Es una de las ciudades más grandes e importantes del occidente de Honduras.
Santa Rosa de Copán nació en 1705 de la mano de don Juan García de la Candelaria, capitán de la milicia española en Gracias. La historia señala que en algún momento dentro de sus expediciones militares, don Juan descubrió en la zona de Los Llanos o La Sabana unas tierras ubicadas en un altiplano, cubiertas por un frondoso bosque de pino y regadas por cristalinos riachuelos.
Santa Rosa, como la llaman lo locales, es una de las ciudades coloniales más encantadoras de Honduras.
Cabecera del departamento de Copán, presume de una gastronomía y una arquitectura tan propia como rica, que la convierten en un sitio único.
Con un linaje colonial que inició con el tabaco y la ganadería como principales rubros económicos, Santa Rosa de Copán no tardó en desarrollarse.
Prueba de ello es la fábrica La Flor de Copán, que produce alrededor de sesenta marcas de habanos o puros para clientes exclusivos distribuidos en Europa, Estados Unidos, China y Rusia, entre otros.
La ciudad limpia y ordenada que se presenta imponente y majestuosa a los ojos del visitante, es parte del Plan de Preservación del Centro Histórico, que le ha devuelto a la ciudad el brillo de tener un espacio declarado Monumento Nacional y Patrimonio Cultural de Honduras.
Su iglesia catedral, en honor a Santa Rosa de Lima, donde destaca un imponente altar, es sede de la Diócesis de Santa Rosa de Copán, cuyo primer obispo fue monseñor Claudio María Volio y Jiménez.
En el centro histórico de calles empedradas está también el edificio que albergaba al antiguo Cine Hispano, el Palacio Municipal y una decena de edificaciones que conservan su corte colonial y grandeza de antaño.
Oferta culinaria
Y es que en Santa Rosa de Copán la arquitectura colonial parece estar por todas partes, al igual que su exquisita gastronomía en la que sobresalen los tradicionales ticucos, las empanadas de loroco, el atol chuco con frijoles y aiguaste (semillas de ayote molidas), las famosas Copán Dry, sus aromáticos cafés y el Timoshenko.
Sin perder su aire callado y colonial, la ciudad crece alejada de los problemas políticos y sociales que aquejan a las grandes urbes del país. Una tranquilidad que se mezcla con el honesto orgullo de sus habitantes.
Definitivamente, vale la pena un viaje hasta esta tierra de buen café y extraordinarios puros. Además, un nuevo movimiento cultural, que incluye exposiciones fotográficas, obras de teatro y conciertos, vuelve más interesante su bien conservado casco histórico. Y por si fuera poco, su cercanía con centros coloniales como Corquín o San Pedro, Copán, extienden la visita a una ciudad de la que sin duda quedará tan encantado que querrá regresar.