Entretenimiento

El espejo

Los cuentos cortos del segundo y tercer lugar serán publicados en su sección Vida el miércoles y jueves de esta semana.

24.04.2012

“Está aquí, puedo sentir su presencia. Ha decidido acabar conmigo y no puedo detenerlo. Tuve que haberlo intuido desde las primeras señales: una mirada intensa, un movimiento ligeramente distinto, una sonrisa rebelde.

¿Pero cómo iba yo a saber? ¿Cómo intuir algo que es una absoluta locura? ¿Cómo discernir el lenguaje del cuerpo, la conducta humana, si siempre he aborrecido el contacto con las personas? Ahora, esa falta de discernimiento me tiene aquí, escondido en la penumbra de mi habitación, aguardando el momento final.

Todo comenzó tras la muerte de mi madre. Cuando el último pariente abandonó la casa después de darme el pésame, cerré puertas y ventanas, clavé tablas sobre ellas para que ya más nadie volviera a entrar… o salir. Cubrí los muebles con mantas blancas hasta verme rodeado de inmóviles espectros de la vida pasada y me encerré a escribir… o, más que eso, a vomitar la amargura de mis entrañas.

Pero no todo el tiempo escribía, por supuesto, aún tenía que alimentarme de algo, hacer mis necesidades, molestas reacciones de este cuerpo miserable, y, ocasionalmente, divagar sobre mi propia existencia.

Para ello, entraba al salón principal a ver mi imagen reflejada en el gran espejo que se alzaba cual ventanal a otro mundo, impenetrable y siempre presente, en el fondo de la estancia.

Me miraba a mí mismo con disgusto, odiaba cada rasgo de mi cara, de mi enflaquecido cuerpo, de mi estúpida expresión de desamparo y cuando ya no soportaba más el verme, huía del lugar, asqueado, con la sensación de llevar adheridos a la piel los detritos de la humanidad entera.

Pero el espejo ejercía sobre mí una atracción morbosa, pues en lugar de no regresar a él o de hacerlo añicos de una buena vez, volvía con más frecuencia, buscando mi detestable reflejo.

Entonces, en una de mis citas ante el espejo comencé a notar los primeros signos. Los movimientos de mi imagen ya no coincidían con los míos, se atrasaban, escasas fracciones de segundo, casi imperceptibles, pero se atrasaban, lo juro.


Su mirada ya no reflejaba la mía y estoy seguro, por el alma de mi madre, que al voltearme yo para huir de aquella maligna presencia, el reflejo permanecía en su lugar, observándome, rebelde a seguir mis movimientos.

Es fácil tomarme por loco, lo sé, pero no lo estoy, mantengo mi lucidez en todo momento, prueba de ello es la coherencia con la que escribo, el problema no es ese, no estoy chiflado, el problema es ese maldito espejo.

¿Y por qué no lo destruye?, se preguntarán, pues sí, intente hacerlo, me armé con una pequeña hacha y entré al gran salón con el firme propósito de convertirlo en mil pedacitos, pero cuando estuve frente a él sentí las fauces del infierno abriéndose para tragarme… en lugar de verme reflejado, alzando el hacha para destruir el espejo, solo pude ver el salón vacío, ¡ya no estaba yo en el mundo de los reflejos! Mi imagen había huido.

Yo sé bien por qué desapareció mi reflejo: me odia, no me soporta así como yo no me soporto a mí mismo. Ahora está aquí, agazapado en algún rincón, con su propia hacha en una mano, listo para descargar el golpe al menor descuido mío, o al yo dormirme, tal vez espera que huya, que rompa las trancas que sellan la casa, pero si es mi reflejo, sabrá muy bien que no lo haré, que más miedo que a él, le tengo terror al mundo exterior. Entonces, solo queda esperar, ya viene el final, yo estaré aguardando...