Tierra Adentro

Las Cuevas de Talgua, 24 años de misterio luminoso

Una maravilla Catacamas celebra 2.4 décadas del descubrimiento de las cuevas luminosas y presume sus secretos milenarios escondidos

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02.06.2018

TALGUA, OLANCHO, HONDURAS

Seguirle la pista a una banda de robachicos que habían raptado a su cuñado de seis años lo llevó a realizar uno de los descubrimientos más importantes de Olancho y Honduras.

Apenas puede creer que la vida, hace 24 años, le haya dado la oportunidad de escribir su humilde nombre en los libros de la historia cuando solo era un cazador.

“Estaba recién salido del ejército y había un chance de trabajar como terapeuta en el Centro de Rehabilitación del Paciente Adicto (Cerepa). Ahí conocí al compañero Jorge Yanez, yo trabajaba en el área de terapia ocupacional y él en enfermería”, recuerda don Desiderio Reyes García, uno de los exploradores de las enigmáticas Cuevas de Talgua, en Olancho.

Una vez empleado inventó sacar a los pacientes a jugar fútbol como terapia y semanas más tarde armaba grupos de salidas a pescar, caminar, correr o hacer senderismo en las montañas de Catacamas.

Reyes recuerda que había escuchado hablar de unas cuevas de antepasados en la cima de los cerros y a pesar que creía que era un mito, la curiosidad le despertaba más y más en cada salida con sus pacientes.

El robo del hermano de su esposa en 1992 lo llevó a montar una búsqueda de tres días, rodeando los cerros del río Talgua, pues la comunidad dijo que había visto al raptador meterse a una cueva. “Rodeamos la montaña con el ejército y los aldeanos hasta que lo encontramos. Esa fue la primera vez que me vi de frente con la cueva”.

Dos años más tarde, se atrevió a subir el cerro. “Armamos un grupo de cinco, yo de cabecilla. Iba Jorge Yánez, Allan Alemán, Romel Fernandez y Franklin Barahona. Nos adentramos a lo desconocido por más de 24 horas, pero no tuvimos éxito. No hallamos nada”.

Con más dudas que aciertos, a las semanas montaron otra expedición con más gente, casi el triple del primer viaje y retomaron la búsqueda de lo que hoy es un gran descubrimiento ancestral.

“Una vez adentro de la cueva le dije a Jorge: escalemos esta pared pues yo miraba que habían señas de escritos e imaginaba que tenía que haber otra persona que anduvo por ahí y lo escribió”, relata Reyes.

El caso es que cuando subieron la pared fueron a pegar con unas vasijas. “Pasmados del asombro, Jorge me dijo bromeando: aquí hay una vasija llena de oro. Yo le contesté ¡no tiene nada, hombre!, mientras amarraba con una soga la punta de una piedra. Cuando subimos fuimos a caer a otro hueco más arriba, era otra cámara. “Esa sí estaba llena de osamentas y treinta y pico de piezas de mármol y cerámica”, detalla.

“Miramos los cadáveres y agarramos uno de los más grandes para llevarlo de evidencia. Seguimos caminando por la cueva y en vez de buscar la salida, agarramos para otro lado... en segundos ya nos habíamos perdido”, recuerda.

Cuando lograron salir, con el auxilio de los compañeros que se habían quedado afuera, la luz del día se había apagado. Eran las 10:00 de la noche del 2 de abril de 1994. Sus pies arrugados y morados por la permanencia en el agua fría de la cueva y aquel esqueleto extraído eran testigos del hallazgo.

“Al día siguiente llegamos con la noticia al poblado de que habíamos hallado en Talgua una cantidad de personas muertas y habíamos llevado una pieza de muestra.“Pensamos que era un cementerio del tiempo de Carías”, explica.

A la siguiente semana regresaron a las cuevas con cuatro médicos: Carlos Álvarez, Raúl Guifarro, Amanda Madrid y Montes. Ellos determinaron que, en efecto, se trataba de unas osamentas muy antiguas, aunque no sabían con precisión de cuántos años atrás estaban hablando.

Las investigaciones revelaron que se trata de un osario milenario de tres pasadizos y 23 depósitos de cuerpos, una especie de cámara ritual donde primitivos de la cultura mesoamericana depositaron a sus muertos con sus ofrendas funerarias y todo, hace más de 3,000 años.

De ese tiempo solo son las osamentas que estaban descubiertas, hay muchas más fosilizadas a metros de profundidad que no se han tocado. “Eso sigue virgen, sin explotar”, asegura Reyes.

El descubrimiento pasó a manos del Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH) y se planeó que la zona sería un sitio de desarrollo turístico como un atractivo de Catacamas.

De ese hallazgo han pasado ya 24 años, pero en su interior los arqueólogos no logran descifrar por completo su mítica conformación e historia.

No es para menos, las Cuevas de Talgua encierran una infinidad de pistas valiosas que datan de 900 y 2,000 años antes de Cristo, sobre cómo los habitantes pudieron haber formado un vínculo entre las cultura mesoamericana y la andina.

A veces la también conocida “Cueva de las calaveras brillantes” está más esplendorosa que nunca, su luz se refleja de los depósitos de calcita que ahí se encuentran.

Don Desiderio se siente orgulloso con su aporte, al que considera mucho más importante que el mismo descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1502. “Este es más importante por su antigüedad, son más de 5,000 años; nada menos que 3,000 antes de Cristo”, afirma con propiedad.

Aunque dice no haber recibido ningún reconocimiento, más que la dramatización del hallazgo en el documental de Discovery Chanel, ha pasado más de 20 años de su vida explorando cuevas en Olancho. A su lista se suman 3,310 exploradas y 1,700 cartografiadas; entre estas: las cuevas de San Esteban, Rascacielo, Susmay, Canuto, Rial, La Florida, Los Naranjos, Río Tinto, Campamento Nuevo y la cueva de la Biósfera del río Platano.

Desiderio y su equipo de expedición ahora son los guías certificados de las maravillosas Cuevas de Talgua, pero su meta no para ahí. Está en planes de aventurarse en su 3,311 expedición y descubrir los misterios de las cuevas de San Andrés de Bucay, entre Catacamas, Danlí y Nicaragua. “Ya fui a marcar los puntos, voy por más descubrimientos”, asevera.