TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Moralmente admitieron estar muertas. Hace unos días cruzaron la mortal selva del Darién y ahora están en Honduras prostituyéndose, aunque confiesan que en contra de su voluntad.
Son las migrantes venezolanas, ecuatorianas y colombianas que, aunque estén acompañadas de sus esposos e hijos, la necesidad de comer y ajustar al menos 40 dólares para pagar un autobús que los traslade hasta la frontera con Guatemala las orilla a aceptar la oferta de algunos hondureños de asumir todas sus necesidades a cambio de servicios sexuales.
Así lo conoció EL HERALDO tras una vista a Danlí, El Paraíso, donde hay centenares de extranjeros varados en ruta a Estados Unidos. En esta zona se abraza a la prostitución en la piel de extranjeras, las mujeres migrantes, que durante uno o tres días que están en Honduras en su paso a Estados Unidos para subsistir aceptan comerciar con su cuerpo.
Así es el caso de Génesis, una venezolana de apenas 20 años, de figura delgada y baja de estatura. En su primer día en Honduras se había rehusado a seguir el consejo de una ecuatoriana: “Aquí tipo 10:00 de la noche vienen hondureños a ofrecer 40 dólares a cambio de sexo, acepte para que nos vayamos mañana en el transporte”.
“Gracias, pero no, le dije. Estamos muy necesitados, pero yo no caigo en eso porque debo respeto a mi familia”, cuenta a este rotativo.
La venezolana ha ingresado por Danlí para lograr el salvoconducto que le permite estar al menos cinco días en Honduras por mientras se traslada hasta Guatemala.
La sudamericana hace la ruta migratoria acompañada de su esposo ecuatoriano, también de 20 años, y de su pequeño hijo que apenas cumplió un añito de edad.
Sin embargo, ante la protesta o el llanto de su hijito por comer algo, Génesis y su esposo David terminaron por ceder al consejo de la ecuatoriana: prostituirse.
“Con mi pareja lo hablamos, fue muy complicado, pero por mi hijo aceptamos hacer esto (prostituirse)... ¡Qué difícil que es esto! ¡Me da pena decirle todo esto que hice!”.
Tomada la decisión, resta ejecutarla, aunque antes prefiere aclarar que “ninguna de nosotras (las migrantes) venía con la intención de hacer esto, pero por esta maldita necesidad ustedes los hondureños vienen y nos ofrecen lo que nosotras necesitamos”.
4:00 de la tarde en Honduras. Génesis se da un baño en la Plaza Monumento a la Madre, un lugar público convertido en un campamento improvisado para miles de migrantes.
A las 6:00 de la tarde, la venezolana ya está lista. Le da un beso de despedida a su pareja, quien queda acostado con el niño en la champa que armaron mientras están en Honduras.
La sudamericana ya sabe que solo tiene que caminar un par de metros a la orilla de la plaza junto al resto de extranjeros de diferentes nacionalidades a la espera de que el mejor postor pregunte por los servicios.
“Yo no quería hacer esto”, reflexiona, pero se angustia cuando asoman las 9:00 de la noche y nadie llega a la plaza. A los minutos un hombre en un vehículo Pick Up rompe su preocupación al saludarla y “directamente me dijo que me daba los 40 dólares que cuesta la buseta (bus)”.
Ella regatea: que sean 50 dólares -piensa en un extra para comprar comida-. El conductor aprueba. Así cierran el trato.
Después de consumado el acto, hay 50 dólares en su bolsillo, pero una amarga sensación interior. “Me llevó a su casa o no sé dónde... Después me vino a dejar y pasó lo peor”, relató Génesis.
“Me sentía mal, no sé porque lo hice, en lo moral sentí que me asesinaron. Mi pareja también se sintió afectado, pero me apoyó. Espero no volver a tener que pasar por esto y poder llegar hasta Estados Unidos”, se despidió la nativa de Venezuela, que mostraba un rostro noble, pero arrepentido.
Aunque la venezolana obtuvo los primeros 50 dólares -que le permiten pagar su pasaje y algo para la comida de su familia- aún le faltan 80 dólares más para la tarifa de su pareja y vástago. Y claro, estaba dispuesta a conseguirlos como los hizo con los primeros 50 dólares.
El impacto migratorio que sufre Danlí convierte al municipio en un foco de prostitución. No son cifras menores, hablamos de un alto tráfico de extranjeros, una gran parte mujeres.
De acuerdo a datos oficiales, más de 308,000 migrantes han ingresado a Honduras solo en este 2023. De este número, uno de cada cuatro son mujeres (casi 76,000 casos).
En agosto se registró el ingreso más alto del año: 65,526 personas de otros países, indica el reporte más reciente del Instituto Nacional de Migración (INM).
Por su familia
El equipo periodístico de EL HERALDO también conversó con Marta, una esbelta colombiana que, además de ser espontánea es clara. “No, mi amor. Fotitos, no. Hablemos, ven acá”, dijo entre risas.
Y de inmediato ofreció sus servicios sexuales al periodista de este rotativo.
“¿Quieres que la pasemos sabroso?, ¿andás tu coche?... solo 40 dólares te cobro”, ofreció la mujer de unos 35 años, quien al mismo tiempo cocinaba el almuerzo.
“Ja, ja, ja... Soy de un medio de comunicación de Honduras , solo ando haciendo un reportaje”, le explicó el periodista.
“No, mi amor. Fotos, no. Regresa en otro rato, ahorita vamos a comer”, respondió la coqueta Marta, a quien no le agradó mucho la negación del periodista.
Siempre recorriendo el Monumento a la Madre, una colombiana que estaba a unos metros de Marta no dejaba de observar al equipo periodístico de EL HERALDO y, entre sonrisas y con su hija en manos, gesticulaba su disposición.
“¿Por qué ofrece servicios sexuales teniendo a su hija a su lado?”, le consultó el reportero a la colombiana que prefirió no identificarse.
“No solo estoy con mi hija, estoy con toda mi familia: mamá, hermanos, tíos. Hago esto para darles de comer. No es algo que yo quiera, pero toca”, justificó.
“Dejo a mi hija con mi familia y vamos a tu coche o donde tú me digas”, insistió la colombiana, que tenía aproximadamente entre 20 y 22 años.
Ya casi era hora de almuerzo y la sudamericana no tenía dinero para comprar comida. “Si no me quieres, al menos dame algo para comprar comida”, pidió al reportero.
Es así como las mujeres migrantes menguan el deseo carnal de inmorales hondureños que andan en busca de piel extranjera. La paga es de 40 dólares que, de acuerdo a la conversión monetaria, son unos mil lempiras, justo lo que cobra un autobús por persona para trasladarlos desde Danlí hasta la frontera con Guatemala, al norte de Honduras.
Las extranjeras admitieron que la selva del Darién -entre Panamá y Colombia- fue dura de pasar, pero no es nada comparado como tener que vender sus cuerpos al mejor postor y sabiendo de que sus familias son conocedores de que ellas hacen esto para poder avanzar al norte.
“Imagínate, frente a mi hija te ofrecí servicios sexuales... Muy pocas van a entender esto y hasta nos van maldecir, pero no saben lo duro que es que los asalten, que sus hijos lloren por comida, que el nene no tenga ropa, que tenemos que dormir en el suelo, en intemperie, esto solo lo hace el amor de una madre”, protestó la joven colombiana.
En medio de los testimonios y el recorrido, EL HERALDO se encontró con otros migrantes que presumen de ser psicólogos e ingenieros, pero la realidad de sus naciones los obligó a migrar.
En su paso por Honduras ajustan sus alimentos y pasajes cortando cabello en las calles de Danlí. “Cortamos pelo y cobramos tres dólares por corte (unos 75 lempiras). Gracias a Dios ya estamos ajustando los pasajes”, aseguró un venezolano.
Los migrantes solo tienen permitido estar cinco días en el país con el salvoconducto, el cual es extendido de forma gratuita. Sin este papel, pueden ser deportados.