TÁMARA, FRANCISCO MORAZÁN. Hacinadas, golpeadas, tiradas en pedazos de colchones en un diminuto salón ubicado donde alguna vez funcionó el “Ala B” del Centro Pedagógico de Internamiento Renaciendo están las 73 integrantes de la Mara Salvatrucha que sobrevivieron a la masacre que acabó con la vida de 46 mujeres en la Penitenciaria Nacional Femenina de Adaptación Social (PNFAS).
Sin medidas de seguridad e higiene, haciendo sus necesidades a la vista de las demás, con la zozobra de que la pesadilla se repita, las privadas de libertad se hacen un nudo para solicitar a las autoridades que las lleven a otro lugar.
Quieren -o necesitan- ir adonde no puedan ser presa de las integrantes de la pandilla 18 que las superan 7 a 1 en población penitenciaria y que juraron acabar totalmente con ellas.
Delmis Fúnez (35) no puede caminar, su pelvis se partió en dos pedazos en el momento que se tiró desde el techo del módulo uno para salvar su vida el día de la masacre en PNFAS.
Está postrada, tirada en un pedazo de colchón sucio que fácilmente podría tener el grosor de una hoja de papel, su cara se mira desencajada, horrorizada, producto del trauma que carga al haber vivido en carne propia el incendio y masacre en la que perdieron la vida varias de sus amigas.
Habla poco, le dijeron que iba estar seis meses en esa condición. La Comisión Interventora de Centros Penitenciarios -cuyas funciones pasaron a partir de la noche del miércoles a la Policía Militar- no tiene la capacidad para brindarle asistencia medica.
La dejaron en el suelo con una delgada sábana para cubrir sus partes íntimas a expensas de la ayuda que le puedan brindar sus otras compañeras.
”Acababa de entrar a mi dormitorio, iba a ver televisión, cuando ya estaban adentro disparando, me metí abajo de la cama, tiraron gas o algo así, no podíamos respirar, había humo, rompimos el techo entre varias, me logré subir, estaban disparando a matar, no lo pensé y me tiré a la zona muerta”, dijo a la Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus.
La consecuencia, relata, fue que “al caer sentí como mi cuerpo se fregó, aún así seguían disparándonos, un guardía en un torreón nos ayudó, me llevaron al hospital y me dijeron que me fracturé la pelvis”,
En medio del tumulto de mujeres hacinadas en el pequeño espacio que apenas cuenta con un baño y tres diminutos dormitorios divididos por un salón lleno de colchonetas y ropa, la mujer ha intentado ponerse de pie, pero “no puedo, ya intenté, me duele demasiado, tengo medicamentos porque mi mamá me los compró, del Hospital Escuela me despacharon en medio día con las recetas”.
Resignada, desde el suelo como un animal abandonado, la mujer contó que “solo cierro los ojos y me recuerdo de la pesadilla, aún quebrada nos seguían disparando a matar”.
La realidad de la privada de libertad es la misma que de sus compañeras que caminan con la misma ropa, pues sus pertenencias aún no han sido totalmente sacadas de donde estaban anteriormente.
”Que no crean que nos van a echar llave a ese portón, no nos vamos a dejar matar”, aseguró una de las mujeres visiblemente molesta por las condiciones en las que están siendo tratadas.
Sobre las condiciones del salón a las que fueron llevadas se puede decir que es una pocilga. Los cuartos no tienen puertas, el baño está al descubierto, la pila totalmente sucia, el espacio para caminar es reducido por la gran cantidad de colchonetas.
Encima de eso, hay un patio frontal que está al descubierto sin techo o alambres para evitar el ingreso o salida clandestinas de personas, no se ha definido la cantidad de efectivos que estarán presentes, tampoco cómo se va hacer con la alimentación en una improvisación total de las autoridades de turno.