En toda América, numerosos grupos indígenas precolombinos consideraban las cuevas como puertas naturales al mundo de los dioses y los muertos.
Eran sitios sagrados y no era extraño que se usaran como puntos de adoración
o cementerios secundarios. Es decir, cementerios donde eran recolocados los restos de personas ya fallecidas, después de haber sido enterradas primero en otros sitios. Las cuevas de Taulabé y Talgua son ejemplos perfectos de esto.
Pero también, aquellas cuevas con poca profundidad eran utilizadas como abrigos en donde se podían proteger de las inclemencias del tiempo y de las fieras salvajes.
Cuando uno visita la Cueva del Gigante en Marcala, La Paz, no deja de asombrarse entre otras cosas, por las huellas humanas pintadas en la pared de piedra. Inevitablemente, preguntas sin respuestas comienzan a arremolinarse en la mente. ¿Quién hizo estas pinturas? ¿Cuántos siglos de antigüedad tienen? ¿Qué significado tenían para sus creadores?
El arte rupestre hondureño es extenso y se encuentra diseminado en una serie de cuevas y abrigos rocosos a lo largo y ancho del país. Pinturas y grabados que muestran una gama de figuras con formas humanas (antropomorfas), de animales (zoomorfas), plantas (fitomorfas) o formas geométricas.
¿Qué representan estás imágenes? La mayoría de los investigadores concuerdan en señalar que eran la representación de actividades diarias, paisajes, flora y fauna o rituales religiosos de estas culturas prehispánicas. En este último caso, muchos estudios también concuerdan en que estos rituales eran prerrogativas de los chamanes o líderes espirituales, quienes tenían la facultad y el conocimiento para entrar en contacto con los dioses. Así que es probable que las cuevas no solo hubieran servido como hábitat para estos grupos, sino además como centros ceremoniales con algún significado especial.
¿Dónde se pueden encontrar estás imágenes? Ya mencionamos la Cueva del Gigante, pero un sitio extraordinario para apreciarlas son las Cuevas Pintadas de Ayasta, en el municipio de Santa Ana, a 22 kilómetros al sur de Tegucigalpa. En realidad, las cuevas son una serie de galerías o espacios abiertos en las paredes de roca caliza de dos cerros separados por un angosto cañón. Estas galerías se denominan “abrigos” por su poca profundidad. A ambos lados del angosto cañón que separa las elevaciones, se exhiben extraordinarios petroglifos (dibujos tallados en piedra) que nos revelan una visión muy particular de esos hondureños de la prehistoria.
Otro sitio interesante es la Cueva Pintada en el municipio de San Francisco, departamento de Lempira. Allí se aprecian no solo figuras zoomorfas, sino también guerreros y serpientes con atuendos muy similares a los usados por los indígenas del México precolombino. ¿Será esto una confirmación de los encuentros culturales entre nuestros pueblos del pasado? Falta mucha investigación para dar una respuesta.
El arte rupestre es un enorme laberinto de preguntas sin respuestas. Es casi probable que cada cueva donde se encuentran estas manifestaciones hayan sido utilizadas a lo largo de los siglos por diferentes pueblos y por consiguiente, existan muchos autores con diferentes interpretaciones de su entorno o con diferentes intenciones de expresar algo.
Lo que sí es seguro es que todas estas cuevas son patrimonio de los hondureños y que debemos protegerlas, conservarlas y difundirlas con mucho orgullo. Son parte de nuestra identidad nacional, son nuestros primeros artistas.