TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Viejo y misterioso. Contradictorio y enigmático. Güinope es un antiguo pueblo minero que admite todas las comparaciones, aunque ninguna se ajusta a su realidad poliédrica.
Hijo del barroco español y del catolicismo, del vino de naranja y del azúcar, este idílico municipio sigue siendo la joya de El Paraíso.
Enclavado en el Corredor Biológico La Unión y erigido entre calles rectilíneas, casas polícromas con aires coloniales y laderas cuajadas de cultivos, se cree fue fundado hace 272 años (1747) por Esteban Rodríguez.
En sus más de 240 kilómetros cuadrados de superficie, la vida se destila al son del más puro campo, del sol ardiente -con una temperatura media entre los 19 y 32 grados centígrados- que ilumina sus calles y da alegría a su gente, que mira cómo cada fin de semana extraños veneran su edificación y alaban su naturaleza prodigiosa.
Tiene el encanto de un destino turístico consolidado, el sabor de un rincón gastronómico y la majestuosidad de un pueblo que conserva el colonialismo en sus venas y que lo mezcla con lo nuevo y lo viejo.
Recorrer a totalidad su extensión es como adentrarse en el túnel del tiempo. En el casco urbano se conservan los vestigios culturales del pasado: casas con techos de teja y construcciones coloniales superpuestas -en muchos casos- de planta cuadrangular y patios internos, donde todavía se huele la colonia española.
Homenaje
En la plaza central sobresale el busto de Francisco Antonio Márquez, el mayor artífice del legado de Güinope.
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Y la joya de toda la comprensión municipal es su iglesia parroquial, San Isidro Labrador, un destacable edificio barroco acabado en el siglo XIX. También sobresale una antigua casona que data de 1890 y vio crecer al “príncipe del periodismo hondureño” y fundador del desaparecido diario El Cronista, Paulino Valladares (1881-1926).
Las aldeas Galeras, Casitas, Silisgualagua, Pacayas, Lavanderos, Arrayanes, Liquidámbar, Loma Verde, Ocotal, Santa Rosa y Manzaragua podrían ser protagonistas por méritos propios.
Por ejemplo, Santa Rosa y Manzaragua (nombre que deriva de la presencia de habitantes de la tribu lenca) vienen siendo las comunidades de las frutas y hortalizas, cuna de los cítricos, productos de comercio nacional. De ahí la asociación de Güinope con las naranjas.
Y precisamente en oda a este cultivo se celebra, año con año, en el mes de marzo, el Festival de la Naranja, una tradición que desde 1981 ofrece a propios y extraños productos de alta calidad -a base de cítricos- que van desde licores a dulces en diferentes presentaciones, elaborados por pobladores en el mercado local y nacional.
Güinope saca músculo con despensa saludable
Detrás del nombre de Güinope está la producción a escala de naranjas y productos derivados. La cebollas son el otro músculo de su actividad económica. El Maíz, piña, plátano, yuca, malanga, jilote y albaricoque completan la despensa.
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Güinope, que en lengua náhualt significa “en el agua de palomas”, está a 54 kilómetros de Tegucigalpa, colindando al norte con San Antonio de Oriente; al sur con San Lucas; al este con Oropolí y Yuscarán, y al oeste con Maraita y Francisco Morazán.
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