Roatán, Honduras. La brisa del mar disimula un poco los más de 30 grados que sofocan la paradisiaca isla, el inglés predomina entre las conversaciones que se escuchan en la calle principal de esta zona viva de Roatán y en la playa varios pequeños sin camisa juegan a ser futbolistas, mientras a unos 200 metros de ahí se divisa una casa en construcción que tapa la tan buscada vivienda.
“Allí vive doña Sue Johnson, ella es la mamá de Edrick Menjívar”, señala un niño de color al dar la dirección exacta. Sí, acá en West End se crió el portero titular de Olimpia y de la Selección Nacional. ¡La larga búsqueda tiene recompensa!
Tras la caminata, los rayos del sol se empiezan a hacer sentir en la piel, pero ese árbol de unos 100 años de existencia es el alivio perfecto antes de dirigir el “buenos días” a la señora que está sentada en el corredor de esa casa verdiamarilla.
Ella sonríe y responde el saludo con la dificultad que le implica su segundo idioma. “Mi español no es tan bueno”, suelta. Es una mujer bien parada, robusta y quizás más alta que el promedio de las hondureñas.
“Aquí vivió Edrick hasta sus 17 años; el día que se fue quedé con el corazón en pedazos”, dice antes de pedir un reencuentro -después del mediodía- porque en la mañana debe terminar los quehaceres del hogar. ¡Ante una buena historia, una pausa no viene mal!
Al regreso, ya está lista: cambiada, relajada y disponible para contar detalles del segundo de sus cuatro hijos. El “pasen adelante” precede a la amena charla. Toca encender el aire acondicionado porque a los visitantes los delata la fatiga.
No contesta a los regaños de mamá
“Me siento muy orgullosa de mi hijo. No te voy a mentir, nunca creí que llegara tan lejos porque yo pensaba: él es un caracol y tal vez allá les dan más oportunidad a los de la costa que a los de esta isla”, revela la progenitora, quien tiene muy presente las vivencias de aquel niño amante de la portería.
A diferencia de sus otros tres retoños (una mujer y dos varones), a quienes no les ha gustaba el fútbol, Edrick fue el único que heredó la pasión de su padre teleño, Juan Eduardo.
“Desde sus cinco o seis años decía que quería ser portero. Él iba al mar a bañar y se ponía a jugar en la playa, así como en la calle, en el campo del barrio y en la escuela. Un profesor me dijo: ‘Edrick va a ser bueno en el fútbol porque saca los goles de los compañeros grandes’. Por eso allí le decían Spiderman”, recuerda una madre que se cataloga como estricta.
Las peleas con la hermana cinco años mayor estaban a la orden del día y allí tenía que aparecer la disciplina de mamá. Con su esposo trabajando embarcado y regresando a casa una o dos veces al año, doña Sue tuvo que hacer el papel de padre y madre.
“Mi hija estaba un poco celosa y por eso siempre peleaban. Incluso ahora, él es un hijo que nunca me contesta cuando lo regaño, prefiere salir, reír o no decir nada”, cuenta.
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Pensó en regresar a Roatán a buscar trabajo
Aunque ella no tiene reparos en decir que Edrick “es el más consentido” de sus vástagos porque con él tiene “algo en común”, eso no significa que el hoy guardarredes del León esquivara los fajazos.
“Una vez lo castigué porque en lugar de hacer su tarea se fue a jugar fútbol; yo era una madre bien dura con ellos”, rememora previo a trasladarse al día en que Edrick Eduardo abandonó la isla en busca de cumplir su sueño. Originalmente llegó para probarse en Motagua, pero el destino quiso que recalara y triunfara en Olimpia.
“No recuerdo si se fue en ferry o avión... del dolor yo ni siquiera podía verlo y decirle adiós. Era bien duro soltar a mi hijo. Ese día lloré. Mi mamá me decía que no le dejara ir porque en la capital mataban gente a cada rato”, comparte al revivir la partida de aquel bachiller en Ciencias y Letras.
Ese día el joven emprendió una ruta en busca de su anhelo de ser futbolista profesional, pero esa ilusión estuvo a punto de verse apagada. “Hubo un tiempo que me dijo: ‘Ya no voy a seguir acá porque no miro que me vayan a subir a primera, voy a regresar a Roatán a buscar trabajo’. Pero, como yo he sido una madre estricta, le dije: Mire, usted dijo que quiere jugar fútbol, así que quédese allá”, confiesa.
La soledad, la distancia y ver cerrado el marco de Olimpia (con Donis y Noel) hacían desvanecer las aspiraciones del espigado isleño.
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Irá a verlo en vivo por primera vez
“Lo más duro para él fue acostumbrarse a la comida allá; es más, yo de aquí le mandaba por avión comida cocinada, le enviaba mariscos y otros bocadillos. Siempre me decía que allá la comida no era igual”, dice antes de sonreír al referirse a las conquistas de su hijo con el Rey de Copas.
El esfuerzo valió la pena y el orgullo se apodera de su rostro. “Yo siempre le escribo después de los partidos. A veces después del juego o al siguiente día me llama. Lo que más me duele es cuando se golpea”, apunta. Precisamente por eso es que no puede ver los partidos en la televisión.
“Es que me pongo tan nerviosa que ni en la tele lo puedo ver, pero tengo planeado ir este año a La Ceiba para verlo jugar en vivo por primera vez”, manifiesta antes de despedirse con una demostración del amor puro de una madre: “Yo solo le pido a Dios todos los días que me lo guarde en la capital”...
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