Sin embargo, desde el 4 de noviembre de 2020, ella misma vivió en carne propia la desesperación y el miedo que un fenómeno natural produce, sobre todo, en aquellos hondureños que viven en zonas de alto riesgo.
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Ese miércoles el país entero permanecía en zozobra ante el anuncio de que un huracán de categoría 4 ingresaría en horas de la noche, afortunadamente, el accidentado suelo centroamericano logró disminuirlo a una tormenta tropical y posteriormente a una depresión tropical, como finalmente entró a Honduras.
A pesar de bajar su intensidad, las lluvias constantes y la crecida de los ríos dejaron pérdida de vidas humanas, comunidades devastadas y anegadas y miles de damnificados, principalmente en el valle de Sula, pero en la capital hondureña Eta también se ensañó con cientos de familias.
Atrapados en los bordos
Según uno de los últimos reportes de la Alcaldía Municipal del Distrito Central (AMDC), en la capital hay al menos 53 barrios y colonias en alto riesgo de deslizamientos e inundaciones, entre ellos, las comunidades situadas a la orillas de ríos y quebradas.Perla Daniela ha vivido toda su vida en una de ellas, específicamente en la colonia Betania, situada en los bordos del río Choluteca, donde las diferencias sociales no podrían ser más evidentes, pues para llegar a esta pequeña localidad el equipo de EL HERALDO condujo sobre el bulevar Fuerzas Armadas, donde se sitúan las sedes de importantes instituciones gubernamentales y al menos dos centros comerciales en los que para estas fechas de la temporada navideña, las familias disfrutan de amenas reuniones y compras, aún con el covid-19 moviéndose sigiloso.
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A un lado de la modernidad y el consumismo, decenas de familias ruegan por mantenerse a salvo en cada época lluviosa, pues en las zonas más alejadas de la carretera hay pequeñas casas a las que solo unos dos metros las separan del temido río.
Una de esas casas es la de Perla Daniela, quien aún recuerda el miedo que invadió su cuerpo cuando en medio de las lluvias dejadas por Eta el río creció tanto, que arrancó de raíz el cerco de láminas de zinc que su padre construyó para proteger su vivienda, y el agua amenazaba con destruir también las paredes de madera, por lo que a pocos minutos de que la corriente ingresara por cada una de las grietas, tomó a sus dos hijos, y junto a su madre, hermanos y sobrinos corrieron a un centro educativo en busca de albergue.
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Su padre, por su parte, no pudo irse, pues el temor de perder sus pocas pertenencias lo obligó a mantenerse alerta, en caso de tener que arrebatarle sus objetos a la embravecida corriente, afortunadamente, el caudal no llegó a uno de los cuartos donde él permaneció a la espera de que todo regresara a la normalidad. Ese proceso tomó mucho tiempo, pues a menos de 15 días de Eta, la tormenta tropical Iota se encargó de potenciar el riesgo.
Ahora, tras varias semanas de que ambos fenómenos salieron de suelo nacional, el albergue instalado en el kinder Betulio Vásquez cerró, orillando a esta y otras familias a regresar al lugar de siempre e intentar levantarse de los daños.
Entre la necesidad de un lugar para vivir y el riesgo de morir
Expertos consultados por este rotativo coinciden en que los daños 'estratosféricos' dejados por Eta y Iota no se deben solo a la cantidad de lluvias sino a la falta de ordenamiento territorial que impera en las ciudades, donde no se hacen estudios necesarios y las personas construyen de forma desordenada.El ingeniero civil e hidrólogo Max Ayala, asegura que 'en varias ciudades de Honduras se están construyendo casas que no están adaptadas al medio. Ellos quieren adaptar el medio a las casas y eso así no funciona'.