TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Un pedazo de sofá amarrado con una cabuya a un árbol, un par de cobijas empapadas por la lluvia, dos bolsas negras con ropa vieja y un fogón improvisado con ladrillos a la par de una cloaca por donde pasa el excremento de los vecinos del Hato de Enmedio, en la mediana del anillo periférico es el hogar de Noé Sánchez (35) y Angélica Bustamante (25).
La pareja pasa los días entre el bullicio de los carros, el peligro de un accidente, malas miradas y el hambre que les aprieta sin piedad la boca del estómago.
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Nunca han tenido un lugar estable donde vivir, su amor es callejero, pero por el Covid-19 los corrieron de su última morada, donde también perdieron el pequeño negocio que tenían.
Antes del Covid-19, Noé tenía montada una improvisada galera a la orilla de la calle -vivió muchos años ahí-, pegado a una casa del sector 9 del Hato de Enmedio. En el espacio recolectaba latas, aluminio, hierro, plástico y llegó al punto que compraba el producto y lo revendía a mayoristas.
“Me corrieron, dicen que les puedo pasar ese virus a los vecinos de la casa, y ni ellos me habían dicho nunca nada, me desmantelaron lo que tenía pegado al muro y me dieron un día para vender el producto, al que se lo vendí me vio la urgencia, todo cerrado, y de unos 4,000 a 5,000 pesos me dio 600, si quería, pero era eso o perderlo”, explicó el hombre.
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Acostumbrada a esa zona de la colonia, la pareja agarró sus “calaches”, cruzó la calle y las puso en la mediana y sin pensarlo ya pasaron más de dos meses.
“Me da pena, aquí en ese fuego cocino, me voy a bañar a un tubo madre por una quebrada, yo quiero estar con él, hay gente que nos da cosas, otros solo vienen a tomarnos fotos y nos ponen a posar, por eso me tapo la cara, siento pena”, dijo ella.
Noé no anda por las orillas, “yo nunca he pedido, tenía mi sustento, humilde pero mío, ahora para empezar de cero está difícil, si alguien quiere que le haga un trabajo, aquí estoy en el anillo, sin pisto y con hambre”.
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Zapatero
En el famoso “hoyo de Merrian” en el centro de la capital la historia se repite.
A la par de una banca de hierro, a la intemperie, en un colchón sucio que le regalaron pasa sus noches José Cruz (60), un zapatero que se quedó sin trabajo y fue desalojado del cuarto que alquilaba en la colonia El Country.
Lo acompaña su hija Pollet Cruz (21), quien está sumamente delgada, casi desnutrida y aparenta tener algunos problemas mentales.
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“Trabajaba en un taller, alquilaba, todo normal, nunca había pedido, tampoco habíamos pasado una noche en la calle, pero tocamos fondo, perdí el trabajo por este virus, me corrieron del cuarto, y hasta los herramientas de zapatería tuve que vender para comer”, relató el hombre.
Cruz al principio dormía en la pura banca, ponía de almohada un bulto de ropa y se encomendaba a Dios, pues la zona es sumamente peligrosa en la noche.
“Yo no pido, me gano la voluntad de algunos taxistas que vienen al punto a buscar carreras, les limpió aquí, hago mandados, boto basura, pero si algo quieren hacer por mí, ayúdenme a poner mi taller de zapatería, que yo trabajando soy feliz”, dijo el hombre.
Casi al borde de las lágrimas, Cruz recordó su vida antes del Covid-19, “no sabía todo lo que tenía, ahora me doy cuenta que todo se puede escapar de la noche a la mañana, voy a salir adelante, tengo fe que esto va pasar”.
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