Tegucigalpa, Honduras
Dice el poeta costarricense Alfredo Trejos en su precisa (y preciosa) nota introductoria al libro de Paola Valverde “La angustia de leer ‘Bartender’ se compensa con la felicidad que aporta a la hora de comprender mejor cuál es la poesía que hoy nos urge. Cuál es la poesía que hoy somos”.
Le creo al leerlo porque conozco el panorama de la nueva poesía centroamericana, cuyas últimas dos generaciones de poetas han replanteado el mapa poético y Paola Valverde pertenece a una de ellas.
No se trata de actualización, ni de una puesta al día con algún canon, sino de la legitimidad de un discurso poético menos comprometido con los moldes tradicionales y más certeros en cuanto a su vitalidad y, por ende, a tono con el presente de nuestras sociedades o de nuestra forma de ver la vida.
Es irónico, pero aquellas miradas fijas de los eternos temas de la poesía hoy se engendran entre dilemas, ocupaciones y nuevas soledades; la utópica idea de unión la mastica el mercado, el huracán de la violencia, la corrupción, la reivindicación de los derechos, la necesidad de abrirse a otras formas de interpretación de la realidad.
Lo que no sabe Alfredo Trejos (a pesar que fugazmente él y yo nos cruzamos en la noche de San José en un tiempo en que ambos estábamos luminosamente extraviados) es que yo también sé mucho de bares; en cierto modo creo que viví en algunos y muchas veces relaciono días que añoro con esa morada de los que navegan entre la desidia o la franca alegría que tratamos de proteger en esos espacios que marcan ciertas usanzas de la modernidad y sus laberintos.
Esa compresión de los bares que causa la experiencia no es superficial, implica el reconocimiento de un hábito para la contemplación de uno mismo y del semejante. Las mejores historias casi siempre estaban ahí, la complicidad, la extraña solidaridad de llegar en pedazos a tratar de armarse con los pedazos de otros desconocidos o con personas de las que sabíamos todo y viceversa.
Normalmente la temática de los bares siempre ha sido materia prima de la narrativa; el comentario no niega entrañables textos poéticos que tienen ese trasfondo, pero en el caso centroamericano son bastante escasos.
Paola Valverde los ha puesto en la escena poética, pero lejos de esa versión maldita o del realismo sucio, sino la observación bajo un lente antropológico, menos descriptivo y poderosamente disparados desde la contemplación objetiva de su significado en la vida cotidiana, en la vida social y, sobre todo, como lugar de encuentro o una ventana que del hastío propio nos permita ver el hastío de los otros, una oscura forma de la solidaridad.
El bar, en cierto modo, es una mundana religión de la vida contemporánea y atrae porque no es simulacro, sino recreación del mundo del que queremos huir y al que podemos enfrentar sólo desde nuestra trinchera de siete dobles de ron.
Una religión así, con adeptos tan propensos a desgranarse en su propia espiritualidad, requiere de un iniciado, el más ducho de todos: buen oído, mirada comprensiva o sentenciosa, sabio, capaz de sonreírnos o de arrastrarnos por el piso hasta la puerta; es decir que nos trate como nosotros trataríamos a la impostora calma que precede a la soledad o a la vida misma.
Sí, yo sé que el lector está pensando en el bartender, pero yo estoy pensando en el poema. Y es aquí donde Paola Valverde aparece tras la barra para mostrarnos ese libro donde arde la intimidad de la ciudad. En este libro se respira la vida con los pulmones de la poesía.
Tiene la precisión del lenguaje de una crónica transparente, vuelve por esas noches intransigentes, trata con humor y sarcasmo a quien corresponde, pero, sobre todo, oficia con puntualidad la mitad del rostro de eso que llamamos ciudad.
Un libro nocivo por su ternura; un libro sincero cuya mirada permite que los sueños, la desidia, el escapismo y la soledad sean vistos como monedas de cambio de los seres humanos que no desean verse como ciudadanos sino como fantasmas de una época. Es un libro que alaba el anonimato como único gesto de identidad contemporánea.
Me pasa con los libros de Paola Valverde que todos me gustan y siempre quise hacer una nota sobre su poesía, sin embargo ese texto sabría más a ensayo y por rigurosidad tendría que hacer un recorrido por todos sus libros para traer a los lectores una justa imagen, pero me decanté por “Bartender” por la sola complicidad y por ese retrato urbano tan bien equilibrado de las imágenes que se arrastran desde su intimidad hasta la barra del bar.
Es como la suma de todos los fragmentos, posee una acidez que no corroe al amor. Es tan humano como la última copa de la noche antes de asistir a presenciar nuestra propia fuga entre los monumentos destruidos por las luces del nuevo día.
Paola Valverde creó un libro que da cuenta de la nueva poesía de su generación y que sin duda anunció lo que de ella leemos en el presente, percibiendo ese panorama de crecimiento estético de una de las poetas más representativas del área centroamericana. Me sumo a brindar por la salud de la poesía joven de nuestra tierra.
Trejos lo dice mejor que yo: “Estos poemas buscan a los perros que litigan en el tribunal de la calle para pelear contra el dolor y la miseria. Con la boca llena de denuncia y de hastío, estos poemas hablan en torno a un corazón deforme, gris y balbuceante, que apenas vive a la mitad del pecho”.