TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Existen diversas formas y materiales para crear una cometa o barrilete -como muchos preferirían llamarle-, desde plástico, papel, palos, trozos de caña y hasta bambú; también hay muchas historias detrás de estas obras de arte que esperan en silencio para ser contadas.
Omar Alejandro Vásquez (12), Fabián Alejandro Rivas Maradiaga (11) y Nelson Rivera (10) son tres alegres niños, quienes a diario disfrutan volar cometas en el deteriorado campo de la colonia Villa Delmi de la nostálgica capital de Honduras.
En sus trigueños rostros se plasman imborrables y gigantescas sonrisas cada vez que observan la gran distancia a la que logran elevar sus relucientes barriletes.
EL HERALDO tuvo la oportunidad de apreciar cómo las voces de los pequeños -al ver sus creaciones acariciar las nubes- simplemente transmitían lo emocionante y divertido que continúa siendo decorar un radiante cielo con esta tradición, que cada año va en decadencia por el avance de la tecnología; misma que se empeña en ofrecer una variada gama de videojuegos para que los infantes no den 'play' fuera de las pantallas.
Vásquez, Maradiaga y Rivera dedican su tiempo libre a elaborar cometas a base de bambú, varillas, cabuyas y pegamento y la duración de la entretenida faena es de una hora.
'Desarrollamos este tipo de actividades para buscar una distracción en nuestros momentos libres. Es la manera que encontramos para no estar aburridos', comentó Nelson Rivera.
A simple luz, los tres audaces chiquitines demostraron lo mucho que se deleitan al volar los papalotes como se les conoce en países como Costa Rica y México, pues la diversión radica en dejar escapar sus cometas y salir corriendo a alcanzarlas.
Omar se apresura por la cancha y hala la cabuya haciendo que su barrilete agite la cola cada vez más alto. De repente se detiene y pasa el brazo para secar un poco el sudor de su frente.
El viento como protagonista jugó a favor de las cometas y el ingenio de los pequeños hondureños decoró el firmamento con los colores de los sueños voladores plasmados en los barriletes.
Omar, Fabián y Nelson nos enseñan que la felicidad es un poco como volar, como ser una cometa. Depende de cuánta cuerda se le suelte.
Omar Alejandro Vásquez (12), Fabián Alejandro Rivas Maradiaga (11) y Nelson Rivera (10) son tres alegres niños, quienes a diario disfrutan volar cometas en el deteriorado campo de la colonia Villa Delmi de la nostálgica capital de Honduras.
En sus trigueños rostros se plasman imborrables y gigantescas sonrisas cada vez que observan la gran distancia a la que logran elevar sus relucientes barriletes.
EL HERALDO tuvo la oportunidad de apreciar cómo las voces de los pequeños -al ver sus creaciones acariciar las nubes- simplemente transmitían lo emocionante y divertido que continúa siendo decorar un radiante cielo con esta tradición, que cada año va en decadencia por el avance de la tecnología; misma que se empeña en ofrecer una variada gama de videojuegos para que los infantes no den 'play' fuera de las pantallas.
Vásquez, Maradiaga y Rivera dedican su tiempo libre a elaborar cometas a base de bambú, varillas, cabuyas y pegamento y la duración de la entretenida faena es de una hora.
'Desarrollamos este tipo de actividades para buscar una distracción en nuestros momentos libres. Es la manera que encontramos para no estar aburridos', comentó Nelson Rivera.
A simple luz, los tres audaces chiquitines demostraron lo mucho que se deleitan al volar los papalotes como se les conoce en países como Costa Rica y México, pues la diversión radica en dejar escapar sus cometas y salir corriendo a alcanzarlas.
Omar se apresura por la cancha y hala la cabuya haciendo que su barrilete agite la cola cada vez más alto. De repente se detiene y pasa el brazo para secar un poco el sudor de su frente.
El viento como protagonista jugó a favor de las cometas y el ingenio de los pequeños hondureños decoró el firmamento con los colores de los sueños voladores plasmados en los barriletes.
Omar, Fabián y Nelson nos enseñan que la felicidad es un poco como volar, como ser una cometa. Depende de cuánta cuerda se le suelte.