“Me dijo que unas le traían paz y por la libertad que ellas reflejaban”, contó el joven, como si en su respuesta le diera a entender que todas sus decisiones estaban relacionadas con esos hermosos insectos.
Keyla amaba las mariposas, le gustaban sus colores, su sutil vuelo y la misión que tenían en el mundo: ayudar con el proceso de polinización. Su cuerpo era testigo de eso, pues tenía siete tatuajes, dos de ellos sobre mariposas; el resto iban desde flores, un reloj de arena, estrellas y la luna.
Pero esa conexión venía más allá de lo terrenal, porque espiritualmente son los “insectos del alma”, que en un proceso largo y natural (metamorfosis) se transforman de orugas a mariposas, hasta poder ser libres.
Ella logró iniciar esa transición (hablando de forma metafórica), pero no la culminó. La mataron, según un dictamen de Medicina Forense del Ministerio Público.
Tenía 26 años, era una joven “alegre, sonriente” y con un espíritu de vocación por su profesión, esa carrera que decidió estudiar desde que era una niña y jugaba a la enfermera.
Su primera paciente fue su hermana, Nancy, a quien le aplicaba inyecciones con una rama como jeringa, mientras ella simulaba que estaba enferma. Sus primos tampoco se salvaron de esos pasatiempos, especialmente porque vivían en una sola casa donde compartían todo, desde los regaños hasta las travesuras.
“Teníamos una casa humilde, grande y allí vivíamos todos con mami (abuela de Keyla) porque ella no quería deshacerse de sus hijos y allí cada quien tenía su cuarto, convivían con sus primos, salían a jugar a revolcarse en el lodo, a recibir la lluvia, como todo niño”, contó en diálogo con EL HERALDO Dora Rodríguez, tía materna de Keyla.
Keyla y sus hermanos, Gissela, Luis Alfredo y Nancy Carolina, residieron casi toda su vida junto a su tía en un barrio de La Esperanza, Intibucá, al occidente de Honduras, pues su madre, Norma Rodríguez, -buscando nuevas oportunidades- emigró a Estados Unidos.
Keyla tenía aproximadamente ocho años, era solo una niña, lo que junto a sus hermanos los motivó a emprender desde pequeños. Los cuatro quedaron a cargo de doña Dora, quien los crio de la mejor forma que pudo: con amor y regaños.
“Yo los castigué”, dijo apesarada, al recordar aquella vez que Keyla junto a sus primos estaban jugando en un campo que había cerca de su vivienda. Fue a finales de 1998, cuando el país estaba en alerta roja por el paso del huracán Mitch, uno de los fenómenos más trágicos para Honduras antes de Eta y Iota.
A su memoría viene que era por la tarde y las lluvias seguían afectando al país. “Había una quebrada cerca y me dio miedo que se fueran (en la corriente); las tormentas estaban bien fuertes y siempre se me salían, entonces ya les había dicho que no se fueran largo”, comentó.
Ese día, Keyla y sus primos corrieron hasta un lugar que le decían “El Llano”, un campo cerca de su vivienda donde usualmente jugaban pelota (fútbol), landa, escondite o simplemente se tiraban en el lodo, pasatiempos que para finales de los 90 e inicios del 2000 -cuando la violencia no se recrudecía- eran usuales en Honduras.
El temor de doña Dora era que algo le pasara a sus hijos y sobrinos, por lo que siempre los cuidó como una leona a sus cachorros. Estaba atenta de ellos, les hablaba, los instruía y de lunes a viernes los preparaba para ir a la escuela Valero Meza, ubicada en el barrio Lempira, en el centro de la ciudad.
La madre de Keyla les envíaba dinero desde los Estados Unidos para su alimentación, estudios y -de vez en cuando- para darse un lujo, pero sus hijos no se quedaban de brazos cruzado y se las ingeniaban para obtener un dinerito extra.
+'Nuestra familia ha sido amenazada': Dora Rodríguez, tía de Keyla Martínez
La comunicación fluía cuando se podía. En esos tiempos las llamadas eran carísimas, pues la tecnología, las redes sociales y el internet no estaba tan avanzados como ahora.
Esa rutina fue la misma por casi ocho años -según doña Dora-, el tiempo en que Norma vivó en el país norteamericano de forma irregular. Esos años fueron suficientes para poder ahorrar un poco y construir una vivienda para ella y sus hijos.
La familia es muy humilde, con muchas limitantes económicas, pero muy solidarios. Algunos viven en Yamaranguila, otros en San Francisco de Opalaca, pero la mamá de Keyla decidió establecerse en el barrio Eramaní, en el centro de La Esperanza, muy cerca de donde reside su hermana, Dora.
“Cuando vino su mamá de Estados Unidos ella construyó su casita y los recogió, ella tenía que compartir con ellos unos ciertos años en La Esperanza, no muchos, pero a raíz de las necesidades para sacar a sus hijos adelante tuvo que irse para España para darles a ellas lo que necesitaban para estudiar”, relató la tía de Keyla, mientras pedía justicia para su sobrina.
Keyla y sus tres hermanos, dos de ellos migrantes -igual que su madre (uno en México y otra en Estados Unidos)-, se crecieron en la lejanía de sus padres, pero nunca les faltó afecto, aunque fuera a la distancia.
El papá de Keyla nunca vivió con ellos, lo que no significó que se desentendiera de sus vástagos. Incluso, cuando la joven decidió estudiar enfermería en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) y se desplazó a Tegucigalpa, su padre fue quien la acogió en su casa.
Cuando su hermana Nancy Carolina también se trasladó a la capital del país decidieron alquilar un apartamento que pagaban con dinero que les giraba su mamá, en ese tiempo establecida en España, a más de ocho mil kilómetros de distancia de Honduras.
“Ella buscaba mejores oportunidades para trabajar”, mencionó Dora, sin pensar que más de cuatro años después su hermana retornaría a la tierra que la vio nacer para sepultar a su hija, a esa joven de cabello largo, ojos grandes y de mirada impactante, que mataron dentro de una celda de la Policía Nacional.
Norma se dio cuenta a través de una llamada telefónica, la más triste y dolorosa que había recibido en toda su vida. No supo qué hacer, pensó que era una broma, pero cuando entró en razón quiso tener alas o teleransportarse hasta donde el cuerpo yacía.
Recordó aquel diciembre de 2020 cuando vino a Honduras a pasar tiempo con sus hijas. Se alegró inmensamente cuando se dio cuenta que Keyla se había matriculado nuevamente en la universidad y le hacía falta un par de materias para graduarse.
Pero se emocionó aún más cuando se enteró que la segunda de sus descendientes había retomado a la universidad y comenzaría su práctica profesional para convertirse en licenciada en enfermería.
Con ayuda de organizaciones de hondureños en España se trasladó a Honduras y prometió no irse hasta que el caso fuera resuelto y los culpables encarcelados.
“Mi hija era una mujer que se dedicaba a salvar vidas, a cuidar ancianos a cuidar niños”, recordó Norma el día que le entregaron el cadáver de la joven, cuando todavía no se definiía si el caso había sido un homicidio o un suicidio. “No es posible que la quieran denigrar de esa manera”, cuestionó.
En ese momento su voz era fuerte, pero sus ojos no mentían: estaba triste, desconsolada. Habló con tranquilidad, la misma que mantuvo el día que la sepultó. Seguramente su corazón se encogía de dolor, su alma estaba quebrantada, pero no quería demostrar eso, debía mantenerse fuerte para pedir justicia.
Una dolorosa partida
Keyla Patricia Martínez Rodríguez era una joven fuerte, de voz dulce pero con carácter. Era muy aplicada en sus estudios, disfrutaba viajar, escuchar música country y Mago de Oz. No le gustaba el fútbol y su sueño era graduarse de enfermería.Su sonrísa era como ver un atardecer: reanimaba a cualquiera. Era muy cariñosa y solidaria, algo que había heredado de su abuela Lucinda Rodríguez, quien vivía limitadamente pero nunca comió sola.
“En Navidad (la abuela de Keyla) hacía una olla de 500 tamales y cada vecino tenía según la cantidad de personas… Vivíamos en barrios de pura gente humilde, no somos adinerados pero lo poco que tenemos lo compartimos. Ella (Keyla) era así porque toda la familia es así”, recalcó Dora, quien era como una segunda madre para la joven estudiante de enfermería.
Tenían plena confianza una con la otra. Incluso, Keyla le contó que no quería casarse antes de obtener su título universitario, le habló sobre sus trabajos, los domingos en la iglesia, las cosas que le gustaban o los lugares que quería conocer.
Le contó sobre su práctica profesional, sobre su retorno a Intibucá y sobre la floristería que recientemente había abierto junto a su hermana Nancy Carolina.
“Yo tuve comunicación con ella el día viernes (5 de febrero). Estábamos hablando de compartir una página porque cuando la mamá vino de España, ella se fue el 20 de enero de regreso para España, entonces quedaron con un proyectito de abrir una floristería”, contó.
La floristería la habían instalado en la sala de su casa, pero querían alquilar un local en un centro comercial para ofrecer sus productos por el Día del Amor y la Amistad, cuando pensaban rifar algunos arreglos entre sus clientes.
“Era una mujer luchona, emprendedora, como todas las mujeres de La Esperanza, Intibucá”, comentó su tía.
Keyla quería planificar y organizar todo en una semana, promocionarlo en las redes sociales o en las calles cercanas a su vivienda, pero ya no pudo lograrlo.
El sábado, un día después de esa llamada, Keyla quedó de verse con algunos amigos, quería rejarse al salir del trabajo al que se había incorporado después de que la UNAH suspendiera la práctica profesional de los estudiantes en el Hospital Escuela, debido a la pandemia del covid-19.
Esa noche andaba con el doctor Edgar José Velásquez, un amigo cercano y ahora testigo del atroz crimen. Los informes policiales mencionan que estaban departiendo en un restaurante de La Esperanza, Intibucá, en medio del toque de queda (una medida aplicada de 9:00 de la noche a 5:00 de la mañana para reducir los casos de covid).
Supuestamente estaban ebrios y realizaban escándalo en la vía pública, por lo que a través de una llamada anónima las autoridades recibieron la denuncia.
Keyla y el doctor fueron detenidos pasadas las 11:00 de la noche del 6 de febrero, pero la Policía Nacional marcó a las 11:40 PM como la hora de ingreso de la joven a una de las celdas de la UDEP #10. Ambos fueron ubicados en celdas separadas, de acuerdo con el protocolo interno de la Policía.
El informe preliminar menciona que la joven ingresó con una camisa beige, un pantalón tipo licra y un suéter azul que le permitieron portar “debido a las bajas temperaturas que predominan en la ciudad”, el punto más alto de Honduras.
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El primer reporte de las autoridades señala que el domingo (7 de febrero), a eso de las 2:30 de la mañana, el asistente de guardia realizaba una supervisión de rutina y se encontró a la joven con el suéter atado entre los barrotes y su cuello. “Se encontraba de rodillas contra el piso de la celda”, decía el comunicado, afirmando que se había suicidado.
“El asistente abrió la celda, sacándole el suéter del cuello e informó al oficial de servicio y demás compañeros que se encontraban en el lugar”, continúa el reporte. Según las autoridades, en ese momento la joven todavía tenía signos vitales, por lo que fue llevada al Hospital Doctor Enrique Aguilar Cerrato.
La Policía Nacional informó que Keyla murió en el hospital, pero el centro asistencial desmintió la versión al afirmar que a las 2:55 de la mañana, cuando recibieron a la joven, ya estaba muerta.
“¿Por qué si estaba el doctor allí no lo sacaron para que le diera los primeros auxilios y si la encontraron intentando quitarse la vida?… A ellos les convenía que mi hermana muriera porque seguramente le hicieron algo”, alegó Nancy Carolina, la única hermana de Keyla que vive en Honduras.
La denuncia de la joven causó revuelo entre la población, quienes comenzaron a realizar plantones y protestas para pedir que se esclareciera el incidente. Ese día hubo enfrentamientos entre policías y manifestantes.
Fue hasta el 9 de febrero, dos días después de su muerte, que el Ministerio Público confirmó que no fue un suicidio, la mataron. La autopsia reveló que falleció por asfixia mecánica, es decir, por obstrucción en las vías respiratorias (ahorcamiento, estrangulación, aplastamiento, sofocación, etc).
Esa noticia causó malestar entre sus familiares, pero a la vez les dio un pequeño alivio, una corazonada de que -aunque sea con Keyla- no habría impunidad, pese a que había 12 policías entre los sospechosos y un mar de misterio por descubrir.
“La ha asesinado gente que tenía que protegerla, pero solo por el hecho de andar con el uniforme se creen superiores a nosotros”, gritó la mamá de Keyla el día del funeral, cuestionando que los policías que estaban ese día en la posta policial -ahora sospechosos del crimen- no la habían cuidado, sino que la mataron y se incubrieron.
Esa tarde usaba una camisa blanca, con la imagen de su hija impresa en el pecho. Su malestar le provocaba rabia e impotencia, se sentía atrapada, pero al mismo tiempo apoyada por decenas de familiares y amigos.
El caso comenzó a resonar en toda Honduras, mientras las protestas se organizaban en Tegucigalpa y La Esperanza. La situación empeoró aún más cuando en los medios de comunicación informaron de la muerte de cuatro mujeres -incluida Keyla- en menos de 48 horas.
El jueves 10 de febrero, cuando se conoció que los forenses hallaron rastros en la boca de la joven, en el centro de la capital hubo una violenta protesta que terminó con la detención de cinco jóvenes.
En las calles las discusiones sobre lo ocurrido todavía resuena con fuerza, mientras la familia organiza diariamente plantones y movilizaciones en La Esperanza.
Las autoridades han dado pequeños avances del homicidio, como el cabello corto que encontraron en su ropa, las marcas en su cuello, el video de la detención, los 12 policías investigados o el confuso testimonio del doctor que la acompañaba.
Asimismo, la denuncia de amenaza contra un periodista que cubre el caso o el temor de la familia por las advertencias que les han hecho llegar.
Testimonio
La muerte de Keyla sigue siendo un misterio. Cada día hay más evidencia, pero el testimonio de Edgar Velásquez, quien estaba con ella el día de la detención, causa ruido entre los familiares de la víctima.'Él (Edgar Velásquez) me dijo a mí que tenía mucho más que decirme, pero que estábamos en el lugar equivocado y no era el momento. Yo confié en él, era tan amigo de mi hermana, me traicionó y se aprovechó de la confianza', dijo Nancy Carolina tras escuchar el relato del médico gineco-obstetra, quien habló con CNN.
El médico contó al medio internacional que él estaba en otra celda, junto a 10 personas más, escuchando a Keyla cantar fragmentos de varias canciones, cuando de un momento a otro dijo 'yo me quiero morir, yo me voy a colgar con mi suéter”.
Según relató, él le pidió que no dijera esas cosas pues “las palabras tienen poder; ya vamos a salir de acá. Tranquila”.
Tres minutos después no contestó más. “Empezamos a gritar para que la fueran a ver y como a los 10 minutos llegó un policía con una linterna y con cuatro personas más la sacaron a peso. Abrieron la celda y Keyla iba inconsciente', afirmó.
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Sin embargo, la joven solo fue trasladada por un uniformado al hospital, lo que deja duda entre sus parientes.
'Volví a saber de Keyla hasta las 6:00 de la mañana que llegaron a pedirme la identidad para dar declaración y solo me dijeron 'su amiga está muerta'. No le puedo explicar lo que se siente en ese momento. Entregué mi cédula y los jóvenes que estaban conmigo empezaron a gritarles a los policías', contó el joven médico.
Nancy Carolina cuestionó el testimonio del galeno, especialmente porque tenía consigo el documento de identidad dentro de la cárcel, pero por protocolo deben quitarle todas las pertenencias. Al menos eso fue lo que hicieron con su hermana, Keyla, quien fue sepultada el miércoles en el cementerio general de su pueblo natal.
Actualmente el proceso de investigación está bierto. La vista está sobre 12 policías sospechosos, el testimonio de los demás detenidos, los resultados de la autopsia de la joven y un testigo clave que perdió la confianza de la familia de la víctima, mientras en el país existe un grito constante de justicia, justicia para Keyla Martínez.