Siempre

Salvador Madrid: 'Escribir es hermoso, pero amo ser papá”

Su ardua labor cultural lo ha hecho conocido, pero este poeta hondureño es en sí mismo un personaje
31.01.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Ser el fundador y director del proyecto cultural más grande de Honduras, el Festival Internacional de Poesía Los Confines, es actualmente su carta de presentación. Por supuesto, lo respaldan décadas de recorrido por la literatura y aún más de lleno entre los versos de los poemas que lee y escribe. “Los libros son dueños de todo el asombro humano; desearía tener plata para leer más tiempo”, dijo mientras conversaba con Mi Finde. Pero Salvador Madrid también es ese amigo, confidente y hombre de familia que tiene historias humanas y elocuentes que contar.

Es considerado por muchos el mayor gestor cultural de su generación, pero ¿qué representa la cultura para Salvador Madrid?
Un imaginario esencial y vital para tomar conciencia del mundo y transformarlo. La cultura es progreso, desarrollo sensible y creativo para mejorar nuestra vida.

Su camino por la literatura ha estado marcado por múltiples proyectos. ¿Cuáles han sido los más significativos para usted?
Paíspoesible. “Leer es fiesta” con diario EL HERALDO para llevar la lectura a miles de personas, Editorial Efímera, Gracias Convoca, el Festival de Los Confines y su premio de poesía, y las Bibliotecas Blue Lupin con Plan International Honduras.

Trabajar de lleno con la lectura, sobre todo cuando se acerca a niños, niñas y comunidades con accesos limitados, ¿qué le ha dejado?
Esperanza, alegría y admiración. También aislamiento y soledad por ocho años en las montañas, que se compensa con el privilegio de ser testigo del impacto de la lectura en las niñas y los niños. Espero que más personas se acerquen a conocer el maravilloso modelo de las Bibliotecas Blue Lupin de Plan International y este se replique en toda Honduras. La niñez se lo merece.

¿Cómo ha sido para usted la vida en Gracias? ¿Qué es lo que más extraña de Tegucigalpa?
Mi relación con Gracias ha sido compleja. He tenido grandes satisfacciones y conflictos que han puesto en peligro mi seguridad por ser un escritor que no me acomodo al poder. Todos saben que amo Gracias. De Tegucigalpa extraño los fines de semana luminosos hasta que nos manchaba la luz del amanecer, la bohemia anclada en los años jóvenes, cierta desnudez iluminándome, el sabor de una botella de ron viendo aquellos ojos. Extraño otro tiempo que jamás me rozará de nuevo.

Desde un lado quizá menos conocido de Salvador Madrid, ¿quién es usted para su familia y amigos?
En verdad soy ese de quien se burla todo el mundo. Siempre estoy contando historias que me han sucedido y que nadie cree, por eso no me toman en serio, aunque vuelvo a jurar que todo es verdad. Adoro el jazz, la trova y cuando me paso de tragos escucho música montaraz y bailo sin ninguna gracia.
En mis tiempos libres me gusta beber café si es media mañana o al atardecer; si es de noche, una cerveza o un trago con mis amigos, ver películas, aunque casi siempre vuelvo a leer o a escribir. Creo que solo el sexo me aparta de los libros por un buen rato.

¿Qué recuerdos almacena sobre su infancia, sus padres y su primer hogar?
Crecí en un pueblo muy hermoso de nombre Naranjito, en Santa Bárbara. Era un ambiente bucólico, inocente y mágico, lleno de cuenteros y personajes surrealistas. No había electricidad, solo una planta eléctrica que encendían a las seis de la tarde y apagaban a las nueve de la noche. Había tres autos, un telégrafo y luego llevaron un teléfono del que publiqué una crónica titulada “El progreso”. No crecí con mis padres porque mis abuelos paternos, literalmente, me raptaron por ser el primer nieto, así que me criaron cuatro tías y mi abuela, en una casona de corredores internos con un patio hermoso lleno de flores, acacias, naranjos, limonarios y guayabos. Aún amo a ese niño porque fue feliz con tan poco y sobrevivió a un mundo hermoso pero complejo.

Si pudiese elegir visitar mañana mismo cualquier lugar en el mundo, ¿cuál sería y qué sería lo primero que haría al llegar?
En verdad no sería muy lejos, está cerca, entre mi pueblo Naranjito y Trinidad, Copán, se llama Cerro Azul. Llegaría al atardecer a su cima y me asomaría al mirador para arder en ese instante que todo lo inventa y todo lo borra como tantas veces en mi infancia.

¿Cuál describiría como la experiencia humana que más ha influido en la persona que es hoy en día?
El asombro y la maravilla que sentí la primera vez que comprendí un texto escrito. Eso cambió mi vida en un instante, nunca más pude ser el mismo. No fue ningún libro, fue un pedazo de una hoja sucia y amarillenta que llegó volando a mis pies en un camino y que decía: “¡El pozo!... Platero, ¡Qué palabra tan honda, tan verdinegra, tan fresca, tan sonora! Parece que es la palabra la que taladra, girando, la tierra oscura, hasta llegar al agua fría”. Tiempo después supe que era de un libro que se titulaba “Platero y yo”, de Juan Ramón Jiménez. Guardé ese pedazo de papel por años como mi tesoro, igual que unos pedazos de un libro de Víctor Hugo que paradójicamente encontré en un potrero a orillas de mi pueblo.

A este punto de su vida, ¿qué le falta hacer a Salvador Madrid?
Me falta perdonarme a mí mismo por mis errores, a pesar de que aprendí la lección. Tengo muchos libros que leer y pocos que escribir, esto también es un alivio, y quiero tener ese domingo extenso que me permita contemplar el mundo y la belleza de los míos.

De tener la oportunidad de conocer a cualquier personaje de la historia, vivo o muerto, ¿quién tendría el gusto?
Estaría feliz de poder acercarme a Cervantes, me conmueve su genio.

Si la pandemia del coronavirus se asociara a tres únicas palabras en su vocabulario, ¿cuáles serían y por qué?
Trabajo, resistencia y creatividad. A pesar de toda la adversidad, en medio de la pandemia hicimos nuestra casa, dos festivales, muchas publicaciones en nuestras editoriales, cumplí con todas las obligaciones de mi trabajo y escribí dos libros.

¿Qué puede platicar acerca de esos dos libros?
Le hice caso a mis amigos y escribí quince historias de mis días de infancia. Es un libro que no es literatura, ni quiere acercarse a eso, simplemente desea ser un testimonio de lo que significaba crecer en un pueblo de Honduras en la década de mil novecientos ochenta. El otro es una colección de poemas sobre el tedio.

Dentro de todas sus facetas; escritor, padre, esposo y amigo, por mencionar algunas, ¿qué no podría no haber sido?
Escribir es hermoso, pero amo ser papá de Demian, a mis amigos y a mi compañera Ethel. La poesía me enseñó el don de la dignidad humana. No pondría a la literatura por encima de mis afectos, aunque sé que viviría mutilado si la dejo.

Foto: El Heraldo

Su hijo Demian y su compañera Ethel son los dos pilares fundamentales de su vida; lo acompañan en cada paso que da y lo abrazan en los tantos triunfos y aprendizajes.



¿Qué consejo le daría al Salvador Madrid de 20 años que también pueda inspirar a la juventud actual?
No me metería con ese muchacho loco que fui a mis veinte años: un desastre en la universidad a pesar de ser de los mejores lectores de la carrera, un caos en la familia, bohemio y trashumante. No me gusta dar consejos, pero creo que romper la costumbre y las reglas burguesas o devotas sería un buen inicio.
Yo comencé a madurar muy tarde, aún estoy en eso, y cometí muchos errores, pues venía de un mundo salvaje, así que me avergüenza mi machismo y trato de enfrentarlo con sinceridad todos los días. Creo que si hay algo parecido a un consejo diría a los jóvenes que cuestionen el machismo y se sumen a las mujeres para crear un mundo más igualitario y protector.