Cuando la música comienza a salir de su altavos portátil, la mujer de 69 años se convierte en una prolífica rapera cuyas rimas hacen reír a los pasajeros del Transmilenio, el sistema de autobuses públicos de Bogotá, atestado y azotado por el crimen.
El apodo de Marlene Alfonso — 'Cindy sin Dientes' — se debe a que, efectivamente, no tiene la mayoría de sus dientes y no puede pagarse una dentadura postiza.
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'Yo superarme deseo', canta mientras va en un autobús lleno de pasajeros que se dirigen al centro de la ciudad. 'Si no tienes un peso dame un beso, que me enderece el pescuezo'.
Alfonso es una de decenas de inmigrantes venezolanos que se ganan la vida a diario en el transporte público capitalino, vendiendo productos como bolígrafos o actuando a cambio de unas monedas.
Su avanzada edad, sus letras graciosas y su atuendo inusual le han ayudado a destacarse. Se ha convertido en una inspiración para un grupo de inmigrantes que en su mayoría ha sido bienvenido en Colombia, pero que también ha sufrido recientemente de discriminación y ataques xenófobos.
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'Es difícil trabajar acá', dice Haileen Volcán, una venezolana de 32 años con cinco hijos que vende rompecabezas para niños en los autobuses de Bogotá. 'Pero si ella puede montarse en un bus a la edad que tiene y ponerse a rapear, yo que soy una mujer joven puedo vender y salir adelante'.
Más de 1,7 millones de venezolanos viven actualmente en Colombia, a donde se mudaron para escapar de la crisis económica y humanitaria de su país. De acuerdo con las autoridades migratorias, sólo 720.000 venezolanos tienen permiso de residencia, lo que hace que muchos migrantes trabajen por menos que el salario mínimo o busquen sustento como músicos y vendedores callejeros.
Alfonso dice que ya cantaba por propinas en su ciudad, Caracas, mucho antes de llegar a Bogotá. Lo hacía principalmente en vagones del metro, donde sus presentaciones le valieron una invitación a un programa de televisión.
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Hace dos años se mudó a Colombia porque rapear en el metro de Venezuela ya no le alcanzaba para vivir. Alfonso dice que puede ganar hasta 8 dólares al día en propinas en el Transmilenio de Bogotá. Es suficiente para pagar su renta y enviarle algo de dinero a su hija.
'Yo quiero transmitirle a las personas que no se sientan derrotadas', dice Alfonso tras interpretar unas canciones. 'El corazón no tiene arrugas. Yo tengo 69 años y me siento durita. Todavía le queda jugo a esta naranja'.
Ser una rapera callejera no es fácil. Alfonso sufre de glaucoma y no puede ver por su ojo izquierdo. No tiene suficiente dinero para ir a un especialista y anda con un bastón para no caerse.