escritor en persona”, porque estos no siempre tienen esa calidad humana. Y me disculpan, pero eso es una realidad.
Y en el caso de Sergio Ramírez, él irradia una calidad humana, un compromiso con la gente, es accesible, es alguien con quien usted va y le platica, le conversa y él le responde, usted le escribe un correo y él le contesta, aunque sea a los meses, porque obviamente es una persona que pasa sumamente ocupada.
También ha apoyado mucho la literatura, no solo en el sentido de su obra, sino que ha contribuido a divulgar la obra de otros escritores y escritoras de Centroamérica, especialmente de las nuevas generaciones, por medio de antologías y de estos festivales.
Más de una década después de haber recibido el título, ¿qué representa para usted ser uno de los 25 secretos mejor guardados de la literatura Latinoamericana?
En su momento (2011) fue para mí una enorme sorpresa. De hecho, sigue siendo una sorpresa, porque yo solo tengo un libro, un modesto librito de cuentos. Y bueno, creo que he tenido mucha suerte, o ese libro ha tenido mucha suerte, en el sentido de que aquí en Honduras en su primera publicación no tuvo mucha acogida, pero como que se guardó en el tiempo y luego ha habido personas de otros países que lo han descubierto y lo han vuelto a sacar. Aunque lo que más me alegra, aparte de eso, es el hecho de que acá las nuevas generaciones lo están leyendo y no por obligación, como ocurre muchas veces, que el maestro o la maestra les dice a sus alumnos “este libro vale cinco puntos para quien lo compre”.
Y en mi caso, pues sí, ha habido casos en los que los maestros se los recomiendan, sin obligarlos a comprarlo. Y muchísimos veces los estudiantes han decidido por su cuenta comprarlo, leerlo, y esa para mí es mayor satisfacción. Se dice que la obra de los escritores es mejor valorada con el tiempo, y ese ha sido mi caso.
En algún momento usted mencionó que estaba un tanto peleada con la carrera de Letras, en referencia a que las lecturas obligadas limitan su amor por la literatura. ¿Podría desarrollar esa idea?
En realidad mi reclamo no es tanto con la carrera de Letras, sino con el departamento de Español en aquel tiempo, donde lamentablemente se dieron estos casos. Tengo entendido que ya los maestros autores de esas obras, que exigían a los estudiantes comprarlas, ya se jubilaron. Y, bueno, no sé si viene otra generación de escritores que quieren obligar a los estudiantes, pero yo siempre lo he dicho y lo sigo diciendo: es antiético que una persona escriba la obra y luego obligue a sus estudiantes a comprarla. Tiene que haber una comisión que decida sobre la calidad de las obras y que, conforme a ello, le dé un listado a los estudiantes, con libros entre los que ellos puedan seleccionar cuáles quieren leer. La lectura obligada no resulta.
La verdad es que en cuanto a la carrera de Letras, sí, en parte eso contribuyó mucho a mi fuga de las aulas, porque me resistí varias veces cuando me ponían a leer ciertos textos que yo no quería. Con otro compañero, que también era bastante mayor, no nos importaba sacar 60% por no haber leído un libro si no queríamos hacerlo. Y aunque sí, en lo académico quizá me hubiese ido mejor, creo que lo más importante es vivir dignamente y con base en lo que uno cree que está bien.
¿Ha dudado de su vocación como escritora o de la calidad de sus obras?
Muchas veces. Yo reconozco que tengo el síndrome del impostor, en el sentido de que, bueno, no es que no estoy satisfecha con mi obra. Creo que mi obra, cuando yo la releo, digo: “sí, está bien”. Realmente siempre se puede mejorar, no es que tampoco piense que es lo mejor que se haya escrito en Honduras ni nada por el estilo.
Pero en lo que no me siento bien es en el hecho de que yo haya publicado tan poco. Porque yo solo he publicado un libro de poesía (“Porque ningún sol es el último”, 1989), muchos años después publiqué el libro de cuentos (“Una cierta nostalgia”, 2000), que es el que más puertas me ha abierto, y mucho tiempo después he publicado dos pequeños libros más; una biografía adaptada para niños de Clementina Suárez y otra biografía adaptada también para niños de Visitación Padilla. Eso es todo.
Entonces, yo a veces pienso: “bueno, voy a estos encuentros y obviamente muchas de las personas que están allí han publicado muchísimo. Y ese no es mi caso. El día a día me consume. Tengo que trabajar y me gusta mi trabajo (correctora de estilo para un medio de comunicación), pero ya lo de uno como que se va quedando rezagado. Aún así tengo muchísimas ideas.
¿Qué representa para usted el término de “escritora de uno o dos libros”?
Para mí puede ser más que un honor. Juan Rulfo (considerado uno de los escritores hispanoamericanos más importantes del siglo XX) solo publicó dos o tres libros en toda su vida. Entonces, así me dicen a veces algunas amigas muy generosas, “usted es Juana Rulfa”. Obviamente no estoy pretendiendo compararme, pero no me siento mal en ese sentido. Yo digo que ese es mi ritmo. He llegado a la conclusión de que cada escritor y cada escritora tiene su ritmo. Habrá quienes escriban 10 libros al año, habrá quienes escribamos uno cada 10 o 20 años. Pero pienso que lo importante es no forzarse.
Entre el afán por ganar concursos y por publicar una obra tras otra, ¿qué cree usted que mutila más a un buen texto?
Los dos por igual. Primero, lo de ganar concursos es algo muy azaroso. No se sabe qué criterios tiene un jurado calificador, aunque estén escritos por ahí, porque ya en la práctica es otra cosa. Y en cuanto al tema de las publicaciones, yo por lo menos no tengo ninguna prisa, no me molesta que no estén libros míos circulando, para nada, no me quita el sueño. Pero sé que hay personas que sienten que lo necesitan hasta como parte de sus créditos académicos, sin importar la calidad del texto.
Yo sí coincido con lo que han dicho otros escritores y escritoras: “no hay por qué correr”. Si usted tiene talento, este ahí va a estar. Y esto no pasa solo en Honduras; es un fenómeno mundial, de repente hasta sacar los chats de WhatsApp y pensar que eso es una obra literaria. No hay que convencerse de que cosas tan crudas ya están listas para publicarse, porque no es así.
En esa línea, usted ha dicho que el talento no se puede aprender. ¿Cómo identifica, entonces, a un escritor talentoso?
Para comenzar, yo lo identifico por su manejo del lenguaje, me fijo mucho en la estructura de su texto. Hay escritores y escritoras que no tienen ni un libro publicado y a mí me dejan con la boca abierta cuando los leo. Curiosamente, esa gente tan talentosa tampoco está desesperada por publicar.
Y adquirir ese dominio en el lenguaje es algo que solo se logra leyendo, leyendo buenas obras y leyendo de todo; no solo lo último que salió en Amazon o qué sé yo en otro lugar, sino aquello que se va a quedar para siempre, lo que ya ha pasado la prueba del tiempo.
¿Recomienda o admira específicamente a ciertas autoras?
En el caso de las escritoras mujeres, yo recomiendo a Rosario Castellanos y a Elena Garro, porque siempre vuelvo a ellas después de leer cualquier otra cosa. Sobre todo Elena Garro a mí me devuelve otra vez el deseo de leer y escribir, gracias a su dominio del idioma. Ella hizo unas contribuciones invaluables, fue precursora del realismo mágico. Pero conocemos nada más a quien fue su esposo (Octavio Paz) y al siempre mencionado Gabriel García Márquez.
¿Ha habido un antes y un después en su labor en las letras que recuerde por un hecho en particular?
Para mí fue como un antes y un después el hecho de que me hayan pedido de la revista Cuadernos Hispanoamericanos de Madrid que escribiera un cuento pagado para ellos. Eso para mí fue un reto. Estábamos en pandemia, con la situación de mi mamá muy enferma, y yo, como siempre, dejándolo todo para después...
Pero yo sabía que tenía el compromiso, sobre todo porque es tan difícil que a una mujer le den esta tarea. En la historia, generalmente, seleccionan a escritores hombres. Entonces, yo tenía doble responsabilidad: “estoy representando a Honduras, pero también estoy representando a las escritoras mujeres, y tengo que hacer algo bueno”.
Finalmente, después de muchos tropiezos salió algo que, según me han dicho, no desmerece, está a la altura de lo que se me había pedido y es tanto así que ese cuento (“La cinta roja”) me lo han traducido al portugués y al italiano, además de que fue publicado originalmente en España e incluido en una antología de narrativa centroamericana que se acaba de publicar por Alfaguara. Después de eso me digo a mí misma: “todavía tus neuronas funcionan, todavía podés escribir”.
Ha dicho que su ambición es llegar a ser una buena cuentista. ¿Por qué este género literario sobre otros como, por ejemplo, la poesía?
De hecho, a veces me molesto cuando me llaman poeta, y es raro porque yo empecé escribiendo poesía y mi primer libro fue uno de poesía (“Porque ningún sol es el último”). Es un texto un poco ingenuo, porque yo era joven cuando lo escribí, no tenía ni 30 años. En él narro mi experiencia como joven comprometida con los cambios sociales en la década de los 80, porque yo fui dirigente estudiantil e incluso tuve que salir del país y permanecí fuera de Honduras por un período de cinco años. Y en ese sentido también me marcó, porque creo que influyó para que yo no terminara mis estudios de forma regular, estaba más interesada en otras cosas que hacer en la vida y no precisamente en lo académico. Y me siento honrada, orgullosa de haberlo escrito porque recupero esa época.
También es un libro que ha sido incluido en varias antologías de poesía hondureña y centroamericana, incluso, por ejemplo, en francés, en una antología que fue publicada en Ginebra. Pero no me gusta que me digan poeta porque yo no estoy escribiendo poesía, estoy dedicada a la narrativa al cien por ciento.
El cuento me encanta como género, porque yo crecí leyendo cuentos, y novelas, obviamente, pero a mí me gusta la intensidad que tiene el cuento. El cuento es, tal como lo dijo (Julio) Cortázar, “como tomar una fotografía”. Hay que enfocarse, no dispersarse en un montón de temas, sino en algo específico. Mientras que en la novela hay que extenderse, por lo que hay momentos en los que se pierde la tensión, el hilo se va diluyendo. Y en ese sentido para mí el cuento es superior. Esa es mi aspiración, escribir buenos cuentos dentro de ese concepto que yo tengo de lo que es este género.
¿A qué se refiere cuando dice que no renuncia a escribir como hondureña?
Sobre todo al tema del lenguaje, por ejemplo, el voseo. Yo me siento orgullosísima de decir “vos”. Y no entiendo cuando a veces algunos escritores prefieren decir tú o utilizar algo como muy neutro. Tampoco voy a caer en lo que se hacía antes, que se recurría a un lenguaje coloquial y se traducía así fonéticamente. No, no es eso lo que yo intento hacer. El voseo es parte de nuestra identidad.
¿En qué considera que se diferencia usted de las nuevas generaciones de escritores?
Sinceramente, yo me siento más identificada con las nuevas generaciones de escritores que con las que están más cerca de mí cronológicamente. Será porque les conozco a muchos y a muchas, y hemos sentido que hay afinidad. Para mí no hay problema en identificarme con la gente joven, me es mucho más fácil conversar con personas jóvenes que con personas de mi generación, que se quedó con muchos tabúes y prejuicios. Otras veces hablan de temas de los que yo no me siento parte, por ejemplo, yo no tengo nietos (sí una hija), a mí háblenme de mis perrinietas (ríe). Sí, con los escritores y escritoras jóvenes, afortunadamente, tengo muy buena relación. No así con las asociaciones, porque yo no pertenezco a ninguna asociación de escritores ni de escritoras, aunque sí procuro mantener ese trato cordial.
Quizá la única y enorme diferencia sea que a mí me tocó sola, en el sentido de que yo no pertenecí, digamos, a ningún círculo de la época. Pero ahora los jóvenes escritores tienen sus asociaciones, sus colectivos, y eso es muy bueno. Hay talleres, y yo, por ejemplo, nunca asistí a un taller literario. Todo lo que hice fue por mí misma, y si tengo errores, pues son mis errores.
Antes de iniciar la entrevista comentó que se considera a sí misma una escritora no muy disciplinada. ¿Cree que eso ha sido una limitante?
Desde luego que sí. Yo debí y pude haber escrito mucho más. He tenido la oportunidad de hacerlo, incluso de ir a muchos encuentros literarios. He estado, por ejemplo, en México en varias oportunidades, estuve en la misma Feria Internacional del Libro (FIL) en Guadalajara. Pero yo misma me entorpecí. Y sí, todavía puedo culminar algunas ideas, estoy en ese proceso.
Hay escritores que se autoboicotean, por ejemplo, con la bebida u otro tipo de cosas. En mi caso, pues yo no tengo esos problemas, afortunadamente, pero es importante reconocer que yo tengo un diagnóstico de depresión clínica y estoy en tratamiento desde hace muchísimos años. Entonces, he tenido episodios en los que incluso he perdido trabajos porque no me puedo ni levantar. Pero ahorita, por ejemplo, me siento muy bien, entonces no tengo ninguna excusa para decir que no. Solo es cuestión de que me discipline, que me diga, “bueno, tomate tal tiempo, levantate dos horas antes y dedicate a escribir, aunque no te guste lo que salga”, porque esa es otra cosa, me exijo demasiado.
Para finalizar, si no hubiese construido un camino en la literatura, ¿a qué se habría dedicado?
Cuando era niña soñaba con tres profesiones: ser arquitecta, bióloga o veterinaria. Me encantan los animales y me identifico mucho con los perros, gatos y hasta tacuacines, esa también es herencia de mi papá, que a su vez me heredó el amor por los libros, por la justicia, por la dignidad de las personas. Aquí a la casa venía un tacuacín y mi papá le ponía restos de papaya para que comiera, cuando otras personas lo hubieran matado. Esas herencias son las que me alimentan.