Honduras

El coronavirus los arrastró a ser nuevos mendigos en Honduras

Dependientes de tiendas, albañiles, tortilleras, mecánicos y pintores tocaron fondo en la pandemia, botaron la pena y salieron con sus familias a pedir; tenían trabajo, lo perdieron y tienen hambre

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26.05.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- “Solo huevo, huevo y huevo. Quiero arroz y frijoles”, clama la pequeña Abigaíl (8). La exigencia de la niña cala profundamente en su mamá, Sara Amador, una vendedora de tortillas que quebró con su negocio por la pandemia del Covid-19.

Más de 20 años vendiendo en la estación de buses de la colonia Arturo Quezada se fueron por la borda, la paila donde llevaba su producto permanece vacía y el fuego donde echaba las tortillas jamás se volvió a encender.

Amador lo intentó, al empezar la pandemia molió el poco maíz que tenía, echó las tortillas y bajó desde su casa en la invasión Santa Clara, seis horas después no había vendido ni siquiera para recuperar la inversión. La lucha no terminó ahí, probó de nuevo, pero los toques de queda, el miedo al virus y la estigmatización a sus productos alejaron a sus clientes.

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A su desgracia arrastró a sus tres pequeños hijos: Kevin (6), Abigaíl (8) y Jeremy (12). “No tenía opción y salimos a pedir”, expresó.

La pena la perdió, los que la conocen saben que ella vendía tortillas y fracasó la inversión.

EL HERALDO encontró a la mujer en la orilla del anillo periférico, un fuerte aguacero azotaba la ciudad, dos de sus hijos estaban sentados en la acera empapados hasta el alma, mientras ella y el mayor extendían su mano para tratar de conmover a los conductores.

Sus medidas de protección son mínimas. “Solo confío en Dios, si me voy no hago para comer”.

Contagios
A su vez el Sinager detalló ayer que hay 446 hondureños hospitalizados por Covid-19, de los que 400 se encuentran estables, 20 están graves y otros 20 están en la Unidad de Cuidados Intensivos.

Algunos les dan, otros no; en los días malos, su salvación es “Princesa”, una gallina ponedora que sus hijos bautizaron así, de ahí el resentimiento de Abigaíl por comer tanto huevo, anhelando un poco de arroz y frijoles; para ella, un manjar que hace días no lo come en conjunto.

Abigaíl no solo le presentó a EL HERALDO a “Princesa”, en la humilde vivienda de madera, atestada de goteras y donde apenas hay dos colchones y un televisor de los antiguos -sin refrigeradora ni estufa- viven también “Toñonona”, una coneja blanca con negro que pudiera ser la cena, pero está demasiada raquítica para sacarle algo.

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Peor de flaco está “Bienvenido”, un perro mestizo color negro e igual de delgado está “Chino”, un gato de color gris.

“Yo no pedía, si tuviera para invertir vuelvo a vender tortillas, pero no ajusto para el maíz y más leña y si invierto lo poco que me dan nos quedamos sin comer, pido ayuda para levantar mi venta. No me gusta exponer a mis hijos, pero no hay opción”, comentó Amador.


Nuevos mendigos

El drama de esta hondureña es una triste realidad que se repite en diversos sectores de la capital donde personas que nunca habían pedido botaron la pena y por hambre empezaron a pedir.

Uno de los puntos más dramáticos es el bulevar Fuerzas Armadas, bajando el Instituto Central Vicente Cáceres, donde familias enteras salen a diario en busca de un poco de ayuda.

Estas personas pasaron de la noche a la mañana a ser nuevos mendigos. Son albañiles, mecánicos, pintores, vendedores de tortillas, dependiente de tiendas, aseadoras de oficinas, areneros o dedicados al comercio informal, quienes recibieron con más fuerza el impacto del Covid-19 pues o salen a contagiarse o mueren de hambre.

“Nunca había pedido, mi hija asea casas pero nadie la ha llamado, y si la llaman le quieren sacar un ojo de la cara para llevarla, boté la pena y salgo a pedir. A mi edad nunca imaginé pasar por esta situación”, dijo Julia Cálix (60), mientras sostenía un rótulo de cartón donde pide dinero para comprar algo.

Solo en ese sector del bulevar Fuerzas Armadas se puede contabilizar unas 60 personas solicitando ayuda, la mayoría son de la colonia El Progreso, aunque poco a poco están bajando más personas de otros sectores.

“Algunas personas me hacen señas que trabaje y se pasan la mano por la frente como limpiándose el sudor, mire me da dolor porque no somos haraganes, mi esposo es albañil, yo muelo pero llegamos a un punto crítico, vendimos cosas, tocamos fondo”, argumentó Wifilda García (40), mientras acomoda un bote donde apenas ha podido recoger 15 lempiras después de cinco horas parada.

En otros sectores como la Kennedy, los que piden son jóvenes, “no nos tomen fotos, mire que trabajamos en tienda y se supone que la otra semana abren y si nos miran aquí podemos tener problemas o van a decir que estamos contagiados”, dijo uno de ellos que tapó su rostro aun más con una sucia mascarilla.

Suspendidos

Llegando al semáforo de Ashonplafa hay otro grupo de personas, no se miran sucios y tampoco visten mal, su problema es la comida y no tener para pagar más tiempo el alquiler.

Uno de ellos es Elvin Valladares (28), el mundo se le vino encima la última semana de marzo, cuando su jefe le dijo que su contrato de cuatro meses como “chapeador” en la Alcaldía Municipal del Distrito Central (AMDC) sería suspendido hasta que la pandemia pasara.

Los primeros días agotó sus ahorros para pagar el diminuto cuarto que alquila en el barrio Morazán, pero sin más opciones salió a la calle a recibir ayuda o que le den un trabajo.

“Antes de robar mejor pido, si a mí alguien se para y me dice que le vaya a chapear un terreno, limpiar una propiedad o lo que sea, yo voy, aquí pido porque no tengo trabajo, trabajaba en la Alcaldía, me cancelaron y todo está cerrado, sino ya días me las hubiera arreglado”, explicó.

Los nuevos mendigos no tienen opción, son juzgados por no verse sucios y pedir, por aparentar un buen estado de salud, pero perdieron sus trabajos, no tienen ahorros, tienen hijos y sin la reactivación de la economía su alimento dependerá de la voluntad de un conductor que entienda que el virus los arrastró hasta ahí.

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