Haitianos viven pesadilla en Honduras

Haitianos viven pesadilla en Honduras: 'Violan a las mujeres, matan cuando no hay plata, me robaron todo'

EL HERALDO realizó una cobertura periodística en los puntos fronterizos para conocer el drama y los abusos que sufren miles de migrantes en su paso por Honduras. Haitianos y cubanos viven momentos de terror

Los niños y las niñas recorren con sus padres la dura travesía que representa Honduras. Están cada vez más cerca de su destino, Estados Unidos, pero recorren un camino de tormentos. Foto: Johny Magallanes / EL HERALDO.

Los niños y las niñas recorren con sus padres la dura travesía que representa Honduras. Están cada vez más cerca de su destino, Estados Unidos, pero recorren un camino de tormentos. Foto: Johny Magallanes / EL HERALDO.

CHOLUTECA, HONDURAS.- Un haitiano en Honduras bajo la óptica criminal es el equivalente al oro negro en el medio oriente, ofrece dinero muchas veces a cambio de sangre, no es renovable y se exprime una vez.

Un haitiano en Honduras bajo la óptica gubernamental es el equivalente a un cajero automático en una fecha de pago, entrega todo a cambio de nada.

Un haitiano para miles de hondureños en la ciudad de Choluteca es solo un negro más con problemas, con hambre, sin techo, que tendrá que resolver sus conflictos, levantarse del polvo, tragarse el sufrimiento y continuar con su kilométrica travesía en busca del “sueño americano”.

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Bernadeu Caetan es de esos haitianos, busca a su esposa y a su pequeño Sebastián Andrés Caetan Posibble (3). La última vez que los vio fue subiendo al vehículo de un desconocido en la frontera de Guasaule, ubicada entre Honduras y Nicaragua, pero a él no lo subieron; la mujer traía los pies llagados tras varios días de estar atrapados en puntos ciegos y negarles un aventón era condenarlos a más sufrimiento.

Quedaron de encontrarse en Choluteca, él caminó junto con otro haitiano 46.6 kilómetros, nadie les dio jalón, los buses y los taxis no los subieron porque es prohibido, los asaltaron una vez y las otras dos veces que los pararon solo los golpearon como castigo por no tener dinero.

Lleva siete días en la calurosa Choluteca, a diario visita el Instituto Nacional de Migración (INM), donde por fuerza tiene que llegar su mujer que por ahora es un fantasma. Por mientras, su dolor lo consuela contemplando la foto de su hijo, único recuerdo que le permite acariciar la esperanza.

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Aprendió hablar un poco de español en Chile -en realidad muy poco-, donde vivía y trabajaba, incluso su primogénito tiene doble nacionalidad, pero dejaron el país sudamericano porque con Joe Biden, presidente de Estados Unidos desde enero de este año, la oportunidad de tener un mejor futuro aumentó.

Hablarle de Haití es remover un pasado oscuro, negro como sus manos, lleno de pobreza, igual o peor a lo que vive en Honduras.

Anda con mascarilla, camiseta, calzoneta y unas sandalias, tiene una mirada tímida cargada de resentimiento, está muy delgado, le teme a la Policía, las veces que lo han parado le han pedido dinero, incluso lo amenazan con echarlo del país, eso lo aturde pues se aferra a que su mujer llegará y continuarán.

Bernadeu no se imaginó que cruzar de Nicaragua a Honduras fuera tan cruel, “violan a la mujeres, matan cuando no hay plata, me robaron todo en la frontera, pidieron 400 dólares para dejarnos abandonados, mataron amigos en la montaña, el que no anda nada lo matan”.

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Su concepto del hondureño no es precisamente el de un buen anfitrión, pues “siete días sin nada que comer, aquí no dan nada, ni agua, no tienen corazón, los niños traen hambre, en otros países es más fácil, toma bus o taxi, lo que sea, nadie molesta, aquí es malo para todos los haitianos, la Policía pide dinero, Migración pide dinero, mi amigo está golpeado de la cara, no sale, yo por mi mujer, es duro, Honduras es el país más duro de todos, caminando desde la frontera, muchos ladrones, no se puede caminar de día, tampoco de noche”.

Aturdido agita sus manos como abanicos, se agarra la cabeza, acomoda una y otra vez la mascarilla, mete sus manos a las bolsas, las saca para enseñar que en realidad no tiene un lempira.

Su voz se quiebra, tocó fondo, traga hondo, repite lo doloroso que es su paso por Honduras, la palabra “duro”, la menciona tantas veces en su relato que resulta complicado no recordarla.

“Duro, el país más duro de todos, demasiado duro conmigo, como migrante han sido muy duros, no tengo teléfono, me robaron, mi mujer tener la única tarjeta, yo no querer pedir, solo querer encontrarla para irme”.

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En su memoria guarda cada situación complicada que vivió desde que salió de Chile: “eran racistas pero no pasa nada”. Luego está su paso por la selva en Panamá, el trayecto por Costa Rica y Nicaragua, donde nadie le pidió dinero a nombre del gobierno, solo les interesaba que avanzara rápido.

Bernabeu Ceuta es haitiano, pero tiene la nacionalidad chilena. A diario visita el Instituto Nacional de Migración en Choluteca, donde espera a su mujer y su hijo, ya que ellos se separaron en el camino al recibir aventón en una camioneta.

Bernabeu Ceuta es haitiano, pero tiene la nacionalidad chilena. A diario visita el Instituto Nacional de Migración en Choluteca, donde espera a su mujer y su hijo, ya que ellos se separaron en el camino al recibir aventón en una camioneta.

En cambio en Honduras, según la Ley de Migración en su artículo 136 numeral 5, quien entre o salga del país sin realizar el control migratorio o por puerto no habilitado para ello está obligado a pagar un equivalente en dólares que va desde medio salario mínimo hasta tres.

En el caso de Bernadeu su multa es de medio salario mínimo -4,598.27 lempiras, unos 190 dólares- que tiene que conseguir a fuerza, aparte de la multa de su esposa si la vuelve encontrar junto con su hijo.

Pagarle el dinero al INM no lo beneficia en nada, solo recibirá un papel -mal llamado salvoconducto- que le permitirá tener un permiso por cinco días para transitar por el territorio.

Pero si no lo paga, está condenado a pernoctar en Choluteca por tiempo indefinido, no hay forma alguna de negociar el pago, o paga o no sigue.

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Al 4 de mayo de 2021, según cifras oficiales del INM, habían entrado a Honduras 5,006 migrantes de forma irregular -aunque solo por Trojes, El Paraíso, hay reportes de la municipalidad de 5,000 haitianos que falta por sumar- donde el 45 por ciento son haitianos, el 40 por ciento son cubanos y el resto de otras nacionalidades.

En numeros fríos, estos extranjeros, asaltados, violados, con sus familias asesinadas, humillados y en condición de calle, le han dejado a Honduras 23 millones de lempiras en los primeros cuatro meses del 2021 a cambio de un permiso para pasar que les costó la peor experiencia migratoria en su recorrido a Estados Unidos.

El punto receptor más grande de ilegales es Choluteca (64%), le sigue Trojes (32%) y el resto se concentra en Tegucigalpa.

Pero el sufrimiento en Choluteca no es exclusivo para los haitianos. Bernadeu es solo un chivo expiatorio para ponerle cara a la tragedia, como él son miles los humillados.

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Sentado, con los pies estirados en una acera frente al Instituto Nacional de Migración (INM), pasa sus días Oswaldo Muñoz Trujillo (50), originario de la región de Holguín, Cuba.

Con su mascarilla a la altura de la garganta, como si tuviera paperas, el agradable cubano dejó salir su personalidad carismática con la que disimuló las terribles experiencias en Honduras, sin dejar nada a la imaginación pero sin ser maleducado.

Llevaba 18 días en el infierno de Choluteca, celebró su medio siglo de vida en la ciudad; nada de torta o abrazos, lo más cálido ese día fue el cemento de una banca que recibió sus lágrimas en la sofocante oscuridad.

El cubano entró por una montaña en un punto ciego en la frontera de Guasaule, línea divisoria entre Honduras y Nicaragua, pero ahí solo fue víctima de asaltos. “Ahí violan las mujeres, es duro, muy duro”.

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Pasar esa travesía lo mantuvo con cierta esperanza, pero todo sucumbió al poner un pie en firme en Honduras. “Me volvieron a asaltar, me robaron 2,000 dólares, lo que traía del pasaje, me quedé sin dinero, aquí en Honduras nos robaron cuando entramos, por donde quiera que pasas te roban, motorista que te sube se presta para cobardías y te roban también”.

“Todo el mundo te quiere robar, solo ven que eres cubano, todo mundo te quiere robar, te ponen arma y te roban, no se puede hacer nada, venía solo cuando me robaron la segunda vez, pero antes cuando cruzamos la frontera por la selva veníamos más y nos robaron, ahí violan las mujeres y nos roban también, es duro, duro, duro la travesía, viajo solo, ahora no me gusta andar en grupos”, relató.

En medio de su plática, más extranjeros llegan al INM. Son de Camerún y Bangladesh, no se les entiende nada, el cubano sonríe tímidamente y suelta: “a estos les va peor, la esclavitud es nada, los miran muy mal, son muy humildes, piden perdón una y otra vez, se vuelven locos con la idea que los regresen o los maten, entregan todo, dan todo, igual que uno, solo que vienen de más lejos, pobres, se miran unas cosas terribles”.

Luego de la corta explicación, el cubano retomó su historia y explicó que por ahora el pago de los 200 dólares que le impuso el INM lo tiene varado, así que “cuando complete el dinero podré continuar, la gente me ha tratado más o menos”.

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En un momento el silencio interrumpió el diálogo, la sonrisa se le borró, una laguna mental le botó el carisma al simpático señor. “Me costó mucho salir de Cuba, mi propósito es llegar a Estados Unidos, me quedo donde me coja la noche, pido para poder comer y eso, donde me coja la noche me quedo, es duro, nada más que Dios me cuida, muchas veces me han puesto arma para asaltarme, pero qué van asaltarme si no traigo nada, el alcalde me ayudó con 3,000 pesos para poder proseguir el camino y menos mal, luego otros cubanos que han ido pasando me han ayudado, también algunos hondureños, hay mucha delincuencia, donde quieran hay delincuencia”. Otro grupo de cubanos llega y vienen haciendo tremenda bulla.

Muñoz reconoce que son sus paisanos, ellos lo ven de lejos, sin decirse nada, en el cruce de miradas hicieron clic porque “un cubano que encuentra a otro, encuentra familia”. Sonrió y se paró para acercarse.


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