TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Son raras, incluso insólitas, las ocasiones en que, entre nosotros, se presenta una obra póstuma de un autor reconocido por su calidad literaria. Por eso, poner hoy “Trío de tres” de Marcos Carías en manos del público no deja de ser un acontecimiento relevante.
En esta novela que quedó terminada antes de su muerte el año pasado, el narrador más descollante en Honduras del último medio siglo pone por delante su empatía y apego a un lugar: el terruño, la “patria chica”. En efecto, el autor posee una profunda conexión emocional con nuestra comarca, cuyas peculiaridades, rasgos distintivos y lenguaje son captados, aprehendidos y transmitidos al lector.
Así, Marcos Carías, de manera sardónica, explora las entretelas de la vida privada y pública de su abuelo paterno y de su padre, y evoca su propia juventud, inmune al desgaste de los años. Son los tres Villalobos, denominación que rescata a partir del pseudónimo “Rodolfo Villalobos” que utilizaba su progenitor Marcos Carías Reyes para firmar artículos de prensa.
La vena autobiográfica proporciona material novelesco acumulado durante tres generaciones, y abarca episodios y leyendas familiares extraídas del pozo malacate de la memoria, la cual, como se sabe, suele asemejarse a un acto de reconstrucción.
Parentescos aparte, “Trío de tres” contiene momentos (o destellos, más bien) de genio perceptivo que dejan entrever extensas áreas subyacentes de vida y de historia propias, escritos además con gracia y a menudo con un humor acre o socarrón.
Pero si la novela convencional tiene una trama que se complica en tanto alcanza un clímax y una resolución, y si esa trama es asimismo producto del pensamiento lineal, “Trío de tres” resulta ser un gran relato de resistencia, de contraflujo, dado que relaja el hilo narrativo, lo agrupa en múltiples entretejidos y desacelera (o detiene) su progresión. En consecuencia, lo narrado se vuelve asociativo, y se configura en base a estratos y acumulaciones, como en una excavación arqueológica.
Por lo demás, el ritmo discontinuo de la novela va acompañado de un constante juego lingüístico, de un aluvión de alusiones irónicas, sátiras y parodias chispeantes, permeadas de sentido estético, y que reverberan en la página para disfrute del lector receptivo y avezado.
Y es que en “Trío de tres”, libro enigmático de punta a cabo, la escritura no está hecha sólo para acarrear los motivos o contenidos temáticos, sino que fue ideada y elaborada con maestría a fin de obtener el máximo despliegue y esplendor verbal. Es decir, la prosa lúcida y desenvuelta tiende a ocupar el primer plano, incluso con incursiones eventuales en la metaficción, que refuerzan la verosimilitud de la novela. El resultado es una atmósfera narrativa creada a través de secuencias o afluentes que se conectan entre sí, aun cuando a primera vista pudieran a veces parecer distantes o ajenos.
Por ello, tras el otro “trío de tres” de sus novelas anteriores (“La memoria y sus consecuencias”, “Una función con móbiles y tentetiesos” y “El ángel de la Bola de Oro”), Marcos Carías ha sido capaz ahora de ensanchar aún más los cauces expresivos de su obra y deslumbra de nuevo, como autor de primer orden, y de arraigada estirpe.
Al final, “Trío de tres”, tributaria de la rememoración agridulce y de la nostalgia, hace recordar al poeta Rainer Maria Rilke cuando aseveraba que los narradores “son las abejas de lo invisible. Extraen salvajemente la miel de lo visible para guardarla en la gran colmena dorada de lo invisible”.
'Trío de tres”, una épica familiar
La obra contiene momentos (o destellos, más bien) de genio perceptivo que dejan entrever extensas áreas subyacentes de vida y de historia propias
29.01.2020