Tegucigalpa, Honduras
Hace más de tres años que Katherine (seudónimo utilizado para la trabajadora sexual de esta historia) emigró de su natal Santa Bárbara hacia capital.
Como sucede siempre, el común denominador para que una jovencita tome la decisión de abandonar su pueblo es mejorar sus condiciones de vida a través del estudio y el trabajo digno.
Katherine salió con esta visión y así se lo hizo saber a sus progenitores, que entre lágrimas y súplicas para que no se marchara le dieron su consentimiento y bendición.
Además había una razón muy grande que la hacía renunciar a la vida tranquila de su pueblo, al calor del hogar y amor familiar: sacar adelante a sus dos pequeños, cualquier sacrificio que emprendiera por ellos valía la pena.
“No se vaya mija, no se vaya, me decían mis viejos, pero tenía que venirme para Tegus a trabajar porque también quería estudiar y lo hacía por sacar adelante a mis niños”, expresó con nostalgia la joven, en cuyo rostro se advierten las facciones y características de las mujeres nativas de la “tierra del junco”.
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Triste realidad
Aunque no conocía la capital, pues solo había escuchado hablar de ella, no le resultó difícil adaptarse al bullicio, a ver a las personas ir de prisa y de un lado a otro y enfrentarse a la rutina.
A los pocos días de estar en la ciudad, Katherine se dio cuenta que la realidad era otra, que las aspiraciones de trabajar y estudiar que traía desde que salió de su casa se desvanecían, así como se iba destiñendo su ropa por lo gastada que estaba.
Tener un trabajo era urgente, tanto ella como sus pequeños tenían necesidades prioritarias de alimento y vestido.
Así que no le quedó otra opción que dedicarse a ejercer la “profesión” más antigua del mundo: la prostitución.
Y así pasó a formar parte de las más de las 5,000 mujeres que en la capital ofrecen el servicio de comercializar sus cuerpos.
Para los hombres, Katherine representó una excelente opción: una cara bonita y cuerpo atractivo, y muy pronto se hizo de una buena clientela.
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Pero la sociedad ha comenzado a recriminarle por el trabajo que ejerce y los 200 lempiras que cobra por sus servicio a cada cliente representan para ella un gran sacrificio.
“Yo busqué trabajo, pero no lo encontré, esta sociedad nos ve de menos solo porque somos trabajadoras del sexo, pero por la falta de apoyo no nos queda me vendo, me prostituyo, no tengo otra opción para vivir”, declaró Katherine, que en ese momento vestía una falda jean, blusa salmón y el cabello recogido a un gancho.
Además de que en su brazo izquierdo tenía las huellas dejada por el zika: erupción cutánea y enrojecimiento.
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La trabajadora del sexo se desplaza a diario por la Plaza Central, en el centro histórico de la ciudad.
Como parte de su rutina tiene que enfrentarse a la miembros de la Policía Nacional y Municipales, que la agreden y no la dejan que desempeñe su trabajo con tranquilidad.
“La Policía me agrede, lo mismo a mis compañeras y porque defendemos a los resistoleros para que no les peguen, pues ellos también son seres humanos”, señaló.
Katherine no pierde la oportunidad de tener una profesión y por eso pide a la sociedad que no se les vea de menos, sino que les dé la oportunidad de demostrar que no solo al trabajo sexual se puede dedicar.
“Tenemos buenos pies, buenas manos, talento, y no es que nos guste el sexo como la gente nos dice, si yo hago lo que hago es porque tengo hijos que mantener y no tengo otra opción”.
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