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Tolkien, el mago detrás de la saga de 'El señor de los anillos”

Todas y cada una de las páginas escritas son aparte de una obra de ficción fantástica y fascinante, una enseñanza, un ejemplo de cómo vivir, de cómo amar y de cómo superarnos

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24.02.2018

John Ronald Reuel Tolkien, hijo de emigrantes ingleses, nació en Bloemfontein (en la actual Sudáfrica) el 3 de enero de 1892. Su padre, Arthur, murió al mes de su nacimiento mientras la familia visitaba a los abuelos en Birmingham (Inglaterra).

Su madre, Mabel, murió en 1904 cuando John tenía apenas 12 años a causa de complicaciones con su diabetes. El joven John quedó a cargo de un tutor y llegó a vivir hasta en diez hogares distintos durante su infancia.

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) partió a Francia y luchó en la batalla de Somme (del 1 de julio al 18 de noviembre de 1916), donde muchos de sus amigos fallecieron. Esto marcó de manera muy profunda a Tolkien que, una vez más, había perdido a los suyos.

Durante el tiempo que estuvo luchando, encontró algunos momentos en las trincheras para escribir, y las historias que imaginó las llamó “El libro de los cuentos perdidos”. Aquí, por primera vez, en su mente apareció la Tierra Media, empezó a dar forma a un mundo que ya jamás lo abandonaría.

El punto de partida de todo el universo de la Tierra Media es, precisamente, su pasión por las palabras y las lenguas por un lado, y la sensación de que en el Reino Unido no existía una verdadera mitología como en otros países (Grecia, Roma, los pueblos americanos, los países nórdicos...) o que lo que tenían, como las leyendas artúricas, consideradas inglesas normalmente, en realidad eran una mezcla de diferentes tradiciones: francesas, romanas, etc.

Por todo ello, Tolkien decidió crear una auténtica mitología con todos los elementos necesarios: religión, historia, creación y, por supuesto, lenguas de los diferentes pueblos. Así nace su proyecto vital, su obra, que le ocupó toda la vida, e incluso dejó partes incompletas que algunos de sus hijos han ayudado a terminar.

Ese es el caso de El Silmarilion, que escribió en los ratos libres que tenía en las trincheras, en 1917, pero que no se publicó hasta después de su muerte y con algunos retoques por parte de su hijo Christopher. Esta obra es, precisamente, el origen de su mundo, la génesis del universo que hoy en día conocemos como la Tierra Media.

Pasada la Primera Guerra Mundial, Tolkien volvió a Oxford, esta vez como profesor de anglosajón. Durante años estuvo dando clases, y un día como cualquier otro, mientras corregía exámenes de manera rutinaria en sus aposentos, cogió una hoja en blanco y escribió: “En un agujero en el suelo vivía un hobbit”. Con estas sencillas palabras empieza la historia de los hobbits, que se publicó el 21 de septiembre de 1937 con el título de “El hobbit”.

El éxito del libro fue inmediato y rápidamente le pidieron una segunda parte. Tolkien aprovechó entonces para meterse de lleno en su mundo y nació “El señor de los anillos”.

Tolkien, que era lingüista y no escritor de novelas, no planificaba ni tenía esquemas de la historia, pero a medida que escribía iba perfeccionando su técnica y cada vez era más detallada su narración. La gran ventaja para Tolkien a la hora de escribir historias tan ricas era que tenía pleno conocimiento de todo lo relacionado con su mundo: la geografía, la historia política de los reinos, las diferentes razas e idiomas.

Con ello conseguía una visión de narrador experto, conocedor de todo y todos en su mundo, lo que da una gran veracidad a las diferentes historias. No hay que olvidar que “El señor de los anillos” es solo un capítulo de la historia, una serie de hechos dentro de la gran mitología.

La lengua que define a cada pueblo
En lo que respecta a las diferentes lenguas de la Tierra Media, hay que tener en cuenta que era especialista en poesía anglosajona, lenguas germánicas y tenía grandes conocimientos de las sagas nórdicas, griego antiguo y otras lenguas y dialectos clásicos, lo que le ayudó en la construcción de todas las lenguas de los diferentes pueblos de su mundo: Sindarin, Quenya, Noldor (pueblos élficos), Khuzdul (rúnico enano), Adunaico (humanos, lengua de la que deriva el Oestron o lenguaje común), la Lengua Negra (que se hablaba en Mordor)...

“El señor de los anillos: la comunidad del anillo”, el primer libro de la trilogía, fue publicado en 1954 por Allen & Unwin. Tolkien tardó 12 años en finalizarlo (junto con “Las dos torres” y “El retorno del rey”). La popularidad de “La comunidad del anillo” lo convirtió en uno de los libros más leídos.

En busca de los valores perdidos
Si buscamos en esta obra los elementos útiles, con los que el autor sí estaba conforme, encontramos grandes ejemplos o mensajes muy positivos, virtudes a imitar, valores atemporales y un gran mensaje ético:

- Ser valiente sin tener valor, como los hobbits. Este pequeño pueblo nos enseña a no rendirnos, a mirar hacia adelante pase lo que pase, aun cuando parece que no hay esperanza o todo está perdido. Ellos, como Bilbo o Frodo, luchan con todas sus fuerzas con enemigos poderosos hasta el final.

- Amistad sin condiciones: siempre se acompañan de grandes amigos, con lo que demuestran que la amistad puede vencer todo, pues aparece un heroísmo colectivo. Y así introduce la fraternidad, el pluralismo, la multiculturalidad y la multirracialidad frente al individualismo y el egoísmo (“un anillo para gobernarlos a todos”).

- La esperanza es básica. Tolkien decía: “Esperanza sin garantías”. Nos explica que la derrota o desesperanza solo puede existir en los que conozcan el futuro, pero nadie puede conocer los acontecimientos del futuro con certeza, ni los más poderosos, como Galadriel, que en una ocasión le dice a Frodo: “No puedo decirte lo que ocurrirá, lo desconozco”.

- Amor por la naturaleza: Tolkien era un gran amante de la naturaleza, respetaba mucho la Tierra y todo lo que hay en ella. Tanto es así que dio vida a la tierra de su mundo. La Madre Tierra, para Tolkien, era torturada por los humanos (en la época de la Revolución Industrial y con la tecnología desmedida) y por el mal de Sauron. Por suerte, dotó a los pueblos élficos de la capacidad de respetar y amar la tierra y de ellos tomamos ejemplo.

Leyendo entre líneas podemos ver que en realidad su obra no se basa solamente en la guerra del bien contra el mal. Va más allá y convierte esta lucha en una lucha por los valores del mundo. Existen personajes que en sí mismos representan la ausencia de estos valores, como por ejemplo los Espectros, esclavos de Sauron y del anillo, vacíos de toda moral y sometidos a sus debilidades.

Otros personajes, aunque poseen valores, no son elevados, y por ello es fácil que caigan en actos terribles o que se les manipule (lo que teme Gandalf y por lo que no quiere portar el anillo: teme no ser suficientemente virtuoso y caer en poder de este, pues el anillo único se alimenta de miedos y debilidades).

Precisamente este objeto, el anillo único, es la perfecta representación de la falta de moral, de la oscuridad, de los vicios y del egoísmo.

Es la manifestación de los peores temores de Tolkien, de las bajas cualidades del hombre, y también la representación de cierto temor a la tecnología destructiva; el anillo era la herramienta del mal para destruir la naturaleza (Tolkien veía cómo cada día había menos verde en su mundo y más gris, así como Saruman destruye con sus acólitos los grandes bosques para fabricar armas y herramientas de destrucción).

La tecnología nos puede esclavizar, es seductora y adictiva, y en malas manos lo destruye todo.

Todas y cada una de las páginas escritas por J. R. R. Tolkien son, aparte de una obra de ficción fantástica y fascinante, una enseñanza, un ejemplo de cómo vivir, de cómo amar y de cómo superarnos, aun cuando seamos un pequeño hobbit. Vale la pena leer y releer esta obra una y otra vez y descubrir en sus páginas todo un mundo y unos personajes increíbles y, ¿por qué no?, imaginar que podría ser parte de la mitología inglesa que tanto anhelaba Tolkien y que, personalmente, pienso que lo consiguió.