Columnistas

Los peligros de reformar la Constitución

Tras el abrumador triunfo de Nayib Bukele y su partido Nuevas Ideas en las elecciones de febrero pasado se consolidó una tendencia autocrática en El Salvador, en donde muy pronto se espera una reforma constitucional que el oficialismo dice servirá para “refundar” el país, mientras otros advierten sobre los peligros que puede traer para la democracia.

La anterior legislatura salvadoreña hizo una modificación a un artículo constitucional, supuestamente pétreo, con lo cual allanó el camino para que la legislatura que asumió hace apenas unos días tenga la potestad de hacer cualquier cambio a la Carta Magna, sin necesidad de tener que ir a una consulta ciudadana o esperar al siguiente período legislativo para que las reformas queden aprobadas y cobren vigencia.

El partido Nuevas Ideas cuenta con el 90% de diputados de la Asamblea, así es que las reformas vendrán pronto y pueden ir desde permitir la reelección presidencial de manera indefinida hasta limitar las garantías individuales de los salvadoreños, como podría ocurrir con la libertad de expresión y de prensa.

Bukele ya podía tener el calificativo de gobernante autocrático antes de las elecciones, pues desde su primer período de gobierno concentraba en sus manos prácticamente todos los poderes del Estado. Su sombra estaba por encima de los organismos Judicial y Legislativo, así como el resto de instituciones del Estado. Con el resultado electoral –ganó con el 82% de los votos– su posición se ha consolidado, pero los riesgos para la democracia aumentan.

La historia ha mostrado que todas las personas que alcanzan el poder y no tienen contrapeso, terminan abusando de él. Lo que ahora parece el camino correcto para corregir males en El Salvador, podría convertirse pronto en un dolor de cabeza para amplios sectores de la ciudadanía, sobre todo, si se siguen restringiendo los derechos de las personas.

El presidente Bukele ha gobernado con un estado de excepción permanente, el cual le ha facilitado la represión de las temidas pandillas, pero también ha dejado sin garantías a muchos inocentes, que poco o nada pueden hacer para impedir el atropello de ir a la cárcel de manera injusta.

Esos estados de excepción tienen justificación durante un tiempo, pero mantenerlos como práctica permanente no es precisamente una práctica democrática. Como ejemplo, entre las reformas que se podrían impulsar está dejar en manos del ejecutivo cuando principian y terminan ese tipo de estados que restringen libertades ciudadanas y su alcance, lo que representa un peligro latente.

Hugo Chávez reformó “poco” la Constitución en 1999, pero logró introducir los conceptos que él quería para “refundar” la que llamó también República Bolivariana de Venezuela. Por supuesto, incluyó la posibilidad de reelección, con lo que constituyó una dictadura que persiste aún después de su muerte, aunque ahora bajo Nicolás Maduro.

La mayoría de constituciones latinoamericanas, especialmente las que cobraron vigencia tras gobiernos militares, introdujeron en sus textos la creación de instituciones que funcionaran como contrapesos para impedir los abusos del Estado sobre los ciudadanos. La razón de esto es sencilla: no se quería que todo el poder estuviera concentrado en la persona del presidente.

Cuando se borran estas figuras de contrapeso, el autoritarismo aflora y el paso siguiente, casi inmediato, es el del abuso del poder. Por eso debe haber alguna garantía constitucional que impida esto.

Criticar a Bukele, con el 82% de respaldo popular, es muy difícil, porque quiere decir que ha hecho lo que la gente espera de él, pero sobran los ejemplos en los que, gobernantes populares, se convierten en dictadores, precisamente porque se saben aceptados por las grandes mayorías. Cuando se dice que “el poder tiende a corromper... (Lord Acton), significa que acerca a cualquier gobernante a la posibilidad de abusar de ese poder –de diferentes formas y métodos–, porque se sabe alguien que no tiene que dar cuentas a nadie y, por lo tanto, no tiene límites.

Lo bueno de triunfar con tan abrumadora mayoría es que hay un premio del pueblo para el gobernante. Lo malo es que, casi siempre, quien recibe un premio así, se cree merecedor de todo y se ve dueño absoluto del país. Por eso Lord Acton tenía razón, pero lo más complicado de lo que puede suceder es la segunda parte de su histórica frase, que dice así: “... el poder absoluto corrompe absolutamente”Sería interesante encontrar a un personaje histórico que, teniendo todo el poder, no haya abusado de él ni se corrompiera.