Columnistas

Un mundo sin imposibles

En el altavoz de la aeronave, una agradable voz femenina con acento brasileño ofrecía datos sobre el tiempo que restaba para el aterrizaje y demás pormenores de utilidad para los pasajeros. Acostumbrados a escuchar a las azafatas dar instrucciones sobre procedimientos de emergencia, no fue hasta que se inició la perorata en inglés que muchos de los ocupantes se percataron que quien hablaba era la piloto del avión.

Unas horas después, me enteré que a dos asientos del mío y en mi fila, iba una científica de una universidad tecnológica de Costa Rica. En medio de una breve conversación “al vuelo” me compartió que además de ser rectora de su centro de estudio, se dirigía a Inglaterra para dictar clases y conferencias. Solo habían transcurrido cuatro horas del inicio de mi travesía y eran suficientes para recibir un recordatorio poderoso del efecto de contar con igualdad de oportunidades educativas y profesionales, sin importar el sexo que tenga la persona.

De acuerdo con estimaciones de organizaciones internacionales (UNESCO y otras), las niñas tienen menos oportunidades que los niños para acceder a la educación en más de la mitad (60%) de los países del mundo. Fue por no aceptar esta realidad en su natal Paquistán que hace ya varios años una joven, Malala Yousafzai, sufrió una traumática experiencia en la que casi pierde la vida a manos de fanáticos religiosos. Galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 2014, junto a Kailash Satyarthi -defensor de los derechos de la niñez y luchador contra el trabajo infantil- la joven Malala se convirtió en una figura emblemática y poderosa voz a nivel internacional en la defensa del derecho a la educación de las niñas y mujeres. Un derecho que -como todos los demás derechos humanos- debe ser igual para todos, sin importar sexo, edad, situación económica, nacionalidad o cualquier otra circunstancia y excusa.

En muchas historias de lideresas políticas, empresarias, artistas, mujeres de todos los ámbitos laborales, deportivos y académicos, se pueden identificar no solo desafíos en acceso a la educación y otros propios al desarrollo de una actividad humana, sino otros vinculados a la falta de oportunidades y trato discriminatorio por ser mujeres. No compiten en igualdad de condiciones con los hombres: deben superar obstáculos diversos que se suman a otras situaciones como la exclusión, prejuicios, desconfianza. Por eso, se han establecido medidas como la alternancia en las listas electorales (también conocida como zipper o cremallera), para corregir lo que una innegable e injusta realidad impide: la verdadera equidad en la participación política.

Es justo idealizar un mundo en que escuchar mujeres pilotos en un parlante sea tan normal como que todas las niñas se eduquen o se vean presidentas y alcaldesas por doquier, con poder real para tomar decisiones. Es justo desear y construir un mundo con igualdad de oportunidades: uno en el que todas nuestras hijas solo consideren imposible aquello que no se quiere, no se intenta o no se sueña.