TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Todos los días a las 3:00 de la mañana, el sonido activo del motor del taxi 342 ya es muy peculiar. A esa hora, su especial chofer se encomienda a Dios y sale de la colonia Divino Paraíso de Comayagüela en busca de pasajeros.
El viejo automóvil es conducido por la joven Amelia Mejía, una capitalina de 33 años que en una etapa crítica de su vida decidió convertirse en ruletera.
Mientras fue abandonada por su pareja con dos hijas, la dinámica mujer emprendió una tarea que en una sociedad como la hondureña “solo la hacen hombres”.
A diario se levanta a las 2:00 de la madrugada para comenzar con su jornada de trabajo.
Como toda persona responsable, lo primero que hace es revisar su vehículo, un Toyota Corolla 1997 que se ha convertido en el sustento de su hogar conformado por ella y sus cinco hijas.
“No tenía cómo trabajar, pero un día la pareja de mi mamá se fue a Estados Unidos y dejó su taxi en la casa. Mi mamá me dijo que sacara la licencia y que me pusiera a trabajar para sacar adelante a mis hijas”, contó.
Esta mujer asegura que las ganas de sentirse útil la forzaron a introducirse en un mundo dominado por hombres.
Con el paso del tiempo, Amelia rompió con todos los estereotipos y se convirtió en una de las primeras taxistas de la capital.
“Mi principal anhelo es graduar a mis hijas, tener mi propio número y taxi para trabajar en lo mío, y claro, sueño con tener mi propia casa”, manifestó.
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La ruletera dijo que gracias a su trabajo pudo graduarse como bachiller y técnico en computación.
Los hombres son los más sorprendidos al ver que en el volante del taxi 342 está Amelia, que recorre a diario las calles de Tegucigalpa y Comayagüela.
“La mayoría de mis clientes se asombran, pero a medida que vamos conversando entran en confianza y hago que se sientan seguros en mi taxi”, expresó.
Fueron muchas anécdotas que rodearon a Amelia al recordar sus primeros días al frente de su fiel amigo, que muy pocas veces se ha averiado.
Recordó que fue muy difícil decirle a sus clientes cuánto costaba llevarlos de un lugar a otro porque pensaría que no viajarían con ella.
Con el tiempo, ella regresaba a casa con los 300 lempiras que paga diariamente por el uso del carro y la tarifa por el uso del número, y la provisión de comida para su familia.
La muchacha de 33 años reconoció que es difícil trabajar en ese rubro, que a diario recibe los golpes de la delincuencia. “Las mujeres podemos hacer de todo, no somos el sexo débil”. expresó.
Por ser mujer, muchos clientes creen que Amelia tiene que cobrar barato, así que ha recurrido a una estrategia: si le ofrecen una tarifa que ella considera muy baja, negocia en el trayecto.
La taxista también explica que en estos 12 años de trabajo ha tratado con todo tipo de clientes: desde los que salen tarde de su casa y se enojan si monta a otros pasajeros, hasta hombres y mujeres que lloran desconsolados en sus asientos.
También le ha tocado lidiar con personas deprimidas que escuchan su música favorita en el radio de su carro y cambian de semblante, jóvenes embarazadas que valoran la posibilidad de abortar, clientes recurrentes y uno que otra persona que ha evitado que le roben.
“Como mujer, yo trabajo a la buena de Dios confiando en que él me cuida y que traeré el sustento de mi familia”, declaró con optimismo.
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