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Los universitarios de EE UU y la utopía

“Los gobiernos siguen encerrando a ciudadanos que desafían a quienes están en el poder y piden un futuro mejor, desde Bielorrusia hasta Venezuela”, dice el informe sobre derechos humanos de los Estados Unidos para juzgar a los demás países, y en la misma semana, la policía reprimía con brutalidad en sus universidades a los estudiantes que protestaban contra el genocidio en Gaza.

Es una inesperada paradoja que las protestas de los estudiantes hayan comenzado en universidades de élite, muy caras, carísimas, pero, además de prestigio internacional, como Harvard en Boston; Columbia en Nueva York; Yale en Connecticut; Humboldt y también Berkeley en California; pero la lista sigue hasta más de 60 centros de educación superior.

Los universitarios estadounidenses -incluidos muchos judíos- están convencidos de que pueden cambiar el mundo, y pueden, y mantienen un decidido respaldo al pueblo palestino en la estrechísima Franja de Gaza, donde cuentan con dolor y horror unos 35 mil muertos en casi siete meses de ataques israelíes.

Lo peor, lo que nadie puede superar, es la interminable y salvaje muerte de niños en el conflicto, que entre bombardeos, escombros y zozobra se han logrado contar unos 14 mil, un número que se dice rápido, pero es inimaginable. Hace poco más de un mes, la ONU hacía una relación terrible cuando iban 12,300 fallecidos en Gaza en cuatro meses, y los comparaba con los 12,193 que murieron entre 2019 y 2022 en las guerras de todo el mundo.

La guerra es un negocio despiadado y perverso. Estados Unidos entregó a Ucrania en dos años de conflicto con Rusia más de 76 mil millones de dólares, y acaba de aprobar otros 95 mil millones para darle 61 mil millones a Kiev; mas de 26 mil millones a Israel y 8 mil millones a Taiwán.

Imaginemos un mundo tan diferente en que esos dinerales, en vez de destinarlos a naciones ricas para comprar armas y muerte, se dedicaran a desarrollar la agricultura y la industria alimentaria de los países de rentas bajas, pobres; acabarían con gran parte del hambre, detendrían sin pretenderlo la temida migración y hasta el resentimiento de sus propios ciudadanos.

Eso y las incesantes muertes en Gaza, la destrucción apocalíptica de las ciudades, la interrupción irrecuperable del sistema educativo, el derrumbe premeditado de hospitales, activaron en los universitarios estadounidenses -también en Canadá, Australia, Reino Unido y Francia- lo que cualquier joven aspira y cree: que puede haber un tiempo mejor y que ellos son capaces de cambiarlo. La utopía, el sueño posible.

Desafiaron a las autoridades universitarias en frágiles tiendas de campaña en los campus, que no han servido de nada frente a la feroz represión policial con balas de goma, gas pimienta, pistolas de electrochoque y el violento arresto de miles de alumnos y profesores; mientras su gobierno señala a otros con el dedo para que respeten los derechos humanos.