Hablar de los próceres nacionales es hablar de valientes que sabían que como hondureños no podían ver pasar la historia frente a sus ojos sin ser protagonistas de ella. Hablar de los próceres nacionales es hablar de hombres de carne y hueso con virtudes y defectos.
Este es el Mes de la Patria en el que se celebra la independencia de Honduras, pero ¿qué pasó con los forjadores de esa independencia?
Pues los hombres que estuvieron detrás de este hito en la historia de Honduras son los mismos que vienen impresos en las fichas de los próceres, y exactamente los mismos cuyos rostros figuran en los billetes de cinco, diez, veinte y cien lempiras, y son los mismos que murieron pobres, enfermos y sin juicio, con la esperanza de que Centroamérica algún día estuviera unida.
El nacimiento de los grandes de Centroamérica
Los próceres vivieron todos en la misma época, unos mayores que otros, entre ellos hubo relaciones de familia, amistad y hasta desigualdades.
José Cecilio del Valle nació el 22 de noviembre de 1777 en Choluteca, era primo hermano de Dionisio de Herrera, quien vino al mundo en la misma ciudad pero el 9 de octubre de 1781, cuatro años menor que Valle. Francisco Morazán era sobrino político de Herrera, y nació en Tegucigalpa el 3 de octubre de 1792.
José Trinidad Reyes nació en Tegucigalpa un 11 de junio de 1797, por razones que más adelante explicaremos, no era amigo de Morazán, e incluso lo atacaba en sus escritos. Y el menor de todos es José Trinidad Cabañas, fiel amigo de Morazán y su mano derecha en las batallas.
El docente de la Cátedra Morazánica de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán (UPNFM), Juan Antonio Medina, dijo que “Honduras ha tenido hombres que no ha tenido ningún otro país centroamericano”.
La relación entre los prócereshondureños
Valle y Morazán eran amigos, aunque las diferencias eran marcadas. Valle, mayor 15 años de Morazán, había realizado sus estudios en la Universidad de San Carlos de Borromeo, en Guatemala, mientras que Morazán era un autodidacta, pero la confianza y el respeto eran mutuos, incluso Morazán le ofreció a Valle, siendo presidente federal, la Embajada de la República Federal, en París.
Al final este no aceptó el puesto.
Cabañas fue la mano derecha de Morazán. Medina expresó que “incluso se ha hablado mucho respecto a que Cabañas era un mal militar, y no es cierto, él era el táctico del estratega. Morazán era la estrategia y él era la táctica”.
?Herrera fue el mentor de Morazán. Él descubrió en Morazán la chispa y la inteligencia, y lo sumergió en su propia biblioteca, y digámoslo así, lo cuidó y lo educó para ser el estadista que fue después”.
En el caso Reyes-Morazán la situación cambia. Según Medina, al ser el padre Reyes mestizo, no podía acceder a la Universidad de San Carlos de Borromeo, entonces se fue a la Universidad de León, en Nicaragua, y se hizo cura franciscano, y los curas sí podían entrar a la Universidad de San Carlos, “pero resulta que Morazán está pasando su etapa más aciaga en su presidencia federal y enclaustra a los curas y las monjas de los monasterios y los conventos, esto implica que no hay Universidad de San Carlos para el padre Reyes. Y este se queda con los colochos hechos, como se dice popularmente”.
Y de ahí, el padre Reyes cambió radicalmente con Morazán, y después de escribir poemas en los que lo alababa como “benemérito de la patria”, cambió el tono de sus versos los cuales ahora eran denigratorios, “y es él quien le adjudica a Morazán el apodo de Chico Ganzúa”.
Próceres que murieron en el olvido
“La historia no les ha hecho justicia a los próceres, incluso, si se levantara un hombre como Morazán, lo fusilarían”, lamentó Medina.
Algunos de estos hombres ilustres que forjaron la historia del siglo XIX no solo en Honduras, sino en Centroamérica, siendo grandes murieron en el olvido y la injusticia.
A diferencia de los demás, José Cecilio del Valle y José Trinidad Reyes fallecieron en circunstancias diferentes. La muerte del primero fue trágica hasta cierto punto, ya que sucedió cuando iba de camino a su hacienda a Guatemala, para recibir la presidencia, después de enfrentarse en elecciones a Francisco Morazán, esto fue en 1834. Él no murió en el abandono.
“Reyes murió muy enfermo pero bien considerado por la sociedad de su época”, el padre Reyes falleció en 1855.
Caso diferente fue el Dionisio de Herrera, quien fue un hombre perseguido, a pesar de haber sido jefe de Estado de la República de Centroamérica y posteriormente de Nicaragua, además de ejercer otros cargos políticos. “A Herrera lo persiguieron, le quemaron la biblioteca, le quitaron el peculio personal y lo dejaron en la más ingrata pobreza, y así murió en 1850, en la penuria”. Sus restos descansan en El Salvador, y “ni siquiera tiene una tumba propia, sino que lo enterraron con una pariente, en una sola caja”.
Francisco Morazán fue el protagonista de la muerte más injusta, fue ejecutado en Costa Rica sin ser juzgado. Morazán condujo su propio pelotón de fusilamiento, “para que no lo vayan a herir, porque lo que él quería era que lo mataran de una sola vez”, dijo Medina, pero sucedió que no lo matan, lo dejan herido y él en su agonía exclamó que seguía vivo, “y Antonio Pinto, quien comandaba el pelotón, yerno de Braulio Carrillo, el presidente vitalicio de Costa Rica que se fue con todo el dinero del Estado, le da el tiro de gracia detrás de la oreja”.
Morazán murió el día en que Centroamérica celebra su independencia, y “escogen la fecha porque anticiparon que en el futuro nadie se iba a acordar de Morazán el 15 de septiembre”.
A Morazán lo fusilan junto con Vicente Villaseñor, quien lo ayudó en el derrocamiento de Carrillo. “El general muere a las 6:00 de la tarde del 15 y comienza a caer un aguacero en San José; a Villaseñor los familiares lo recogen, pero hay orden de que a Morazán no se lo lleven del lugar donde está, en un suelo de tierra Morazán permanece tres horas ahí enlodado, hasta que alguien de apellido Mora, llega con dos criados a levantarlo”.
En 1849 sus restos son repatriados a El Salvador, donde descansa junto a su esposa doña Josefa Lastiri.
José Trinidad Cabañas fue un hombre honesto que “intentó sacar del marasmo a una Honduras que se debatía, como todavía se debate, en conflictos internos y luchas intestinas”, vivió y murió en la pobreza, a tal grado que “para poder velarlo y enterrarlo, la familia tuvo que conseguir una camisa prestada, porque la que tenía estaba toda remendada”.