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Quién diría que lo que comenzó como un juego en una pequeña jaula hace ya cuatro años en el zoológico Rosy Walther en El Picacho, de la capital de Honduras, se convertiría en una amistad de esas difíciles de entender, pero real.
Simba, un pequeño león de apenas nueve meses, se integraba a su nuevo hogar tras ser trasladado desde el zoológico Joya Grande. La expectativa por el nuevo inquilino generó la curiosidad de todos los empleados, incluido Javier Valenzuela, subdirector del zoológico.
Cinco minutos fueron suficientes para crear un vínculo indestructible entre el humano y el león, algo que no todos los días se ve, algo que solo en El Picacho se puede observar y que pocos pueden presumir al decir “soy amigo del león”.
Hoy aquel león cachorro ya alcanzó la madurez. Cuatro años y un par de meses sobre su lomo, una melena imponente, ojos de cazador, garras afiladas, instinto asesino, todo acumulado en 400 libras de carne, pero algo no cambió: su respeto y cariño por su amigo Javier.
El lente de diario ElHeraldo.hn captó esta genuina amistad y hoy en el mes de la amistad la comparte a todos los lectores, que tal vez no tengan a un león como amigo, pero seguro que aman las mascotas y se divierten con ellas.
“Es algo inexplicable, él me ve y desde lejos ruge o simplemente se pone inquieto, busca llamar mi atención, quiere que sepa que está ahí y prácticamente es posible pasar por la jaula sin ir a compartir un momento con él”, explicó Javier.
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Pero no es así con todos, a don Manuel -otra de las personas del recinto- no la puede ver ni en pintura. “Lo relaciona con el dolor, él lo curó en dos oportunidades y por eso le ruge cuando lo ve”, relató.
Unas catorce libras de comida pasan por su boca al día. Carne de res y pollo es su dieta, pero ni esto le agrada más al felino, que ver al joven que hoy tiene 32 años. Es indiscutible. Él sabe quién es su amigo y confía plenamente.
“Hace tiempo no entro a la jaula, está más grande y aunque estoy seguro de que no me hará ningún daño, es mejor no arriesgarse, lo que sí procuro es que el sienta que yo confió, meto mi mano por la jaula y espero ver si se mueve hacia mí, nunca me falla”.
Pasarán muchos años más entre los sonidos del zoológico, nuevos inquilinos que entrarán o saldrán, pero algo es seguro, cuando haya una oportunidad y en el camino se crucen sus miradas Javier y Simba continuarán con una amistad que nunca va a terminar.